Dossiers

14 agosto 2009

Eduardo A. Azcuy

Eduardo Antonio Azcuy

Nota Biobibliográfica, Selección de Textos y Editor
Luis Alberto Vittor
Universidad Argentina John F. Kennedy


La promoción cultural desarrollada en Argentina, desde la década del '70 hasta la del '90, probablemente pueda ejemplificarse en la persona y la labor de Eduardo Antonio Azcuy, al grado de que mucho de lo que ahora se hace es el seguimiento de una forma que Azcuy encontró para hacer llegar a un gran público obras de autores olvidados, poco conocidos o escasamente difundidos, pero todos esenciales. Como principal impulsor de Megafón, una revista literaria que es un hito fundamental de la cultura argentina, difundió a varios poetas y escritores del interior y, estando al frente de las colecciones de la Editorial Castañeda, la de Estudios Antropológicos y Religiosos y la de Estudios Filosóficos, rescató a autores casi olvidados del calibre intelectual de José Imbelloni, Enrique Oltra, Adán Quiroga, Rodolfo Kusch, y, al mismo tiempo, promovió a nuevas figuras que se consolidaron definitivamente como Francisco García Bazán, Mario C. Casalla, Carlos Cullen, entre otros.

Aunque fue un intelectual autodidacto, formado al modo de los antiguos escritores, frecuentando las grandes bibliotecas, los círculos intelectuales más exigentes y los medios culturales más diversos, Azcuy fue un escritor sensible a los nuevos paradigmas alternativos del pensamiento latinoamericano contemporáneo, interesándose por el mestizaje, la transculturación, la diversidad, la identidad y la cultura en la sociedad y política de América Latina. Fue un impulsor de la renovación del pensamiento critico social latinoamericano porque supo entrever los desafíos de una nueva manera de hacer y pensar en Nuestra América. Le interesaba dar respuestas a las necesidades nacionales del momento que le correspondió vivir; así, más que teorizar y plasmar su pensamiento en publicaciones propias, que las tiene, se puso al frente, junto con su esposa Graciela Maturo, para dar cuerpo a innumerables proyectos, publicaciones e instituciones que diseñó y puso en marcha. Desde esa perspectiva se puede decir que la configuración de su enfoque transcultural, su método transdisciplinario y la hermenéutica simbólica de la cultura, ha convertido a Azcuy en uno de los precursores en Argentina e Hispanoamérica de lo que hoy día se denominan "Estudios Culturales", "Estudios Poscoloniales" y "Estudios Subalternos."

Los estudios culturales tienen un precedente en los aportes del “Birmingham Centre for Cultural Studies" de Inglaterra, que en cierto sentido fue el modelo fundador de un nuevo espacio transdisciplinario que, desde una postura crítica, intenta comprender la cultura desde aquellos agentes históricamente "desprovistos" de ella, la cultura vista desde la perspectiva de los subalternos. Azcuy ha potenciado aquella tradición de los estudios de la cultura en nuestro país, y ha agregado un valor extra a dichos estudios al ampliar el foco de su análisis a la función política de la cultura. Adicionalmente, Azcuy supo mostrar que la dimensión cultural de los procesos sociales contemporáneos no se limita a asuntos relacionados con las “artes”, las “culturas populares” y las “industrias culturales”, sino con otros procesos históricos y aspectos culturales significativos desarrollados simbólicamente en otros espacios y prácticas sociales.

Como Ángel Rama, Antonio Cornejo Polar, Graciela Maturo, Eduardo Azcuy practicó los estudios culturales, pero sin desconocer jamás la especificidad de la tradición literaria ni reducir el texto literario a la ideología del autor, buscando siempre dialogar libremente con el poema o la novela, respetando la pluralidad de sentidos que contiene el simbolismo artístico. Y es que aun cuando Azcuy era un hombre de convicciones firmes y elaboradas, que sabía defender con celo y energía sus puntos de vista, porque sus palabras no eran fruto de la inspiración, sino del pensar largamente meditado y varias veces rumiado, nunca faltaba el respeto a su lector o a su oyente, por esta razón, cuando hablaba, su interlocutor no podía quedar indiferente, enseguida era magnetizado por la fuerza inmantadora de su pensamiento que lo atraía hacia el centro de amables discusiones y fluidos intercambios de ideas.

Ningún área, ningún aspecto, ninguna zona o dimensión del conocimiento humano, antiguo o contemporáneo, tradicional o moderno, le era ajeno o desconocido, fue un lector omnivoro, quizás algo desordenado por la multitud indefinida de curiosidades e inclinaciones, de ahí su fecundidad. Sus lecturas no semejaban un jardín ordenado, sino una selva exhuberante donde florecían generosamente con libertad y espontaneidad toda clase de intereses, los más diversos y los más enigmáticos, ya que era capaz de apasionarse encendidamente tanto por la arqueología, la antropología, la filosofía, la psicología, la sociología, lo politología, como por las ciencias sagradas del simbolismo, la metafísica, la religión y el esoterismo, y hasta por aquellas formas del conocimiento marginal, aquellas teorías despreciadas, por inusuales o insólitas, que buscaban carta de ciudadanía científica, por lo mismo, excluidas del canon del conocimiento ortodoxo, a veces anatematizadas y condenadas por heréticas, debido a que su objeto de estudio son aquellos fenómenos exóticos e inexplicables que observan la parapsicología y la ufología.

Aunque fue un autor del siglo XX y receptivo a todas las novedades de la modernidad, Azcuy era, por naturaleza y temple, un escritor a la antigua que cultivaba la erudición, las humanidades y las ciencias, con espíritu ascético y monástico. A veces costaba seguirle el hilo de la conversación porque su familiaridad y trato cotidiano con los temas y cuestiones menos habituales le permitían saltar ágilmente de una a otra cosa con total naturalidad, exigiéndole a su interlocutor un ritmo de vértigo y un estado de atención constante, uno no podía distraerse so pena de perderse en medio de esos vaivenes, razón por la que no pocas veces los esfuerzos resultaban agotadores. Esos desbordes de su personalidad no eran más que continuos brotes o borbotones de un conocimiento manantío que, cuando afloraba, se derramaba generosamente en la conversación.

Tengo la impresión de que, pese a todos los que se le acercaron y le trataron, muy pocos fueron quizás los que han logrado comprenderle o aun más acompañarle por aquellos caminos solitarios e insondables de la curiosidad humana en los que se aventuraba con ingenuo y confiado optimismo. Y es que sólo los puros de corazón pueden adentrarse en territorios peligrosos y salir indemnes de esos intentos. Eduardo Antonio Azcuy pertenece a una estirpe de intelectuales y escritores absolutamente necesarios que casi ha desaparecido porque, varios de ellos, se han ido demasiado pronto. Su singularidad no reside solamente en ser el autor de obras fundacionales adscritas al género de ese realismo fantástico que se atribuyen otras literaturas con exclusividad, sino en haber derrochado a manos llenas, trabajo y generosidad. Sin haber concluido aun toda su labor, dejó cientos de proyectos, ideas, ilusiones. Nos ha quedado una obra incompleta, pero suficiente, para damos idea de su valía intelectual.

Por esta razón, en esta evocación, rescato junto con la obra, al hombre. Los trabajos que hemos seleccionado para este primer dossier reflejan muy bien a ambos. Fundamentales son los trabajos de Graciela Maturo, no sólo porque son testimonios de primera mano de quien fuera su compañera de vida sino también uno de sus principales críticos y exégetas; el lector advertirá que, en tanto algunos de esos textos han sido concebidos como conferencias o presentaciones del libro de Azcuy Asedios a otra realidad hay conceptos y pasajes que se repiten textualmente; no hemos querido refundirlos en un solo texto ni tampoco eliminar alguno de ellos, ya que cada uno de los mismos, con títulos diferentes y ligeras modificaciones, fueron leídos en distintos momentos. Los conservamos como testimonios de esos momentos particulares y los publicamos como variantes del mismo tema. Igualmente iluminadores nos parecen los textos de Pablo José Hernandez, Hugo Francisco Bauzá y Jorge A. Foti, quienes, aparte de secundarlo y acompañarlo en diversos proyectos, compartieron muchos momentos con él al haber frecuentado y cultivado su entrañable amistad.

De Eduardo Antonio Azcuy solo nos resta decir que nació el 12 de abril de 1926 y falleció en 1992. Fue Poeta, ensayista, crítico literario, periodista, estudioso del simbolismo en las culturas y de la tradición mítico-poética occidental, pensador político, produjo más de una decena de obras publicadas en Buenos Aires, Madrid, Barcelona y Caracas y numerosos artículos y opúsculos. Encabezó junto a Rodolfo Kusch una generación de pensadores de un nivel excepcional, signada por la reafirmación de la identidad nacional y latinoamericana. Fueron sus obras:

Poemas para la hora grave. Editorial Botella al mar, Buenos Aires, 1952.
Poemas existenciales. Buenos Aires, 1954.
Aproximaciones a la poética de Rimbaud, y versión castellana de Poemas y Los desiertos del amor de Arthur Rimbaud. Editorial Dintel, Buenos Aires, 1958.
El ocultismo y la creación poética. Premio de Ensayo de la Sociedad Argentina de Escritores, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1966. Segunda edición Monte Avila, Caracas, 1982.
Persecución del sol (poesía) Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1972.
El legado extrahumano, A.T.E., Barcelona, 1976.
Arquetipos y símbolos celestes, Ed. Fernando García Cambeiro, Buenos Aires, 1976.
Los dioses en la creación del hombre. Con la colaboración de Lesly Sánchez, Pomaire, Argentina, 1980.
Identidad cultural, ciencia y tecnología. Aportes para un debate latinoamericano. Compilación y prólogo de E.A A. Ed. F.García Cambeiro, Buenos Aires, 1987.
Kusch y el pensar desde América. Compilación y prólogo de E.A.A. Ed. F. García Cambeiro, Buenos Aires, 1989.
Rimbaud. La rebelión fundamental. Ed. Ultimo Reino, Buenos Aires, 1991.
Juicio ético a la revolución tecnológica. Acción Cultural Cristiana, Madrid, 1994.
Asedios a la otra realidad, Kier, Buenos Aires, 2000.







DOSSIER


ÍNDICE

TEXTOS SOBRE EDUARDO AZCUY


01. Relación parcial de Eduardo Azcuy
Por Pablo José Hernandez

02. Presentación de la obra Asedios a la otra realidad de Eduardo A. Azcuy
Por Graciela Maturo

03. El pensamiento poético de Eduardo A. Azcuy en su libro Asedios a la otra realidad
Por Graciela Maturo

04. Eduardo Azcuy frente a la Literatura
Por Hugo Francisco Bauzá

05. Eduardo Azcuy, un surubí contra la corriente
Por Jorge A. Foti

06. Misión del escritor en el siglo XXI: La respuesta de Eduardo Azcuy
Por Graciela Maturo

07. El pensamiento simbólico en la última obra de Eduardo A. Azcuy
por Graciela Maturo

08. Eduardo Azcuy y el Proyecto Latinoamericano hacia el Nuevo Milenio
por Graciela Maturo

09. Azcuy y la cultura tradicional
por Francisco García Bazán

10. Eduardo Azcuy, un pensador de la Aurora: El pensamiento de Eduardo A. Azcuy  en su libro Asedios a la otra realidad.
por Graciela Maturo





TEXTOS DE EDUARDO AZCUY

01. Graciela de Sola. El mar que en mí resuena (1965)

por Eduardo A. Azcuy

02. La revolución científico-tecnológica. Una visión desde el pensamiento poético
[Fragmentos]
por Eduardo Azcuy

03. El tiempo vivo 
por Eduardo A. Azcuy





TEXTOS SOBRE EDUARDO AZCUY




01. Relación parcial de Eduardo Azcuy
Pablo José Hernandez
Centro de Estudios Latinoamericanos 1999

El título pone en evidencia los límites: esta Relación parcial de Eduardo Azcuy es, en efecto, fragmentaria. La decisión de encarar sólo algunos aspectos, sin embargo, no es mezquina. Trata, en cambio, de encontrar lo esencial y unificante en una personalidad profunda y rica en matices.

El concepto "parcial" denuncia, (además) una toma de posición: es desde el afecto y la admiración que estamos escribiendo; situarse en otro ángulo equivaldría, en este caso, a violentar la perspectiva. Su persona y su pensamiento están en sus libros.

Eduardo Azcuy nació en Buenos Aires el 12 de abril de 1926 y se identificó "desde muy joven -como sostiene Graciela Maturo-con los grandes pensadores románticos. De allí, y sin duda de una innata vocación por la belleza y el sentido de la realidad, nació su vocación poética".Sus tres libros de poesía testimonian esta preferencia: Poemas para la hora grave (1952), Poemas existenciales (1954) y Persecución del sol (1972).Los poemas que integran este último, según se reseña en el libro editado por Sudamericana, "reflejan desde una zona de suprarealidad, el impulso hacia la Vida Plena capaz de conjugar, en un proceso simultáneo , los principios de la revolución en el plano formal con la experiencia de la transformación psicológica".

Esa vocación poética lo lleva a incursionar en el ensayo tras quedar fascinado con Jean Arthur Rimbaud. Tal como lo testimonia Victor Redondo,"entrevisto por Cortázar y traducido parcialmente por Gonzalez Trillo y Ortiz Behety, el poeta maldito, prácticamente desconocido en el Río de la Plata, encontró en Azcuy a su más activo difusor. En importantes diarios y revistas publicó a partir de 1952 artículos y estudios profundizando el sentido místico y esotérico de la experiencia del poeta. En 1958, Dintel publicó Poemas de Rimbaud, nuevos estudios y traducciones de Azcuy; y en 1966, Sudamericana, en el memorable El ocultismo y la creación poética, incluyó el ensayo La rebelión fundamental. En él, Azcuy estableció relaciones y correspondencias entre la experiencia místico-poética de Rimbaud y las doctrinas herméticas de Gurdjieff y Ouspensky".

La coherencia, virtud ejercida por Azcuy en sus disímiles facetas tampoco estaría ausente en este tema.

En septiembre de 1991, escasos meses antes de su muerte, ediciones Ultimo Reino, retomando el título Rimbaud, la rebelión fundamental, publicaría un muy interesante libro que recupera sus ensayos anteriores, su versión al castellano de una selección de poemas de Rimbaud, que abarcan el período 1870-1872 y una breve iconografía reunida por Azcuy que ayuda a completar la imagen del autor estudiado.



02. Presentación de la obra
Asedios a la Otra Realidad

de Eduardo A. Azcuy,1
Graciela Maturo


Hoy es el día en que Eduardo Azcuy hubiera cumplido 74 años. A 8 años de su muerte, quise que se realizara en esta fecha, a modo de homenaje, la presentación de un libro que dejó preparado y en el cual puso muchas expectativas. Así lo manifesté al Dr. Francisco García Bazán, quien auspicia este acto desde la Universidad Kennedy, y así se hace por su generoso apoyo. Me siento gratificada al ver cumplida la edición por la editorial Kier, que asumió la tarea de publicarlo con la dedicación y el respeto que la caracterizan, y me siento también muy feliz de haber convocado a presentadores de alta valía intelectual y a un público calificado que integran también amigos y familiares.

Hasta aquí mis palabras de saludo y agradecimiento. Pero creo que además de este aspecto personal y afectivo, dictado por largos años de compartir la vida y colaborar en una serie de tareas culturales con Eduardo Azcuy, tengo la suficiente perspectiva de su obra como para asumir la responsabilidad de emitir una valoración intelectual.

Esta obra, audaz y fundamentada, me parece una culminación y una síntesis del pensamiento de Eduardo Azcuy, que viene circulando a partir de la década del `50 a partir de un doble cauce: la poesía, permanentemente acompañada de un lúcido espejo reflexivo y teórico. Azcuy es fundamentalmente un poeta, y con ello quiero certificar que el poeta es un hombre de conocimiento y no el que entretiene con imágenes bellas a la sociedad. Produjo tres libros de poesía, dos de ellos en plena juventud, Poemas para la hora grave y Poemas existenciales, y el tercero, Persecución del sol, en su madurez. Su poesía muestra al escritor tempranamente desvelado por el sentido de la vida y la muerte, su búsqueda del sentido, y su conciencia del poetizar como ejercicio simbólico inherente a la plena realización humana. En tanto escribía esos poemas y durante toda su vida, Azcuy fue un lector infatigable de la filosofía antigua y moderna, de obras de antropología, religiones, psicología profunda y ciencias en general, disciplinas a las que sumaba el aporte de su propia experiencia poética, es decir de una intuición viviente sobre toda realidad, y de una aguda introspección. Esta atención a los procesos interiores lo condujo a evaluar permanentemente el proceso poético, y a constituirse en defensor de la relación poesía-verdad, una relación negada por la Ilustración europea y luego revalorada por la fenomenología en el siglo XX.

Su obra El ocultismo y la creación poética, publicada en 1966 y premiada al año siguiente, fue reeditada en 1982 en Venezuela y ha llegado a ser un libro de cabecera para los poetas del continente.

Autodidacta - como lo fueron muchos de nuestros grandes, desde Lugones a Arlt, Marechal o Borges- se sentía pulsado por una honda y diversificada inquietud gnoseológica que lo llevó continuamente a sobrepasar el marco libresco en aventuras poéticas y vitales.

Se convirtió en estudioso de las tradiciones, indagador de mitos y mandalas de diferentes culturas, estudioso de mitos antropogónicos como lo muestra su libro Los dioses en la creación del hombre, en vías de ser reeditado. Su libro Arquetipos y símbolos celestes contiene algunos de sus trabajos más importantes sobre el tiempo, el hombre y el símbolo. (Ultimamente fue para mí una satisfacción el comprobar que dos estudiosas latinoamericanas, la chilena María Eugenia Urrutia y la ecuatoriana Zheila Henriksen habían consultado con provecho este libro para sus respectivos trabajos, una sobre Rosamel del Valle y la otra sobre Borges y Cortázar. Cuánta será su alegría el día que encuentren esta nueva obra, que viene a certificar lo que para los estudiosos de las letras es casi un tópico, un lugar común: la otra realidad).

Buscaba Eduardo, y este libro lo pone de manifiesto, caminos de convergencia e integración entre modalidades distintas del conocer. Prestaba oído a las conquistas de la ciencia física y biológica, sin pretensión de compartir lo más íntimo de un santuario que había venido a sustituir para muchos el de la fe, las mancias, e incluso el arte y la poesía que surgieron como herederos de un pensamiento no racional. En Azcuy prevaleció siempre el equilibrio, tan ajeno a la tentación irracionalista como a los excesos de esa otra forma de locura que mecaniza el pensamiento racional, elimina el sueño y la fantasía, o resta sdignificación al sentimiento.

Azcuy había estudiado profundamente el proceso creador de grandes poetas europeos que fueron los maestros de la generación del 40, de la cual ambos nos sentimos discípulos y seguidores; esos maestros eran los metafísicos ingleses, los románticos, Novalis, Hölderlin, Nerval, y sus herederos, Rimbaud, Rilke. También leyó con admiración a Lugones, Borges, Marechal y Sábato. A Arthur Rimbaud dedicó Eduardo su último libro publicado en vida, Arthur Rimbaud: la rebelión fundamental, que le dio honda satisfacción ver editado gracias al esfuerzo del poeta Victor Redondo, en el centenario de la muerte del poeta francés.

Creo que el giro de su pensamiento, finalmente volcado a líneas antiguas y tradicionales, fue marcado fundamentalmente por su lectura de Schelling, el gran pensador romántico que en pleno auge de las Luces pretendió constituir una filosofía del mito, y por Nietzsche, genial acusador del racionalismo occidental. Muchas veces le oí decir que el pensamiento romántico era una cumbre en el devenir de la humanidad. Y su obra lleva la marca de esa filosofía reivindicadora del pensamiento arcaico, de lo oscuro y marginal a la ciencia positiva, lo simbólico y ritual que permanente asedia el poeta a partir de intuiciones prístinas. No se limitó a alentar estéticamente tales intuiciones. Las revalidó y las defendió, sumándose a esas defensas de la poesía que circulan desde la Antigüedad, pero no en la manera retórica de Horacio y Quintiliano, sino en el modo iniciático de Virgilio y de Dante. Ese pensamiento poético, nutrido en la poesía y la filosofía dentro del marco de una fe religiosa, bien podría llamarse seminal como lo denominaba Rodolfo Kusch, de quien fue Azcuy tan amigo.

Este libro muestra las distancias y también los puentes que relacionan al pensamiento poético, que Azcuy denomina cálido y participativo, y el pensamiento científico, calificado de frío y distante. No ignoraba Azcuy las posibilidades de su integración, siempre ambicionada por los grandes filósofos de todo tiempo, aunque algunos de ellos dieran anticipadamente por concluida la etapa del mito y de las artes. Su planteo profundo consiste en devolver a la órbita del conocimiento y de la vida un orden que rescate lo fundante y primario, colocando en su justo lugar lo reflexivo e instrumental. En sus últimos años juntos fuimos transitando los tramos de esa renovación cultural que ambos reconocimos señalada por la fenomenología de la existencia. Leía incansablemente a maestros fenomenólogos de la cultura como Scheler y Mircea Eliade, y a un maestro que excede los límites de la psicología como Carl Gustav Jung.

Pero este libro no se limita a plantear cuestiones de alto interés gnoseológico y epistemológico. Lo vemos recorrido, como todo el pensamiento de Eduardo Azcuy, por una preocupación ética y política. Sus últimos ensayos, así el Juicio ético a la revolución tecnológica, publicado póstumamente en 1994 por el sacerdote español Luis Capilla, como los que integran este libro, Asedios a la otra realidad, evidencian una constante preocupación humanista. Lejos de ser uno de esos poetas dedicados a perfeccionar un lenguaje, o un estudioso dedicado al ahondamiento de temas especializados, Azcuy fue un hombre hondamente comprometido con la situación del hombre y con la humanidad por venir en nuestro tiempo conflictivo. Lo obsesionaba el futuro de la juventud, lo desvelaba la idea de construir defensas para la cultura ante la posibilidad de un tiempo de barbarie tecnológica o pérdida de objetivos realmente humanos. Prestó atención a los mensajes de una ciencia de avanzada que parece hacer suyas las afirmaciones de antiguos legados, intuiciones metafísicas, o experiencias llamadas sobrenaturales, pero sobre todo puso oído en su propio corazón, inflamado de amor, voluntarismo y generosidad.

Más allá de sus aciertos puntuales, este libro tiene el mérito de constituir un ámbito de discusión, un lugar desde donde otear desprejuiciadamente los caminos de la cultura, una advertencia sobre la cerrazón, los autoritarismos de un lado u otro, la trivialización o la mecanización de la vida. Estos planteos evidencian su posición avizora en el momento de la gestación del libro, es decir la década del 80 - pues Eduardo trabajó hasta el año 90, y mantuvo su heroica lucidez combatiente hasta su último día, el 14 de enero de 1992; sin embargo mantienen su vigencia en los inicios del año 2000, siempre visto por nuestros coetáneos como una frontera o límite, o como el posible comienzo de un nuevo tiempo cultural.

Por todo ello creo que valorar esta publicación es un acto de justicia en un medio intelectual que suele caracterizarse por la mediocridad y la ingratitud. Reitero mi agradecimiento a todos ustedes por venir a este acto, y a todos aquellos que lo han hecho posible.


1. Buenos Aires, Kier, 1999. Universidad John F.Kennedy, 12 de abril de 2000.




03. El pensamiento poético
de Eduardo A. Azcuy
en su libro
Asedios a la otra realidad


Graciela Maturo

La obra poética y de pensamiento de Eduardo Azcuy (1926-1992) no ha merecido aún toda la atención que merece, hecho que no es raro en un medio intelectual decaído, que incurre a menudo en el olvido de sus mejores protagonistas. Su último libro, póstumamente editado -Asedios a la otra realidad. Kier, 1999- encierra un grupo de ensayos audaces en su propuesta y rigurosos en su fundamentación, que son a la vez una síntesis de su pensamiento, prodigado a partir de la década del `50 por el múltiple doble cauce: de la poesía, la filosofía y la ciencia.

Azcuy es fundamentalmente un poeta, y con ello quiero ratificar que el poeta es un hombre de conocimiento y no el que entretiene con imágenes bellas a la sociedad. Pero no todo poeta alcanza a proponer un espejo reflexivo de su propio quehacer, legitimándolo como vía de conocimiento y abriendo un diálogo con otros tipos de discurso como lo hizo Azcuy. Produjo tres libros de poesía, dos de ellos en plena juventud, Poemas para la hora grave (1952) y Poemas existenciales (1954), y el tercero, Persecución del sol (1972), en su madurez. Su poesía muestra al escritor tempranamente desvelado por el sentido de la vida y la muerte, la búsqueda del sentido, y la conciencia del poetizar como ejercicio simbólico inherente a la plena realización humana. Durante toda su vida, Azcuy fue un lector infatigable de la filosofía antigua y moderna, de obras de antropología, religiones, psicología profunda y ciencias en general, disciplinas a las que sumaba el aporte de su propia experiencia poética, es decir una intuición viviente y una aguda introspección. Esta atención a los procesos interiores lo condujo a evaluar permanentemente el proceso poético, y a constituirse en defensor de la relación poesía-verdad, relación negada por la Ilustración europea y luego recobrada por la fenomenología en el siglo XX.

Su obra El ocultismo y la creación poética, publicada en 1966 y premiada al año siguiente por la Sociedad Argentina de Escritores en la Fiesta de las Letras, fue reeditada en 1982 en Venezuela por iniciativa del poeta Juan Liscano, y ha llegado a ser un libro de cabecera para muchos poetas del continente. Autodidacta - como lo fueron muchos de nuestros grandes, desde Lugones a Arlt, Marechal o Borges- Azcuy se sentía pulsado por una honda y diversificada inquietud gnoseológica que lo llevó continuamente a sobrepasar el marco libresco en aventuras poéticas y vitales. Se convirtió en estudioso de las tradiciones, indagador de ritos y mandalas de diferentes culturas, estudioso de mitos antropogónicos como lo muestra su libro Los dioses en la creación del hombre.

Su libro Arquetipos y símbolos celestes (García Cambeiro, 1976) contiene algunos de sus trabajos más importantes sobre el tiempo, el hombre y el símbolo. Últimamente fue para mí una satisfacción el comprobar que dos estudiosas latinoamericanas, la chilena María Eugenia Urrutia y la ecuatoriana Zheila Henriksen, habían consultado con provecho este libro para sus respectivos trabajos sobre Rosamel del Valle, y sobre Borges y Cortázar.

Asedios a la otra realidad, publicada a fines del 99, vino a abrir una ventana hacia aquella realidad oculta de la que hablan siempre los poetas. Tipificada como un motivo literario, reiterada como un "lugar" poético y añorado, la imagen de otra realidad es una constante de la poesía antigua y moderna. Sólo una mente tocada por la Poesía puede otorgar realidad de verdad a la imagen, al descubrimiento a-racional, a los vuelos del alma. Buscaba Azcuy, y este libro lo pone de manifiesto, caminos de convergencia e integración entre modalidades distintas del conocer. Prestaba oído a las conquistas de la ciencia física y biológica, sin pretensión de compartir lo más íntimo de un santuario que había venido a sustituir para muchos el de la fe, las mancias, e incluso el arte y la poesía que surgieron como herederos de un pensamiento no- racional. En Azcuy prevaleció siempre el equilibrio, tan ajeno a la tentación irracionalista como a los excesos de esa otra forma de locura que mecaniza el pensamiento racional, elimina el sueño y la fantasía, o resta significación al sentimiento.

Había estudiado profundamente el proceso creador de grandes poetas europeos que fueron los maestros de la generación del 40, de la cual ambos nos sentíamos discípulos y seguidores; esos maestros eran los metafísicos ingleses, los románticos alemanes y franceses, los simbolistas y post-simbolistas: Novalis, Hölderlin, Nerval, Rimbaud, Rilke. También leyó con admiración a Lugones, Borges, Marechal y Sábato, y se abrió en sus últimos años a numerosas lecturas sobre ciencia y nuevas tecnologías.

A Arthur Rimbaud dedicó el escritor su último libro publicado en vida, Arthur Rimbaud: la rebelión fundamental, que editó en 1991 el poeta Víctor Redondo, como contribución al Centenario de la muerte del poeta de las Iluminaciones. Le dio honda satisfacción ver editado ese libro en cuyos capítulos, parcialmente publicados, había trabajando desde su juventud.

El giro de su pensamiento, finalmente volcado a líneas antiguas y tradicionales, fue marcado fundamentalmente por su lectura de Federico Schelling, el gran pensador romántico que en pleno auge de las Luces pretendió constituir una filosofía del mito, y por F. G. Nietzsche, genial acusador de los excesos del racionalismo occidental.

Muchas veces le oí decir que el pensamiento romántico era una cumbre en el devenir de la humanidad. Y su obra lleva la marca de esa filosofía reivindicadora del pensamiento arcaico, de lo oscuro y marginal a la ciencia positiva, lo simbólico y ritual que permanente asedia el poeta a partir de intuiciones prístinas. No se limitó a alentar estéticamente tales intuiciones. Las revalidó y las defendió, sumándose a esas defensas de la poesía que circulan desde la Antigüedad, pero no en la manera retórica de Horacio y Quintiliano, sino en el modo iniciático de Virgilio y Dante. Ese pensamiento poético, nutrido en la poesía y la filosofía dentro del marco de una fe religiosa, bien podría llamarse seminal como lo denominaba Rodolfo Kusch, de quien fue Azcuy tan amigo, desde 1970 hasta la muerte de Kusch en 1979.

Asedios a la otra realidad muestra las distancias y también los puentes que relacionan al pensamiento poético, que Azcuy denomina cálido y participativo, con el pensamiento científico, calificado de frío y distante. No ignoraba Azcuy las posibilidades de su integración, siempre ambicionada por los pensadores de todo tiempo, aunque algunos de ellos dieran anticipadamente por concluida la etapa del mito y de las artes. Su planteo profundo consiste en devolver a la órbita del conocimiento y de la vida un orden que permita rescatar lo fundante y primario, colocando en su justo lugar lo reflexivo e instrumental. En sus últimos años juntos fuimos transitando los tramos de esa renovación cultural que ambos reconocimos señalada por la fenomenología de la existencia. Leía incansablemente a fenomenólogos de la cultura como Scheler y Mircea Eliade, y a un maestro que excedió los límites de la psicología como Carl Gustav Jung.

Pero este libro no se limita a plantear cuestiones de alto interés gnoseológico y epistemológico. Lo veo recorrido, como todo el pensamiento de Eduardo Azcuy, por una preocupación ética y política, que nos remonta a un libro anterior, Juicio ético a la revolución tecnológica, publicado póstumamente (en 1994) por el sacerdote español Luis Capilla. Tanto esta obra como Asedios a la otra realidad, gestadas en su última década, evidencian una constante preocupación humanista, una acuciante pregunta por el destino del hombre en nuestro tiempo, y una búsqueda de respuestas filosóficas y epistemológicas.

Eduardo. Azcuy, se hallaba lejos del perfil de un poeta exclusivamente dedicado a perfeccionar un lenguaje, o del especialista ceñido a determinadas disciplinas excluyentes. Por el contrario, fue un hombre hondamente comprometido con la situación del hombre y con la humanidad por venir, en nuestro tiempo conflictivo. Lo obsesionaba el futuro de la juventud, lo desvelaba la idea de construir defensas para la cultura ante la posibilidad de un tiempo de barbarie tecnológica y pérdida de objetivos realmente humanos.

Azcuy prestó atención a los mensajes de una ciencia de avanzada que parece hacer suyas las afirmaciones de antiguos legados, intuiciones metafísicas, o experiencias llamadas sobrenaturales, pero sobre todo puso oído en su propio corazón, inflamado de amor, voluntarismo y generosidad. Más allá de sus aciertos puntuales, este libro tiene el mérito de crear un ámbito de discusión, un lugar desde donde otear desprejuiciadamente los caminos de la cultura, y una advertencia sobre la cerrazón, los autoritarismos de un lado u otro, la trivialización o mecanización de la vida. Estos planteos evidencian su posición avizora en el momento de la gestación del libro, la década del 80.

Pareciera que los tiempos han profundizado los males que anunció, y otorgado mayor vigencia a su pensamiento. En estos momentos de crisis y disolución de viejas estructuras, resuena su esperanza en el comienzo del nuevo milenio, como frontera o límite de una gran etapa y como posible iniciación de un nuevo tiempo para el hombre.



04. Eduardo Azcuy
frente a la Literatura

Hugo Francisco Bauzá
Universidad de Buenos Aires


Antes de conocer personalmente a Eduardo Azcuy sabía de su nombre a través de algunos artículos que había publicado en el suplemento literario del diario La Nación, dirigido entonces, con mano sabia y equilibrada, por Don Jorge Gallardo. Eran notas sugerentes, ricas en ideas recuperadoras de un saber tradicional que pretendía -y pretende- alertarnos sobre un vínculo entre el micro y el macrocosmos. En esos ensayos se apreciaba un trasfondo hermético poblado de resonancias milenarias, en particular pitagóricas: como es arriba, es abajo; la música de las esferas es una melodía sublime, cabe sólo al filósofo o al iniciado percibirla no con los sentidos ordinarios, sino con la psyché; es preciso estar abierto a las teofanías, a las fulguraciones, a la Erscheinung y éstas pueden ocurrir en los sitios más insospechados: en un bosque, en una esquina, en medio de la noche o bien a plena luz. Sólo es menester estar abierto para poder percibir, aunque sea por un instante, la urdimbre cósmica que religa el todo, ya que la totalidad de los elementos que conforman la creación están enlazados por hilos sutiles -casi invisibles- que articulan y dinamizan el corpus viviente que llamamos universo.

Esos artículos me sorprendían no sólo por el propósito de intentar recuperar ese saber tradicional, como he dicho, sino también, en ocasiones, por lo audaces. El segundo paso de mi encuentro con Azcuy fue la lectura de uno de sus libros: El ocultismo y la creación poética que había publicado la Editorial Sudamericana en la década del '60 y que, si mal no recuerdo, recibió una mención de la Sociedad Argentina de Escritores; luego leí sus otros libros. De uno de ellos hice una reseña para el suplemento literario del antiguo diario La Prensa, que en esa época se editaba en color sepia, en admirable y muy cuidada tipografía. Aún no conocía personalmente a Eduardo Azcuy.

Semanas después de la publicación de esa reseña Ernesto La Croce, que tenía cierta amistad con Eduardo, me dijo que éste deseaba conocer a quien había hecho ese comentario bibliográfico y el buen Ernesto ofició de mediador y así se dio el encuentro cara a cara. Eduardo me invitó a tomar un café en el Tortoni, café que, con la frecuentación amistosa y el paso de los años, se convirtió en el primer eslabón de una serie de encuentros. En ese primer encuentro estuvo también Ernesto La Croce.

Para ese entonces Eduardo había sido desplazado de un cargo en el área cultural de nuestra Cancillería, producto de la sinrazón y del despropósito que, en ocasiones, dominan a nuestros gobernantes. Parafraseando a su admirado Leopoldo Marechal, alguna vez le oí decir que se consideraba un "funcionario depuesto", degraciadamente esa condición debía extendérsele de por vida. Eso no opacó su carácter optimista fundado en su alegría por vivir y, entre otras circunstancias de afecto, por la comprensión y amor de su compañera: Graciela Maturo. Salvo en los últimos momentos, cuando la enfermedad comenzó a diezmar su cuerpo, le vi perder las esperanzas y mudar su rostro: éste iba siendo invadido cada vez con más fuerza por la tristeza que nace de toda despedida, la de él lenta, pero despedida al fin.

Con Eduardo charlamos sobre muchos temas, aunque no siempre coincidíamos. Cabe referir que el sostener con firmeza y educación nuestras convicciones aun cuando choquen con la persona con quien se comparte un café demuestra, en mi opinión, amén de un rasgo de inteligencia, una señal de respeto y sinceridad ante el amigo.

No coincidía con Eduardo, por ejemplo, en algunas apreciaciones políticas, tampoco en su absoluta certeza respecto de una vida extraterrestre (sobre ese tema visceral por momentos me atrapan las dudas), en su pasión por la ufología -es decir, en la credibilidad en "objetos voladores no identificados"-; coincidía, en cambio, en su gusto por la poesía, en su intento por establecer los lazos que religan el aquende con el allende, en su planteo -de cuño junguiano- sobre los arquetipos, en su curiosidad por los "símbolos celestes" y, fundamentalmente, en su idea de concebir la poesía no como divertimiento, sino como una verdadera aventura metafísica.

Compartía también con Eduardo el gusto por los poetas parnasianos y surrealistas franceses, en especial por su "amado" Rimbaud. Si la memoria no me traiciona la tapa de uno de sus volúmenes estaba -y debe estarlo- ornada con una reproducción del dibujo de Valentine Hugo sobre el poeta de las Iluminaciones. Recuerdo también que, llevado por su entusiasmo por el poeta maldito, él mismo había hecho un dibujo al lápiz del joven rebelde con su ensortijada y dionisíaca cabellera (creo que el dibujo no era bueno, pero Eduardo le tenía afecto; en cierta ocasión me obsequió una copia del mismo dada nuestra mutua admiración por ese poeta).

Me unía también a Eduardo la preocupación por el destino latinoamericano; eso nos llevó muchas veces a discurrir sobre autores de nuestra predilección: el colombiano José Eustasio Rivera de La vorágine, novela ejemplar sobre la que solíamos volver cuando se presentaba la ocasión, Gabriel García Márquez, Martínez Estrada... Recuerdo también, como si fuera hoy, una tarde en el Tortoni con E. Azcuy hablando sobre Pedro Páramo y El llano en llamas, las eximias creaciones de Rulfo.

Después de haber frecuentado con Eduardo varias tardes en el citado Tortoni, a algunas de esas charlas se sumó Graciela. Con su presencia Marechal pasó a ocupar el centro de las conversaciones: Adán Buenosayres, El banquete de Severo Arcángelo, Megafón o la guerra fueron obligado motivo de referencia.

Eduardo, que yo sepa, no había hecho una carrera universitaria de manera sistemática, era, en materia de estudios, un self-made-man formado en una lectura sostenida sobre temas diversos de su interés: la poesía mística, la hermética, la simbolista, el ocultismo, los fenómenos paranormales, ciertos estudios de psicología, la alquimia... Muchos de sus puntos de vista están condensados en su volumen El legado extrahumano editado por A.T.E. en 1976 donde se ve su propósito de integrar en un mismo corpus conceptual ideas provenientes de variada procedencia. Así, por ejemplo, su deseo de enlazar la cultura de Tiakanaku y otras tradiciones de la América precolombina con elementos de la tradición bíblica -sobre lo que no estaba ni estoy de acuerdo-; con todo me sorprendía la firmeza con que exponía lo que eran sus "convicciones". La variedad de sus intereses era grande y polifacética. Nada escapaba a sus ojos voraces de lector. Era un lector consumado y de curiosidad infinita.

Era infrecuente verlo sin un libro en la mano. Andar sereno, hablar pausado; mirada fija y penetrante. Lento en emitir un juicio pero cuando lo pronunciaba lo hacía después de haberlo sopesado a conciencia. Serían muchos los aspectos sobre los que podría discurrir sobre Eduardo. Sólo me limitaré a evocar su figura a través de su gusto por la poesía -que era el aspecto con el que me hallaba más a gusto-; para ello me valdré, como guía, de su ensayo sobre El ocultismo y la creación poética, obra en la que, en mi opinión, está Eduardo todo entero.

Este trabajo está vertebrado en torno de dos ejes clave: el primero compete a "la poesía como aventura metafísica"; el segundo, concebir el quehacer poético como un medio que permite el "descenso al cosmos interior".

El primero está conformado a través de cuatro hitos en los que delinea el quid de la poesía de la mano de autores románticos junto a los que se lanza a la búsqueda del paraíso perdido. En ese sentido la clave la constituye Schelling a través de su propósito de recuperar el tiempo primordial.

El segundo postula una indagación por un campo situado más allá de la conciencia ordinaria. En ese orden valora la tradición, no como cosa anquilosada, sino como un saber viviente que aspira entender el mundo como totalidad; se inclina así por los poetas filiados en una línea hermética, por los volcados al ocultismo y por los que, por sobre otros valores, privilegian la fantasía como una de las notas más sublimes de lo poético.

El tercer aspecto compete al vínculo entre romanticismo y misticismo: bajo esa liaison aborda el tópos de la noche como símbolo de lo absoluto y la idea de muerte no como finitud sino como acceso a otra dimensión de la existencia; también la noción de asombro que, en la lectura platónica, además del punto de partida del filosofar, es el que hace posible la poesía lírica. Son éstas algunas de las preocupaciones que, como constante, se advierte a lo largo de todo el pensamiento de Eduardo, abierto siempre a la noción de Misterio.

En esta suerte de peregrinaje por sus temas e inclinaciones, hay que citar a Novalis del que destaca el tópico de la ensoñación; es también la misma ensoñación la que guió a Azcuy en su viaje hacia otras riberas del pensamiento, y en ese orden, privilegió siempre el rol alquímico de lo poético, capaz de mudar en "oro espiritual" todo cuanto toca.

La segunda sección -el "Descenso al cosmos interior"- nos propone una suerte de viaje hacia el interior de la conciencia; una katábasis introspectiva luego de la cual se produce una anábasis o ascenso revelatorio, del que se emerge siempre renovado.

Ahí es donde Eduardo advierte el aspecto soteriológico de la poesía: ésta permite bucear en las profundidades más recónditas luego de lo cual es posible ascender hasta la luz y en ese orden atendió tanto al surrealismo, cuanto a autores del campo del imaginaire; así, por ejemplo, a Breton y a Bachelard. Del primero valora su propuesta de abrir nuevos modos de inteligir la realidad; del segundo, su visión poética del mundo, la naturaleza del artista en perpetuo estado de poíesis y la idea de la ensoñación poética como una situación privilegiada de apertura a un plano trascedente de la existencia.

Los que tuvimos el gusto de tratar y frecuentar a Eduardo Azcuy, como es mi caso, lo tenemos presente -aunque sea silenciosamente-, entre otros hechos, toda vez que evocamos esa suerte de suprarrealidad a la que es posible tener acceso a través de lo poético.



05. Eduardo Azcuy,
un surubí contra la corriente


Jorge A. Foti

¿Cómo actúa el surubí? --le preguntó Severo Arcángelo [el metalúrgico de Avellaneda, a su valet Impaglione]--: Nada contra la corriente: ¡va remontando la corriente hasta llegar al origen de su río! Impaglione, ¿qué actitud eligirías, la del surubí o la del camalote? [...] ¡volver sobre los pasos del hombre y recobrar todo lo perdido en su fuga o descenso! ¡Recobrar los horizontes dejados atrás, los éxtasis abolidos, los templos ocultos en la maraña invasora y los alegres jardines clausurados!

Leopoldo Marechal, El banquete de Severo Arcángelo, Monólogo IV, capítulo XXIX.

Poeta, no cantes a la lluvia. Debes hacer llover
(De un poeta indígena, citado por Vicente Huidobro)

1. El hombre en su carnadura histórica, o la Edad de Hierro.

La historia de nuestros últimos sesenta o setenta años, --al menos la más conocida por nuestra generación--, nos pone en contacto con una serie de injusticias, "olvidos", omisiones deliberadas, faltas de reconocimiento, etc, propiciados generalmente por nuestra polítiquería más servil y obsecuente. Jorge Luis Borges (que fue Director de esta Biblioteca Nacional) y también Juan Rodolfo Wilcock, fueron denostados por el peronismo, llegando a designarse paródicamente al primero, como inspector municipal en ferias de aves, huevos y conejos, y excluyendo de los cargos públicos al segundo, Juan Rodolfo Wilcock, decía, excelente poeta, y poco convencional dramaturgo, cuentista y novelista, --había egresado de la UBA con el título de ingeniero civil, con Diploma de Honor-- quien a su vez volvió a ser silenciado en Italia, por su posición claramente anticomunista, en su segundo post-exilio argentino--, y en cierto modo ambos --decía, de Borges y Wilcock--, fueron obligados a perecer lejos de su patria, como antes sucedió con San Martín, Sarmiento o Alberdi, o en los años cincuenta con Julio Cortázar. Azcuy, en cambio decidió quedarse aquí, presiento que no porque no pudo, sino porque no quiso irse.

Leopoldo Marechal, padeció un forzado silenciamiento durante más de una década a causa del antiperonismo paranoico de la llamada Revolución Libertadora. Enrique Santos Discépolo, murió literalmente de tristeza, porque su personaje radial "Mordisquito", a principio de los años cincuenta se atrevía a alabar al Gral Perón. Casi todos le quitaron el saludo, como a Marechal, después de 1955. Sospecho que con Eduardo Azcuy pasó algo parecido, debido a la llamada "globalización", y sus quizás no deseadas consecuencias económicas, sociales, culturales, etc.

En efecto, Eduardo llegó a albergar en su corazón grandote y bonachón, hasta cinco válvulas by-pass a partir de su última operación de 1990; soportó sin problemas una intervención inmediatamente posterior en la próstata en 1991, pero no pudo sobrevivir --en 1992-- a un carcinoma intestinal. (Entre paréntesis digamos que el carcinoma intestinal, pareciera constituirse en la penuria teleológica de muchos escritores: desde August Strindberg y Howard P. Lovecraft hasta nuestra inolvidable Noemí Paz, quienes lo padecieron, entre muchos otros). Me inclino a conjeturar, que ese cáncer aciago fue provocado en Azcuy (o agravado, no lo sé con certeza, sólo lo intuyo) por el desencanto de las equívocas --digamos "involuntarias", en beneficio de la duda como aseveran los abogados-- decíamos, erráticas decisiones de los gobernantes que supimos conseguir, y sus políticas de exclusión social. Oigamos con respecto al desencanto finisecular, lo que nos decía hacia 1990, poco antes de morir, nuestro amigo Eduardo:

El fin de siglo se torna incierto y preñado de acechanzas. Crece lo impersonal y abstracto. Se prescinde de la naturaleza, crece lo 'disonante' y lo artificial. Se relegan los sentimientos, la participación, la solidaridad, se empobrece la fuente de las intuiciones profundas, se opaca la visión religiosa, se desencanta el mundo. [Roszak] alerta contra la difundida pretensión de orientar y enfatizar la educación en función exclusiva de paradigmas basados en el proyecto tecnológico. La pérdida de la visión amplificada del mundo, la desacralización progresiva de la sociedad contemporánea, son signos de la crisis que precipita al hombre a la depredación sistemática del planeta, sumido en la alienación y en la pérdida de los valores". ["Entre la física y la mística", reportaje a E. E. Azcuy, con Diógenes Ocampo, CELA, s/f, ca. 1990, reproducido luego en Asedios a la otra realidad...]

Como vemos, Eduardo era terrenalmente maduro y lúcido. Porque coincidimos con Ernesto Sabato cuando afirma que los pueblos, como los hombres, se vuelven maduros, sólo cuando comienzan a advertir sus propias limitaciones. (No hablo de las limitaciones de Eduardo, sino de las de muchos de nuestros gobernantes, jueces y legisladores de la Patria). Tenía --además-- la mirada del poeta, del vidente, y del místico, como intentaremos ir desplegando en los próximos apartados, aunque ya a partir de su ascesis [reglas y prácticas encaminadas a la liberación del espíritu y el logro de la virtud], ascesis decididamente celeste. Como el buen médico, Azcuy diagnosticaba y seguía recetando solo en el desierto, aunque la paciente [nuestra Patria ¡A-GO-NI-ZA-BA!], como en una ominosa mazmorra de la Inquisición (o del "Proceso", o de las cárceles guerrilleras "del pueblo")--, la Patria, como decía, era sucesiva o simultáneamente denunciada por bruja, subversiva, peronista, socialista, prestamista, capitalista, financista, contratista, y así violada, torturada, vendida, vilipendiada, en suma, nuestra Patria era, quizás alegremente, JUZGADA Y CONDENADA, sin siquiera aspirar a la posibilidad de acceder a un modestísimo abogado defensor, aunque fuese de oficio, pues en su venalidad perversa de funcionario corrompido, descuidada y sencillamente, ese irresponsable "abogado", --en rigor gobernante-- la vendía en forma solapada, o peor aún, la prostituía --no al mejor-- sino al peor postor. Esa Patria, decía, simple y sencillamente, agonizaba. Y Eduardo con ella. Porque a Eduardo, la Patria le dolía. Ya lo había advertido Marechal: "la patria es un dolor que aún no tiene bautismo".Y casi todos lo dejábamos morir, porque yo, que fuí uno de su amigos, --quizás el de menor relevancia--, no lo quise ver en sus últimos instantes, a pesar de las sugerencias de Graciela. Y yo me hice el distraído y miré hacia otra parte. Sólo me atreví a llamarlo por teléfono. Pero ya era tarde. Ya se sabe; la cobardía disfrazada de autoconmisceración, --quizás, la peor de todas las "piedades"-- siempre, o es inoportuna, o llega tarde.

En algunos aspectos, Azcuy es hoy poco considerado, o al menos no tanto como se merece, y casi olvidado1, a excepción del reconocimiento que llevó su nombre en el Concurso de Ensayos de la revista Idea viva, de don Jorge Emilo Gallardo, concurso sobre "Imaginación y Símbolo", en el que tuve el alto honor de ser galarnonado con el Primer Premio, por mi ensayo sobre las correspondencias artes/ciencias, y del que indudablemente debo confesar, soy deudor de las enseñanzas de Eduardo y de Graciela. Como tantos héroes verdaderos --aunque oficialmente "olvidados" (o peor "silenciados", o "amordazados")--, a lo sumo, tal vez tendrá un miserable pasaje que lo evocará, o una oscura calle de Villa Lugano --el lugar donde nació, próximo a Villa Celina, mi pueblo natal, así como coincidentemente (si se me disculpa este paréntesis) por un tiempo, descansaron los restos mortales de Eduardo a pocos metros de los de mis padres en el Cementerio de la Chacarita--, oscura calle, decía, como la que recuerda al valiente artillero rosista, el Coronel Don Martiniano Chilavert, también graduado en ingeniería, quien fué el último combatiente que no dejó de disparar hasta quedarse sin municiones en la Batalla de Caseros y luego, "en premio", resultó asesinado por la espalda, por el ilustre General Don Justo José de Urquiza, que como puede apreciarse, de "justo" no tenía demasiado.

Pero por mucho que nos duela, no somos más --lo aprendí de Graciela-- no somos más, decía, que lo que llevamos puesto. Ciertamente no somos, los argentinos, los peores, pero improbablemente podremos llegar a ser mejores. Somos esencialmente mediocres: anteponemos la politiquería a la sabiduría; el patrioterismo al verdadero y desinteresado amor por la Patria; por sobre los ensayistas, privilegiamos a los deportistas más vulgares (o los inefables "comunicadores" televisivos) y reverenciados por los populismos más soeces; permitimos que la cultura sea difundida sólo por los canales de cable o "cerrados" y "olvidamos" propiciarla desde los canales "abiertos" y las radios estatales, aumentando de ese modo, en forma perversa e irresponsable, la brecha entre incluídos y excluídos o marginales, denuncias que Eduardo Azcuy anticipó mucho antes que Alvin Toffler, el futurólogo de moda. Es nuestro destino o maldición. Quizás nunca reconoceremos esta verdad que creo es anónima: "Dios perdona siempre, los hombres a veces perdonan, la naturaleza, nunca perdona". Está en nuestra Naturaleza y es nuestro Karma. No se crea, si se me disculpa el oxímoron, que esto supone un ditirambo a nuestros fracasos como Nación. Sólo intento ser justo, equitativo e imparcial. Aún a costa de mi casi certeza de no poder lograrlo.

En lo que a mí respecta, creo con toda modestia que por una parte los desaciertos políticos --tanto de militares como de civiles-- y por la otra, el recuerdo de los años que viví hasta la fecha, --Rodrigazo, [ERP, FAR y Montoneros], López Rega, el "Proceso", Malvinas, Convertibilidad, Corralito, etc, etc,-- me inclinan al más prudente ejercicio de agnosticismo político. Con esto no quiero decir que sea anarquista, o que irresponsablemente estoy con los "cacerolistas" de fines del 2001, que vociferaban "que se vayan todos", cuando invadieron en forma aviesa sus torvos y oblicuos bolsillos, y callaban cuando se enriquecían --precariamente por cierto-- a costa de una capciosa y presunta equidad: un peso = un dólar, con la cual quizás, inadvertidamente, se ahondaría la brecha entre incluídos y marginales al "Primer Mundo" Pero yo no soy más que un argentino medio, --mediocre, mejor--, de los que decimos "¡ NO TE METÁS!", de la familia de los camalotes arrastrados por las corriente y engañados antes de las elecciones (o de los golpes de estado) --como esa costurerita linda y cándida--, como la Patria, violada, preñada, como dijimos, para luego ser miserablemente abandonada, grávida de hijos marginales (o subalimentados), y de promesas incumplidas2.

Eduardo Azcuy en cambio, con la valentía, intrepidez y entereza que caracteriza a los grandes --como los surubíes--, optó por la causa de su Patria y de su Tiempo. Sin estridencias, con tesón, como los que siguen luchando con la pluma y las ideas, aunque saben de antemano, que la batalla quizás esté perdida. Lo que no quita la Esperanza, --para nosotros--, de que en algún día próximo, en una futura Bifurcación de la Historia, la situación se revierta. Eduardo no fue de los que buscaron situaciones de privilegio o acomodaticias, sino de los que casi anónimamente apuntalaron el andamio de la soberanía, de una Nación que se iba cayendo de a poco, como esas casas decadentes habitadas por ancianos queridos y solos, y de los que todos, de una u otra manera nos avergonzamos.

Me provoca cierta hilaridad contenida, el recuerdo de un crítico rosarino, cuyo nombre prefiero obviar, por irrelevante, cuando afirmaba en uno de los fascículos de la historia de la literatura "Capítulo" del CEDAL (Centro Editor de América Latina), a principios de los ochenta, que el CELA (Centro de Estudios Latinoamericanos) era sospechosamente asistido y sustentado por vaya a saber qué siniestros e inconfesables intereses. Los que conocimos los entretelones del CELA, sabemos que todo se hizo a pulmón, y gracias al tezón de Eduardo, Graciela y sus innumerables amigos, entre los que me atrevo a incluirme. Por todo esto creo que Eduardo pertenece a la gran familia de iconoclastas poco etiquetables: Horacio Quiroga, Oliverio Girondo, Macedonio Fernández, así como en otras latitudes, podríamos mencionar a Ezra Pound, Howard P. Lovecraft, Georges Simenon, o Louis Ferdinand Céline, quienes se atrevieron, por diversas razones, --como el surubí marechaliano-- a nadar en contra de la corriente, y en sentido opuesto al cómodo, fácil, complaciente y holgazán camalote.

Es posible que dos factores hayan influído en esa rebeldía esencial de Eduardo; era vasco y ariano. Una mezcla realmente explosiva, y por tanto, impredecible. Vasco como San Ignacio de Loyola, Miguel de Unamuno, Leopoldo Marechal o José Lezama Lima. Ariano como Victoria Ocampo, el ya mencionado Juan Rodolfo Wilcock, Mario Vargas Llosa, o Abelardo Castillo. Como todos ellos, --aunque animado por diferentes razones éticas (algunas, quizás, de mayor trascendencia)--, navegó contra la corriente, y me arriesgaría a decir, que de a poco logró despegarse del agua y remontarse hacia las alturas, porque vió y presintió más lejos que muchos de sus contemporáneos.

Pero dejemos estas cuestiones nimias, terrenales, sublunares, cuasi-policiales; estas pequeñas miserias de la vida "ordinaria" o cotidiana. Ascendamos alquímicamente mejor, de la mano de Eduardo desde el Hierro oxidado (y/u oxidable), hacia metales más nobles, de creciente purificación --Bronce, Plata, Oro--, o mejor, a las sucesivas etapas de su vida y obra en el irreversible ascenso celestial y consecuentemente, y en sentido opuesto, de alejamiento terrenal... donde el mal olor de la putrefacción de nuestras acciones reprochables-- después de todo una etapa alquímica, la putrefactio o Nigredo, que remite a solvemus, sublimemus, del "Banquete" al que venimos refiriéndonos--, desafortunada situación, que por mucho que nos duela, obstruye patética y paródicamente nuestra saludable oxigenación y ascenso celestial. El Evangelio lo dice con sabia simplicidad: si el grano de trigo no muere, no se regenera la vida...

2. La "otra realidad" del Vidente, o la Edad de Bronce.

Con mucha dificultad, como en un pedregoso camino empinado y muy poco transitable, podremos trascender el mero plano de la terrenalidad, desde la vida ordinaria, es decir a partir de nuestra carnadura histórica y profana. Leemos lo siguiente, en el cap XI "Aproximaciones a las imágenes del cielo", de Asedios..., pág151, respecto del cruce, entre lo terrenal, y lo celestial:

Uno de los denominadores comunes de la experiencia de 'cruce' de niveles lo constituye, sin duda, la presencia de la luz 'otra', la visión de lo resplandeciente que siempre aparece connotada con lo sobrenatural, con lo distinto. Como principio ontológico y generador de vida superior, la luz se plantea como el elemento decisivo de las experiencias de revelación, de transformación interior y de pasaje a dimensiones superiores. La llama, el resplandor, el relámpago se presentan como epifanías ejemplares de la divinidad.

Recordemos la simbólica de la Luz en la tradición católica, tanto para Jesús como para el Espíritu Santo. Esa "terrenalidad" está admirablemente descripta por san Pablo a su discípulo Timoteo:

Quiero que sepas que en los últimos tiempos sobrevendrán momentos difíciles. Porque los hombres serán egoístas, amigos del dinero, jactanciosos, soberbios, difamadores, desagradecidos, impíos, incapaces de amar, implacables, calumniadores, desenfrenados, crueles, enemigos del bien, traidores, aventureros, obcecados, más amantes de los placeres que de Dios, y aunque harán ostentación de piedad, carecerán realmente de ella. ¡Apártate de esa gente!" [II Timoteo, 3, 1-5].

En una lectura muy particular, y seguramente opinable, podemos preguntarnos: ¿no podría extrapolarse este lamento sobre los últimos tiempos, y aplicarlo a nuestra misma vida terrena, en esa "mitad del camino", inicio de una vida nueva, del que nos habla el Dante en su Comedia? Todos, de una u otra manera, arrastramos pocos, algunos o muchos de los equívocos comportamientos enumerados por san Pablo. Pero con la ayuda de la Gracia y de la Fe, --que nunca el Señor nos priva, si oramos con fervor y firmeza--, podemos ir neutralizando nuestras desviaciones, faltas, vicios, o pecados.

Pero entonces, cuando terrenalmente nos creamos "liberados", volverán a nosotros los dos caballos --blanco y negro--, del Fedro platónico; uno nos impulsará hacia Arriba y otro, nos empujará hacia Abajo. Y esto hasta quince minutos después de desaparecer físicamente, como ironizaba un sabio Obispo polaco. Nos quedan dos opciones: seguir rezando y autopurificándonos para despojarnos de a poco de nuestras pesadas cargas o livianas escorias (ingresando con dificultad por la puerta angosta del Evangelio de san Lucas), o atravesar la puerta ancha y fácil de la desidia, la abulia y la comodidad, para alcanzar efímeras glorias y precarísimos poderes (y/o placeres) mundanos.

Los dos simbolismos Arriba/Abajo, Luz-Tinieblas, que nos tensan, y que debieran propiciar un cambio rotundo en nuestro peregrinar han sido sufucientemente explicitados por la literatura universal. Del primero nas dá cuenta Gastón Bachelard en sus estudios sobre la poética de los cuatro Elementos, (concepción nada materialista, por cierto, como algunos trasnochados confunden), y los dos mundos --inferior y superior-- descriptos, por ejemplo, en la novela La máquina del tiempo de H. G. Wells. En tanto de los descensos a los infiernos, --que no siempre son siniestros; algunas veces también son iniciáticos--, hay suficientes ejemplos en el mito de Orfeo y su búsqueda de Eurídice; en el canto XI de La Odisea homérica; en la Alegoría de la Caverna de la República de Platón; en El Conde Lucanor ("El mago don Illán de Toledo"); el descenso en la cueva de Montesinos del Quijote; en el Parsifal, iniciado en la gruta de Sabarthes, drama sinfónico de von Eschenbach con música de Wagner; el didáctico "Viaje a la oscura ciudad de Cacodelphia", en el Adán Buenosayres de Marechal; el descenso de Fernado Vidal Olmos en Sobre héroes y tumbas de Sabato, el ya citado "pasaje" inferior del cap. 54 de Rayuela de Cortázar, etc, etc y que hemos tratado en otro lugar3.

Hablamos de cambios verdaderos. Veamos algunos casos tristemente risueños, o mejor tragicómicos: a veces --no simpre-- las mujeres creen que "cambian", escondiendo sus temores, fracasos y conflictos detrás de grandes anteojos negros; o tiñéndose el pelo de color rojo canalla; o reiniciando por enésima vez, una nueva dieta y/o una nueva pareja. Los hombres de cierta edad --el tango dice que después de los cuarenta, vivir es darse cuenta, y en algun momento aprenderemos que la mortaja no lleva bolsillos-- los hombre maduros, decía, por nuestra parte, queremos volver a ser jóvenes, nos "cuasi-infartamos" en los gimnasios o en las canchas de tennys o de paddle, intentamos "conquistar" chicas de la edad de nuestras nietas, lucimos pelucas rojas al viento, conduciendo jeeps o motos de grandes cilindradas más propias de adolescentes, etc. Nos ataca el "viejazo", --como dicen los chicos--, y no hacemos más que papelones, aún sabiendo de antemano, que el Segundo Principio de la Termodinámica y la Próstata (para los varones) o la Aceleración de la Gravedad (para las mujeres, pues todo desciende hacia el piso, y según el Segundo Principio, es imposible que que lo que cayó, irreversiblemente, vuelva a su posición originaria), decía, la próstata y la gravedad no perdonan. El tiempo que pasa, irreversiblemente como en el tango, no vuelve; nos vamos poniendo viejos, como dice alguna mediocre canción... aunque algunas veces, desafortunadamente, nos volvemos cada vez menos sabios.

Esos cambios mediocres (secuelas provenientes de nuestra anterior vida profana) son a todas luces ineficaces, y no hacen al verdadero Cambio. Como si los liftings, los rulos, los bíceps, las delagadeces forzadas hasta la ignominia, las motocicletas, las paternidades a destiempo, o las tinturas rejuvenecieran y de ese modo propiciaran cambios verdaderos. Eso es tan absurdo, como intentar resolver un grave problema estructural en un edificio a punto de colapsar, actuando sólo sobre el revoque o la pintura. El edificio colapasará indefectiblemente. Así también nosotros, si no asumimos la necesidad del verdadero Cambio, que más pasa por una re-novación cordial, espiritual, vivencial, mística, y no por packagings, apariencias o patéticos barnices, si no cambiamos en serio, indefectiblemente, perderemos no sólo el camino, sino lo que es más grave, la brújula, esto es la orientación. Nos dice Eduardo Azcuy:

Ningún hombre normal puede ser reducido a la mera actividad consciente y racional; todo ser humano posee la capacidad de experimentar distintos estados de conciencia, 'abrirse' a lo sagrado, vivir las analogías y correspondencias que que le permiten participar con el conjunto orgánico del cosmos, soñar, enamorarse, ser creador, artista, poeta; en suma, no sólo vive en un mundo de ojetos, sino, básicamente en uno existencial y privado, en un universo de imágenes y símbolos [Asedios, pág 175].

Azcuy, el Vidente, al tratar del "enigma de la luz" nos conduce a los hiperespacios de orden superior, respecto de las tres coordenas "ordinarias" de alto, ancho y largo, de nuestra terrenalidad. Estamos en el fiat lux genesíaco, --aunque en cierta manera individual--, debido a la ya reconocida correspondencia macro/microcósmica del ánima mundi, que nos re-crea, y nos reenvía a espacios de multiconexión, en los que nos ayudarán --tan sólo como alegorías aproximativas-- la mecánica cuántica, las geometrías no euclidianas, los espacios de configuración fractal, los cubos de Hinton, etc, en una visión poética del mundo, a la que nos referiremos de inmediato, aunque por razones de tiempo y circunstancia, sólo dejaremos esbozados en forma sumaria. Leemos en Arquetipos y símbolos celestes, pag 108, respecto de la remanida cuarta dimensión:

Para concebir claramente una cuarta dimensión sería necesario una previa mutación interior, un cambio cualitativo en la estructura de la psique que permita trascender los contrarios, superar las tensiones y reintegrar el Uno primordial. Una experiencia transformante que al modificar el sentido del Yo ubique a la conciencia en un eje de polarización impersonal e intemporal más allá de la pluralidad aparente de las formas.

Con todo rigor, los físicomatemáticos acostumbran a concebir espacios multidimensionales con gran naturalidad, como cuando describen el movimiento de una partícula en espacios "hexadimensionales": tres dimensiones para la posición, tres para la velocidad; se trata de espacios de configuración. El resto de los mortales, tenemos una intuición raigal o primigenia de esa multidimensionalidad de los espacios poéticos, místicos, incluso propiciados por la locura, --el "loco", como el niño, como el vidente, como el "primitivo" acceden naturalmente a estos misterios sagrados, a diferencia de quienes fuimos profesionalmente "deformados" por las ciencias profanas-- como nos muestra a menudo Howard P. Lovecraft, escritor norteamericano transitado --según me comentó Graciela--, por Eduardo Azcuy4.

3. El Poeta, Física y Poesía, o la Edad de Plata.

Asi pues, dejémonos guiar ahora en nuestro ascenso en compañía de Azcuy, el Poeta y veamos la diferencia entre ciencia "profana" y ciencia "sagrada". Leemos en Asedios... (págs 159 y 163-164):

La ciencia oficial se proclamó objetiva, crítica y autocorrectiva y al impulso del pensamiento newtoniano entronizó a la razón emancipada. El mundo era un sistema gemétrico, riguroso y profano. El tiempo fluía uniforme [isotrópicamente, diríamos con rigor técnico], el espacio vacío se proyectaba en todas direcciones, no existían 'pliegues' ni ámbitos misteriosos. No había lugar para los dioses. La modernidad demitificó, secularizó y desencantó el universo en un paradigma decididamente mecánico.

Ilya Prigogine e Isabelle Stengers nos hablan en su libro La nueva Alianza. (Metamorfosis de la ciencia) [Madrid, Alianza, 1990, 2da edición corregida y aumentada, pp. 201 y 210] cómo del modelo del relojero mecánico (newtoniano), se pasa a las Fluctuaciones y Puntos de Bifurcación de la termodinámica química (o termoquímica) en las zonas alejadas del equilibrio, que se autoorganizan alrededor de Atractores generados, a posteriori de los mencionados puntos de bifurcación. Prigogine menciona dos ejemplos: primero el de los nidos de termitas, en que luego de una situación de caos --la destrucción, por ejemplo--, todas las termitas se agrupan alrededor de una de ellas (Atractor), que segrega una hormona que vuelve a reconstruir el nido con el resto las otras termitas, a partir de un nuevo evento o punto de bifurcación. Otro caso: el de los operarios que construían barcos a vela en el siglo XVIII, y tuvieron que reciclarse a la fuerza luego, para construir buques a motor a fines del siglo XIX. Un nuevo Atractor, generado temporalmente luego del Punto de Bifurcación causado por un cambio de paradigma científico-tecnológico (Cabe preguntar: ¿ocurrirá lo mismo con la robótica y la cibernética? Recordemos que Eduardo fue un lúcido e incorruptible analista de las funestas consecuencias de este tema). Más adelante Azcuy cita a Dirk Hanson:

Einstein, Bohr, Schrödinger, Dirac. Descubrí que no eran hombres cerebrales sino personas poéticas y religiosas capaces de imaginar tales inmensidades que a su lado lo que llamamos paranormal aparecía como algo casi vulgar.

Azcuy comenta:

Por el mero hecho de observar, dice Heisenberg, el observador altera lo observado. Es decir que la conciencia juega un indudable papel en el llamado universo físico [...] ¿quién se atreverá a pretender que lo conocido es idéntico a lo real? Desde la nueva física, Charon rescata el funcionamiento de dos circuitos paralelos de conocimiento: el sensorial discontínuo y el intuitivo contínuo.

Las experiencias de la Mecánica Cuántica no dejan de constituir un verdadero desafío a la lógica occidental, como se advierte en la Paradoja del Gato de Schrödinger (1935): en un recinto blindado, hay un mecanismo radiactivo, que fué programado para que con una probabilidad del 50 % --es decir un caso de cada dos posibles--, se active un mecanismo que rompe una ampolla de cianuro, que mata al gato. Pero en rigor, a menos que abramos la tapa del recinto, nunca sabremos si el gato está vivo o muerto. Hace algún tiempo, un alumno --no de la Universidad, sino del ¡primer curso del polimodal en la orientación química!, algo así como el tercer año de la vieja educación media-- me objetó la experiencia de levantar la tapa, lo cual se evitaría si la experiencia se realizara en una caja vidriada; en ese caso, --intenté explicarle-- al iluminarla (o pretender sacar una fotografía), en rigor estarímos alterando el marco experimental, porque el aporte de "nuestra" luz, interactuaría con la radiación lumínica en estudio. En la mayoría de los casos el gato parece estar simultánemante sumergido en una realidad "intermedia" vivo/muerto, Ser/No-Ser, y no podemos develar la incógnita, hasta no destapar la caja. Es una forma sutil de afirmar que el observador interfiere en la experiencia.

Con respecto a los cubos de Hinton, leemos en Arquetipos y símbolos celestes, pp. 112 y 113:

Dentro del marco tridimensional, el punto, la línea y la superficie, al moverse en el espacio y dejar huella en su movimiento 'se salen de sí mismas', se proyectan en una dirección que no está contenida en ellas; es decir, que el punto produce una línea, la línea una superficie y la superficie un sólido o figura tridimensional. Por analogía, al moverse el sólido debería dejar la huella de una figura tetradimensional --el hipersólido--, limitado no por superficies sino por cuerpos de tres dimensiones. Es posible --Azcuy cita a Hinton-- que el espacio tetradimensional [es decir de cuatro dimensiones] sea la distancia que haya entre un grupo de sólidos, y al mismo tiempo uniéndolos en un todo inconcebible para nosotros, aun cuando parezcan estar separados uno de otro.


Leemos en el mismo libro, pág. 116:

De acuerdo con las hipótesis ouspenkyanas [por el esoterista y científico Piotr Damianovich Ouspensky (1878-1947), una especie de Pascal eslavo] el mundo de los fenómenos sería una 'sección' del mundo total aprendido por el hombre en uno de sus momentos. Un mundo de efectos cuyas causas invisibles se hallarían tal como pensaban los pueblos arcaicos en otro plano o nivel de la realidad. El efecto sería la expresión tridimensional de la causa, el aspecto finito captado por nuestra comprensión ordinaria, la perspectiva visible de un Todo que tiene para nosotros un aspecto visible y otro invisible.
La búsqueda de las analogías --relaciones de orden cualitativo no expresables en términos de espacio y tiempo-- se presenta entonces como un principio de ascesis (los indios la denominan la Vía Cosmogónica) para lograr nuevas condiciones de percepción que trasciendan la esfera tridimensional. Para ello, lo esencial consiste en atisbar las conexiones, comenzar a 'ver', variar las perspectivas, asomarse a las cosas por muchos lados simultáneamente (recuérdense las experiencias de Hinton) desprenderse del hábito automatizante y liberar la mente de dogmas y limitaciones. En suma, se trata nada menos que de 'salir del tiempo lineal', situándose en la corriente de la vida que impregna al cosmos enlazado por las correspondencias [recordar a Baudelaire]. La progresión o no, en esa habilidad de descubrir analogías, posibilitaría el acceso a un mundo de espacio superior, un mundo tetradimensional vivo y consciente que existe ahora como una totalidad y al que nuestra limitación sensorial nos condena a percibir en forma sucesiva [Arquetipos, pág. 118]

El siguiente ejemplo, que considero muy ilustrativo, pertenece a Ernesto Sabato, y creo que clarifica lo anterior:

Si por algún procedimiento el alma pudiese ser desencarnada, siquiera transitoriamente, la conciencia podría contemplar su cuerpo desde fuera, por así decirlo, y seguir su marcha en el espacio. Colocada fuera del tiempo físico podría ver allá abajo, como alguien que desde una colina contempla el paisaje a sus pies, el mapa espacio-temporal tal como se concibe en la teoría einsteniana. Desde esa posición privilegiada, podría contemplar no sólo el pasado sino el futuro. Daré una burda comparación, pero que tiene el mérito de aclarar esta idea. Si álguien sigue un sendero en la montaña, puede saber que unos cuantos pasos más allá, detrás de una loma, ha de encontrase con una fiera; pero alguien colocado en lo alto de la montaña puede ver el panorama total simultáneamente, y lo que para el caminnante es futuro (la fiera) y por lo tanto incognoscible, para el espectador privilegiado, es puro presente. Vaticinar, para el, es simplemente ver todo en presente. Algo parecido sucede o sucedería con el alma liberada del cuerpo: al salir de su cárcel espacio-temporal, colocada por encima de ese orden físico podría ver como un puro presente lo que en el cuerpo es pasado, presente y futuro5.

En el cuento "There Are More Things", perteneciente a El libro de arena, --remedando un poco al norteamericano Howard P. Lovecraft, a cuya memoria dedica Borges el cuento (desconocemos si con ironía o sin ella, nos parece más bien lo primero)--, el protagonista cuenta la historia truculenta de un tío ingeniero, y sus "falaces" cubos de Hinton; dice Borges:

Años después me prestaría los tratados de Hinton, que quiere demostrar la realidad de una cuarta dimensión del espacio, que el lector puede intuir mediante complicados ejercicios con cubos de colores. No olvidaré los prismas y pirámides que erigimos en el piso del escritorio6.

Para no ser abusivos con la paciencia del quizás compasivo y muy complaciente oyente (o lector), digamos para terminar, que las geometrías no euclidianas --sustento de toda la física contemporánea-- son explícitamente mencionadas por Azcuy. Nos dice en "Rimbaud, Daumal y la transformación psicológica", p 81:

Ouspensky propone al hombre la aventura no euclídea de bosquejar una nueva gnoseología, frecuentando mentalmente el espacio multidimensional con el arma de una 'lógica distinta'. Para ello sería preciso desechar las leyes de identidad y contradicción, superar la dualidad del pensamiento ordinario, lograr la ampliación de la conciencia y remontar a tientas a partir del vacío y la oscuridad del éxtasis, la vía sobrehumana que conduce al mundo UNO de las causas.

Desconozco si Azcuy tuvo formación geométrica superior. Pero si no la hubiese tenido, creo que como Borges, captó a la perfección y en forma intuitiva, la esencia del problema geométrico: la extensión desde los espacios tridimensionales y su extrapolación a otros espacios multidimensionales, de variada interconectividad, como lo demuestran los trabajos sobre Cosmología y Agujeros Negros de Stephen Hawking y Roger Penrose, en el caso del llamado "Puente de Einstein-Rosen" (ca. 1935), que vincularía diferentes Mundos Paralelos, tema que preocupaba mucho a Eduardo7, como él mismo me confió en alguna oportunidad.

Una vez desplegados los hiperespacios, recién ahora, estamos en condiciones para ascender, quizás definitivamente --y en la última etapa-- a la tan ansiada Jerusalém Celeste (o Cuesta del Agua). (Dibujo Hawking mundos paralelos, pág. 201).

4. El Místico, la re-ligación con la Tradición Perenne, y la llegada a la Cuesta del Agua, o Edad de Oro.

Definimos antes a Eduardo Azcuy, como un paradigma del surubí marechaliano. Leemos en un temprano ensayo de 1963, publicacado en Santa Fé (y luego incorporado a su galardonado libro El ocultismo y la creación poética), el siguiente párrafo sobre el "Monte Análogo" de René Daumal, que de alguna manera sinetiza lo antes visto:

"El Monte Análogo es una vía que une la Tierra con el Cielo. Es la mítica imagen del axis mundi ([eje del mundo], montaña, árbol, liana) que in illore tempore [en aquel tiempo] se hallaba muy cerca del Cielo, hasta que una ruptura cósmica (la caída) los separó violentamente dando fin a la etapa paradisíaca y arrastrando al hombre a su actual condición humana" ["Rimbaud, Daumal y la transformación psicológica"]

Nos permitimos acotar que esto también remite --como hemos ya visto-- al simbolismo de la "rayuela" en Cortázar, y también en el simbolismo Arriba/Abajo ya esbozado, alegorizado en esa novela --Rayuela-- por el agujero superior de la carpa del circo, que permite observar a las estrellas, y en sentido opuesto, a la morgue inferior del sanatorio, donde en forma truculenta, enfrían las botellas de cerveza --con humor negro wilcockiano [por Juan Rodolfo Wilcock] poco menos que suicida--. Nada más surrealista.

A mi me parece, por otra parte, que en este pasaje azcuyano se anticipa al Teorema del Salmodiante de la Ventana del "Banquete" marechaliano, citado desde el epígrafe --escrito por esa época (principio de los sesenta), aunque no sé si simultánea, mancomunada o independientemente-- según el cual el Hombre de Hierro [Terrenal] se reconvierte en Hombre de Oro, [Celestial] por mediación de Cristo, el Hombre de Sangre. Al menos esa es la lectura que he intenatado en este Homenaje para describir las cuatro etapas de la vida y obra de Eduardo Azcuy. Sigamos:


El Monte Análogo existe en algún lugar del planeta y su pié debe estar siempre al alcance de los seres humanos tal como la naturaleza lo ha hecho, pues 'la puerta hacia lo invisible debe ser visible. [El ocultismo y la creación poética]

Aquí observo cierta sacra correspondencia con la meta del estrambótico y hasta profano Banquete marechaliano; aunque desde el mismo se propicie el ascenso sacralizado hacia la llamada Cuesta del Agua. Advierto la siguiente similitud con la novela. Marechal dice:

Imagínese Ud. a un hombre que planta en cierta colina un jacarandá norteño y que organiza una distribución de agua bastante compleja sólo con el fin de que algunos arroyos, cuatro en total, broten al pié del árbol. ¡E imagínese ahora que tal hombre, con absoluta sangre fría sostiene que los ángeles hablarán junto al árbol, si se lo 'imanta' en las condiciones debidas. (Capítulo II, de El banquete de Severo Arcángelo).

La referencia a los cuatro ríos genesíacos del Edén es muy explícita, pues del Árbol de la Vida y del Árbol del Bien y del Mal, arranca un río que se divide en cuatro brazos --como las cuatro direcciones de la Cruz, y del espacio plano ordinario--: Pisón, Guijón, Tigris y Eufrates. Que no son geográfica o profanamente concurrentes, pero sí simbólicamente [que vá desde el Génesis (2, 8-17), hasta el Apocalipsis, (2,7 y 22,2)] y que quizás de alguna manera se manifiesten como una especie de Alfa y Omega Cosmico, en donde la Redención de Cristo adquiere la dimensión del Centro [y que quizás muy profanamente pudiéramos llegar a concebir como una especie de "aleph" borgeano]. Y de este modo, nos encontramos nuevamente con un puente Tierra (Génesis, Jardín circular) à Cielo (Apocalipsis, ciudad Cúbica), una especie de rayuela, transición realizada en el Pentágono de las Cuatro Edades u Hombres, renovadas periódicamente por Cristo, el quinto vértice, de ese esotérico pentagrama pitagórico. Tal lo que nos "demuestra" el Teorema del Salmodiante de la Ventana. ¿De qué manera acceder a esa transmutación interna o alquímica, que nos permite re-novarnos?

La verdad sólo puede ser ahora, de instante en instante y sólo el hombre desesperado puede hallarla, pues ese no necesita técnicas para ser revolucionario; sino que por sí mismo es la revolución, está en estado de revolución.

Tengamos en claro, que quizás Azcuy no esté refieriendose a la revolución externa y terrenal, sino la de la otra batalla celeste, que implica una renovación interior como la autopurificación manifestada exteriormente, por esa obsesa limpieza a fondo de sartenes y cacerolas en la vida "ordinaria" o Terrestre, reflejo de la vida superior o Celeste en el Banquete, como un proceso místico de autopurificación.

Veamos ese "despojamiento" en Daumal, "el poeta despierto, al nombralos, confiere a las cosas, la existencia absoluta", según nos dice Azcuy. Nos está hablando del p???t?? [poietés] como Creador y como Renovador. Así cita a René Daumal (no casualmente también mencionado por Cortázar en Rayuela), estudioso esotérico cuya meta, al igual que Marechal, era la búsqueda de la Palabra Perdida [El "caudrilátero" Daumal, Marechal, Cortázar y Azcuy parece cerrar a la perfección]. Profetiza Daumal:


He muerto [yo] porque no tengo deseos,
No tengo deseos porque no creo poseer,
Creo poseer porque no trato de dar,
Al tratar de dar me doy cuenta que nada poseo,
Al comprobar que nada poseo, trato de darme yo mismo,
Al tratar de darme yo mismo, comprendo que nada soy,
Al ver que nada soy, deseo transformarme,
Al desear transformarme, se vive [todos]. [Subrayados míos].

De la muerte de la vida "ordinaria" o terrestre, pasa al re-nacimiento de la segunda vida celeste. Hay un despojamiento del que hablan los místicos, en la que la falta de deseos --quizás budista-- propicia la verdadera re-novación, o en términos católicos, la Salvación Crística del Alma mediante el ya Mencionado Hombre de Sangre marechaliano, --¿de qué me sirve atesorar bienes materiales, si mañana se me pedirá el alma?, dice el Evangelio-- y que para Jung constituye , alquímicamente la Piedra Filosofal.

Pero como ya vimos, ese proceso de autopurificación, tiene un doble movimiento como en el simbolismo de la Rueda de la Fortuna: para ascender, primero hay que tocar fondo, y desde allí elevarse con la oración, la autocompasión, el autoaniquilamiento, creo que bien retratado en el episodio de la "clochard" en Rayuela de Cortázar. Como nos enseña también Leopoldo Marechal en Descenso y ascenso del alma por la belleza, similar a todos los descensos inciáticos ya vistos en Homero, Cervantes, Sabato y desde la Música y la Poesía, el Parsifal de von Eschenbach y Wagner. Leemos estas líneas tomadas de Eduardo en su ensayo "Videncia poesía y mística" de 1980:

Nostágico de 'otro lugar', el poeta vive en actitud de profunda reminiscencia y por ella accede a súbitas resurrecciones. Intuye que lo perdido está allí, todavía, sofocado pero vivo. Frente a la visión crítica y analítica, recupera una visión abarcadora y fundante. A través del pensamiento simbólico abandona la vía periférica y emprende un descenso a los abismos interiores en busca de fragmentos de lo real desconocido y atisbos de su verdadera identidad" [Parcialmente transcripto de El ocultismo... aunque reescrito para esa ocasión].

Notemos de paso, que aquel temprano artículo de 1963, guarda una admirable coherencia con éste de 1980, y aún podría reiterarse esa estructura en caracol, muy típica de la obra azcuyana, donde los temas se van intensificando en cada vuelta, en cada corsi e ricorsi como diría Giambattista Vico. Y lo mismo podríamos señalar de sus libros posteriores: Arquetipos y símbolos celestes (Buenos Aires, 1976), Identidad cultural, ciencia y tecnología (Buenos aires,1987, libro de conjunto del CELA), Juicio ético a la revolución tecnológica (Madrid, 1994), o Asedios a la otra realidad. (La búsqueda de lo metafísico real), Buenos Aires, 1999, etc, todos ellos complementarios y con una notable coherencia interna, y una paulatina aproximación, cada vez más admirable.

En tanto Creador, el Poeta al nombrar la lluvia, la está generando. Y de este modo, volvemos al punto de partida; la del surubí, que metafóricamente toma vuelo y se despliga hasta el cielo:

Poeta, no cantes a la lluvia. Debes hacer llover.

Desde algún lugar del Cielo, estoy seguro que Eduardo Azcuy nos beneficia, como un ayudante en el Athanor de Dios, quizás sin ser ángel o santo, tan sólo como poeta, vidente y místico (¿en términos daumelianos, Faquir, Monje, Yoga?)-- ya que partió de esta tierra hace más de una década, y ya es un hombre renovado--, nos beneficia, decía, con su lluvia patriótica, mística, poética, y salvífica. Lluvia fecundante, en última instancia, que permite re-fertilizar una tierra ya sacralizada por los huesos y cenizas de todos nuestros muertos, y que periódicamente se transmutan en jardines, bosques, alamedas, trigales, rosales, frutales, glicinas o simplemente en margaritas, que por su modestia y belleza son mis flores preferidas. Y así, una y otra vez, esos corsi y recorsi viqueanos, propician esos ascensos y descensos del alma por la Belleza, el Bien y la Verdad.

Tandil, Octubre de 2003.

Notas


(1) Más cerca nuestro, les cuento que hace poco asistí en Mar del Plata, a un homenaje al bandoneonista Enrique Baffa en el teatro Colón de esa ciudad. Cuando mencionaron en el repertorio a Astor Piazzolla, sólo dos o tres gatos locos aplaudimos a rabiar. El resto guardó un ominoso silencio. ¡Y Astor Piazzollla había nacido en Mar del Plata! ¡Era y es, un hijo ilustre de esa ciudad! Increíble. Ya lo había adelantado Cristo hace casi dos milenios: nadie es profeta en su tierra ni entre los de su familia. En otro sentido, ¿de qué modo, entonces, justificar los autosilenciamientos de Eduardo Mallea o Enrique Banchs? Se me objetará que todo este argumantar es tan ilegítimo como anacrónico. Puede ser, es posible, es probable. Sin embargo, Jorge Bosch, lógicomatemátco de excepción, fue echado a patadas en el trasero, por el gobierno de facto de Juan Carlos Onganía -- bien lo recuerdo, porque ese fue el año en que inicié mis estudios en la Facultad de Ingeniería de la UBA (1966, el año al que pertenece la tristemente célebre "noche de los bastones largos", luego del derrocamiento del Dr. Illia--; Delfín Leocadio Garasa fue silenciado en forma compulsiva de igual modo, aunque esta vez, por los ilustres montoneros Paco Urondo o el Padre García Caffarena. Graciela Maturo fue desplazada por un mediocre escritor de barricada, en el Concurso para optar a la titularidad de la cátedra de Literatura Argentina y Latinoamericana en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, hacia mediados de los ochenta, durante el "transparente" renacer de la democracia alfonsinista. Y así podríamos seguir y apartarnos paulatinamente del objetivo de esta charla: evocar y homenajear la figura indeleble e ineluctable de Eduardo A. Azcuy.

(2) Es saludable recordar algunos episodios de los últimos tiempos: El Dr. Alfonsín prometía levantar "a patadas" las cortinas de las fábricas (sic); El Dr Menem profetizaba "salariazos"; y el Dr De la Rúa, aseguraba que con él se acabaría la fiesta para unos pocos... (lástima el publicitado e inocultable romance de uno de sus hijos --quien ya había tenido un lamentable episodio en la UBA, por tráfico de influencias para "zafar" de un exámen-- con cantante y mediática corista colombiana, lamentable aventura, más propia del folklore peronista, que de la austeridad "aliancista")... [¿será que algunos abogados, luego al convertirse en gobernantes, hacen de la hipocresía, una metodología de trabajo?]. En otro sentido, y por paradójico que parezca, Eduardo me enseño a ver al Gral Perón, como a una especie de "Viejo Vizcacha", a mitad de camino entre la malicia y la picardía criolla, y me atrevo a calificar al séquito que lo acompañó como un verdaderamente impresentable bestiario medieval, ("bestiario" que suele acompañarlo aún hoy día, aunque sea in menmoriam).

(3) Ver n/trabajo, "Ernesto Sabato: una lectura simbólica acerca de túneles y sótanos iniciaticos", en Rev. Proa, Buenos Aires, Mayo/Junio de 1999, pp. 129 y ss.

(4) Quizás interese relacionar lo anterior, con las "verdades" intuídas por creadores como Jacobo Fijman, Gérarad de Nerval, Williams Barroughs, etc, etc. y confrontarlas con las afiebradas citas de H. P. Lovecraft, por ejemplo en su narración "En las montañas de la locura": "Había formas geométricas que Euclides difícilmente habría podido definir: conos con toda clase de irregularidades y truncamientos, configuraciones escalonadas con todo tipo de sugerentes desproporciones, respiraderos con extraños ensanchamientos de bulbo, columnas quebradas en curiosos agrupamientosy construcciones de cinco puntas o cinco lomos de grotesca demencia". Y leemos en "La ventana en la buhardilla", la siguiente descripción multidimensional: "El cristal [...] podía girar dentro de su marco, no estaba sujeto a las leyes físicas excepto en el hecho de que su dirección variaba al compás del movimiento de la tierra sobre su eje [el tema de El péndulo de Focault de Umberto Eco, su segunda y para nosotros la mejor novela del semiólogo italiano]. Y de no haberlo roto, habría dejado caer sobre la tierra el azote de otras dimensiones, a causa de mi ignorancia y mi curiosidad".

(5 ) Tomado de Ernesto Sabato, La robotización del hombre y otras páginas, selección y prólogo de Graciela Maturo, Buenos Aires, CEDAL, 1981, pág. 27.

(6) Es probable que Borges se refiera a un cubo de la cuarta dimensión, o hipercubo, matemáticamente denominado tesseract, que se obtienen idealmente trazando caras "perpendiculares" a las tres caras desplegadas en las coordenadas ordinarias x,y,z. Se relaciona con Charles Howard Hinton (1853-1907), escritor y matemático londinense, de vida azarosa, y autor de numerosos tratados, entre los que se destaca A New Era of Thought [Una nueva era del pensamiento], de 1888, en el cual Hinton propone una manera de pensar en cuatro dimensiones, a partir de una red formada por 81 cubos tridimensinales (3 x 3 x 3 x 3 = 81, a razón de tres cubos por cada "dimensión") que concibe como una cuadrícula espacial, cúbica en tres dimensiones [x, y, z], la cual le permite representar cualquier cuerpo y así visualizar todas las secciones transversales de un hipercubo, desentendiéndose si las imágenes son reales, o las reflejadas por un espejo, independientemente de qué lado esté el hipercubo respecto de nuestro espacio. Para visualizar mejor esos 81 componentes, Hinton los pintó con distintos colores. Y de allí la mención de Borges, respecto de los "falaces cubos de Hilton". Tomado de mi art. inédito, "Paradojas lógico-matemáticas en la literatura y en la plástica", probablemente de próxima publicación.. (7) Ver Historia del Tiempo de S. Hawking, preferentemente, la edición "ilustrada". Barcelona, Crítica, 1996. Cfr también n/art. "Algunas correspondencias..." en Rev. Idea viva n° 5, pág. 38, figura 7, la cual a su vez fue tomada de pág. 201 del citado libro de Hawking.

Obras consultadas de Eduardo A. Azcuy
(se omiten sus numerosos artículos periodísticos dispersos en diversas publicaciones periódicas).

Rimbaud, Daumal y la transformación psicológica, Santa Fé, de la Revista Universidad, 1963, pp 63-85.
Arquetipos y símbolos celestes, Buenos Aires, Fernando García Cambeiro, 1976.
Los dioses en la creación del hombre (en colaboración con Leslie Sánchez), Buenos Aires, Pomaire, 1980.
Videncia, poesía y mística, Buenos Aires, Tekne, 1980.
El ocultismo y la creación poética, Caracas, Monte Ávila, 1982, 2da edición.
Identidad cultural, ciencia y tecnología (libro de conjunto del CELA en colaboración con otros autores), Buenos Aires, Fernando García Cambeiro, 1987.
"Entre la física y la mística", [conversación de Diógenes Ocampo, con E. A. Azcuy], Buenos Aires, CELA, s/f (ca. 1990)
Juicio ético a la revolución tecnológica, Madrid, Acción Cultural Cristiana, 1994.
Asedios a la otra realidad (Una búsqueda de lo metafísico-real), Buenos Aires, Kier, 1999.


06. Misión del escritor en el siglo XXI:
La respuesta de Eduardo Azcuy

Graciela Maturo


1.-El escritor como conciencia ética.

Existen múltiples razones para pensar que la literatura -concepto al fin histórico y limitado surgido en los últimos doscientos años de la historia occidental- está lejos de ser, en su definición última y en sus más egregios ejemplos, un lenguaje que remite a sí mismo, desvinculado de su referencia al hombre y al mundo; por el contrario, ha transmitido y eslabonado una visión del hombre y del lenguaje, una permanente crítica social de fundamento ético, una sapiencia de vida.

El poeta, el narrador, el dramaturgo, fueron desde la Antigüedad quienes señalaron las limitaciones de doctrinas deshumanizantes, los abusos del poder y el peligro de la cosificación humana. Homero, Esquilo, Sófocles, maestros de su pueblo, generaron una paideia cultural perdurable. Cuando el filósofo Jacques Derrida da por concluida la era del logos occidental, reconoce - aún negándola- la vigencia de un sustrato axiológico que ha sostenido durante tres mil años la cultura occidental. En nuestra convicción, ese sustrato sobrevive en la literatura y en el arte, en las manifestaciones concretas de la cultura, y en el pensamiento de filósofos humanistas.

El carácter moral y salvífico propio del escritor en muy distintas épocas, se ha manifestado plenamente en la Modernidad como un notable aporte a la construcción de la persona y la sociedad. Esa disposición, propia del humanismo latino y español, se acentúa en la rica literatura de Hispanoamérica, que desde sus inicios fue campo de introspección moral y expresión de un ethos justiciero que generó un nuevo derecho de gentes para la humanidad.

La crisis de fin del milenio ha suscitado nuevas respuestas de nuestros escritores. Todas ellas, con diversos matices políticos, coinciden en una defensa sustancial del hombre y la cultura frente a las aporías y reduccionismos propios de la civilización técnica en el último cuarto de siglo. El escritor, conciencia sensible de su comunidad, evalúa los cambios con la profundidad de su propia y especial manera de mirar. En el valor que otorga a la palabra y a la esfera simbólica de la cultura reside un modo de instalarse en el mundo que no coincide con los parámetros de la ciencia. Su conciencia ética, filosófica, constituyente de sentido, determina una peculiar simbolización y configuración del complejo cultural de su época.

Atender al mensaje del escritor sobre el tiempo que se aproxima es un ejercicio interesante de la imaginación y la inteligencia crítica, a la vez que una proyección atendible de nuestras propias expectativas. Examinaré algunas respuestas antes de abocarme en particular a la obra del escritor argentino Eduardo A. Azcuy.

2.- Modernidad nordatlántica y transmodernidad latinoamericana

La compleja textura de la Modernidad incluyó la parcial negación de la herencia tradicional y también su continuidad profunda, dentro de una reinterpretación del camino recorrido por la humanidad. Al tiempo que nacía la ciencia experimental, se visualizaba el papel orientador de los "grandes relatos", iniciándose la indagación científica y hermenéutica del mito. Pudo visualizarse, pues, cómo cada época había configurado cierta imagen del mundo: además de los aconteceres objetivamente verificables, hubo mitos, pulsiones y utopías que contribuyeron a forjar las que Lezama Lima llamó eras imaginarias, sólo reconocibles para la mentalidad humanista. Así los cambios emergentes de la revolución científica mantienen una relación dialéctica con el mundo imaginario subyacente en el ethos cultural de los pueblos.

Ya Pascal, Vico y Schelling habían enjuiciado el rumbo de la Modernidad científica y dominadora. El siglo XX, escenario de grandes transformaciones técnicas e innegables horrores, fue a su turno por poetas, novelistas y dramaturgos europeos. Kafka, T.S. Eliott, James Joyce, Virginia Woolf, Thomas Mann, Brecht, Hesse, Dürrenmatt, Solyenitzin, Günter Grass, Graham Greene, Bernanos, Sartre, Camus, Montale, Elytis, Antonio Machado, García Lorca, María Zambrano, José Saramago, alcanzaron el puesto de vigías de los últimos tiempos, desde el desnudamiento de sí y de la sociedad contemporánea. La nación americana que ha liderado el avance del cambio tecnológico en los últimos cien años dio lugar a las obras de O'Neill, Faulkner, Wolfe, Kerouac, Ginsberg, Henry Miller, Bradbury, rebeldes ante el rumbo de la sociedad contemporánea, críticos de la deshumanización, la destrucción del habitat, la quiebra profunda del orden moral y ecológico.

Similar perduración del ethos literario se ha dado en la América Latina, marcada desde los tiempos coloniales por la mestización y el humanismo. En su seno perviven sociedades arcaicas, parcialmente modernizadas, en las que el cantor o narrador sigue siendo memoria de los suyos. Sus escritores, convirtiéndose en lenguas de su pueblo, se han desinteresado en muchos casos de la atmósfera progresista europea o bien de su eco deconstructivo , prefiriendo el rumbo videncial, profético, tradicional.

Ocurre ciertamente, como lo observara con agudeza Alejo Carpentier, que América Latina alberga, en un proceso histórico singular, distintas temporalidades. Lo que he dado en llamar transmodernidad hispanoamericana es el modo particular con que han asumido los pueblos de la América Latina, anacrónicos en su desenvolvimiento científico-técnico, las transformaciones de la Modernidad. Todo examen de las manifestaciones de estos pueblos conduce a la aceptación de su carácter religioso, ético y estético predominante sobre lo científico y lo práctico. Rodolfo Kusch lo ha asentado de modo terminante en sus estudios sobre la cultura popular americana. En cuanto a las expresiones literarias, se ha observado suficientemente en ese amplio conjunto de cartas, documentos y crónicas del siglo XVI que constituyen nuestras escrituras liminares (y asimismo la memoria escrita de tradiciones orales ), la presencia de un ethos moral que enjuicia a la Conquista, censura los abusos del poder, desnuda la conciencia individual de culpa y marca el rumbo de la confluencia de culturas creando una conciencia identitaria que ha sido el eje de las letras del subcontinente. (Silvio Zavala, Lewis Hanke, Leopoldo Zea ). Por su parte Iber Verdugo, al examinar la continuidad de las expresiones coloniales con otras más modernas, no vaciló en atribuir a la literatura hispanoamericana un carácter dominantemente ético.

Hablar de situación histórica no es sino hacerse cargo, en América, de un principio hermenéutico elemental, aquel que afirma la prioridad de un marco geocultural (Rodolfo Kusch) en toda tarea de comprensión e interpretación. Sin el extremismo de considerarse fuera de la Historia, Occidental, a la cual evidentemente pertenecen por herencia axiológica e idiomática, muchos autores hispanoamericanos de la segunda mitad del siglo XX asumieron plenamente esta situacionalidad, que implica la realidad de una cultura mestiza, y de un horizonte propio. Asturias, Uslar Pietri, Carpentier, Rulfo, Octavio Paz, García Márquez, Di Benedetto, Posse, Aridjis, entre muchos otros escritores hispanoamericanos, protagonizaron un movimiento filosófico y literario que se expresó en rasgos de indagación antropológica, discusión histórica o "realismo mágico", mostrando la riqueza de una perspectiva propia y autoconsciente, que se inscribe en una amplia afirmación de identidad.

Fundamentalmente religiosa en los tiempos de la Colonia, la conciencia de identidad latinoamericana atraviesa, juntamente con la propia España del siglo XVIII, una etapa liberal y progresivamente laicista que no por ello abandona su fondo religioso, su vocación de diálogo y compromiso creciente con la libertad y la justicia. José Martí fue el máximo ejemplo de eticidad, entrega a la causa de su pueblo y permanente prédica orientadora en favor de la identidad hispanoamericana. La herencia humanista adquiere visos particulares en el siglo XX, con una creciente tendencia a la reivindicación de lo negado u oculto en la cultura americana. El escritor se convierte en un operador cultural (Octavio Paz) y la obra literaria en un espacio de transculturación (Angel Rama). Una amplia serie de obras de creación y reflexión han desplegado esa conciencia despierta del escritor, que hace de la ficción y la metáfora -vías ambas metafóricas- un instrumento de conocimiento, en franca oposición a la teoría inmanentista de lo literario.

Poesía, novelas, ensayos, entrañan un mensaje humanista que expone la singularidad de una cultura ante los aconteceres de los nuevos tiempos. Para citar solamente algunos autores argentinos, diríamos que el magisterio filosófico de Marechal, Cortázar y Sábato fue continuado por Di Benedetto, Tizón, Moyano, Libertad Demitrópulos, Abel Posse, José Luis Víttori.

La calidad de la novela y el ensayo en la América Hispánica, sin pretender aquí extendernos a la rica literatura lusoamericana, podría llevarnos a incurrir en amplísimo catálogo. Cada ciclo novelístico, cada ciclo de ensayos, se halla traspasado por inquietudes acordes con la evolución de la historia, y recorrido por una pregunta por el hombre, su raíz, su destino metafísico e histórico. De modo manifiesto o implícito la identidad hispanoamericana se reafirma en las páginas de nuestros mayores escritores. Era esperable que, luego de la gran oleada del discutido des-cubrimiento de América, que suscitó un importante ciclo de revisión histórica y textual e igualmente de creación literaria, se produjera un nuevo ciclo de creación y reflexión alrededor del tema más acuciante de nuestros días: la crisis de fin del milenio.

3.- La crisis de fin del milenio y la respuesta latinoamericana

La crisis de los tiempos actuales no es meramente una más entre las sucesivas crisis históricas que ha sufrido la humanidad. Para algunos se trata de un cambio sustancial que afecta a la naturaleza misma del hombre, a su modo de conocer e instalarse en el mundo, y en consecuencia una transformación que no podrá ser asumida ni continuada por todos. Para otros se trata de una crisis terminal, que ha puesto al hombre al borde de su supervivencia en el planeta.

El siglo XX produjo la revolución social, luego diversificada en la revolución de la mujer, de los jóvenes, de las minorías. Fue el tiempo de apogeo y crisis de la modernidad, con dos guerras mundiales seguidas de la guerra fría entre potencias, y la subsiguiente caída del socialismo. Pero una revolución de orden distinto se gestaba en el seno de nuestro tiempo; la revolución cibernética. La técnica hizo posible la realización de una "utopía" científica que desplazó o envolvió a la utopía social: se impuso un nuevo orden económico aliado de la expansión comunicacional y ello trajo cierto grado de desarrollo para pueblos llamados periféricos, con la marginación de continentes enteros. La revolución tecnológica, que trajo innegables beneficios en el campo de la medicina, el trabajo intelectual y otros aspectos de la vida, cambió el estilo cultural de los pueblos y gestó graves consecuencias de desigualdad social, desocupación o mecanización. Nuestros mayores escritores han enjuiciado esta etapa y avizorado su continuidad en el siglo XXI, algunos de ellos con tintes verdaderamente sombríos.

Leopoldo Marechal atribuyó una ineludible misión al escritor de su tiempo y del futuro. Su Poema de Robot (1966) dramatiza la acción mecanizante de Robot, (figura-símbolo tomada del checo Karel Kopec), destructor de la cultura humanista y por lo tanto del arte. Convocado por la musa de la Poesía, el poeta advierte que su misión es despertar a sus compatriotas. El mismo Marechal en toda su obra adoptó una actitud docente y constructiva, devolviendo al arte la funcionalidad que tenía para los antiguos.

En esa misma década, cuando sobre los poco industrializados países de América Latina empezaban a volcarse los signos de la revolución post-industrial, un escritor costeño, un provinciano, de Colombia, publica Cien años de soledad (1966), esa fabulosa saga americana que bien puede ser considerada como un manifiesto de la identidad y las dolorosas carencias de América Latina.

Mientras tanto el escritor argentino Antonio Di Benedetto advertía, con su novela El silenciero (1964), sobre el avance de un monstruo sin rostro que avasallaba el espacio humano del escritor.
Por su parte Octavio Paz no cesó hasta su muerte -aunque su discutible decisión política parecía enfrentarlo con sus propias advertencias- de señalar los aspectos negativos de la cultura posmoderna que ha acompañado a la civilización tecnológica. Predicaba, en términos heideggerianos, esa Kehre o vuelta, tan mal comprendida por muchos de sus lectores y críticos, que consiste en un entero vuelco del ser hacia su origen para asumir la tarea de generar un nuevo tiempo.

Ernesto Sábato, que inició su crítica al universo tecno-científico con su obra Hombres y engranajes (1951), produjo en 1998 su libro Antes del fin, donde reúne junto con recuerdos autobiográficos, una amarga evaluación de los tiempos presentes, que crearon grandes masas de consumidores en contraste con enormes grupos desposeídos y miserables. Pero su crítica va más allá de la inequidad social y económica: ataca el fondo mismo de una cultura vaciada, trivializada, reducida a la impostación de mensajes falaces, el ruido, la idolatría del cuerpo, los falsos modelos. Su último libro La Resistencia (2000) profundiza este planteo, abriéndose decididamente a un humanismo ético-religioso.

Dentro del ciclo de la revisión de la Conquista y más allá de él se ubica Abel Posse, el novelista argentino que con mayor tenacidad y hondura ha fustigado la etapa de la globalización tecno-económica. Por su parte el poeta Luis María Sobrón anuncia en sus últimos ensayos, leídos en reuniones y congresos internacionales, la misión salvífica del arte y el artista. Retoma la idea de Dostoievski: sólo el arte salvará al mundo.

El nuevo tiempo viene aureolado por profecías y deseos de cambio que no sólo atañen a las estructuras políticas y económicas sino a niveles más profundos de lo humano. La imagen del siglo XXI adquiere contornos temibles o subyugantes, cargada de los temores y esperanzas que alienta la humanidad, siempre y a pesar de todo volcada a pensar su destino y supervivencia.

4.- El pensamiento poético en la renovación de la cultura americana, según Eduardo A. Azcuy

Me centraré en la obra de Eduardo Azcuy Juicio ético a la revolución tecnológica (1994), por parecerme ejemplar en su profundización del tema, y tipificadora de una visión humanista hispanoamericana que revalida el pensamiento poético, la particular mirada del poeta.

La primera parte de esta obra fue escrita en 1985 y corresponde a un primer examen de la situación latinoamericana en el contexto de la revolución tecnológica. Es el momento en que tal acontecimiento, previsto desde dos décadas atrás, empieza a hacerse presente en la vida cotidiana del hombre latinoamericano, cambiando ya, y abiertamente desde 1990, sus costumbres y estilo de vida.

América Latina, asienta Azcuy, es una cultura mixta, una cultura de síntesis. Esto significa que si bien no parece destinada a participar plenamente del hiperdesarrollo, tampoco se perfila al modo del Islam, como una cultura cerrada.

La novedad del mestizaje étnico y cultural ha convertido a Latinoamérica en un Mundo Nuevo América Latina se enfrenta, desde fines de los `80, al Nuevo Orden Mundial que la técnica hizo posible, en una tentativa de mundialización de la economía que no registra precedentes. No es este, desde luego, un ideal desechable, por el contrario es inherente al proyecto universalista que ha prosperado en distintas formas a lo largo de la civilización occidental; sin embargo, su aplicación ha profundizado la desigualdad de los continentes y generado, insalvables desarmonías.
Más aún, admitiendo cierto éxito ordenador de las economías, plantea Azcuy la relegación del concepto humanista de desarrollo y su reemplazo por la homogeneización cultural, la tecnolatría y la destrucción del habitat natural del hombre. Transcurridos algunos años de experiencia de la llamada "globalización", aún no ha podido corregirse el "desempleo estructural" ni frenarse la "voracidad insolidaria del proyecto transnacional" (Azcuy, 1994, p. 25). Habla el escritor del "etnocidio electrónico" que desecha la creación cultural de las tres cuartas partes de la humanidad en función de privilegiar un modo único y absorbente de civilización, impuesta como modelo a través de la red comunicacional más abarcadora de los tiempos.

Azcuy, poeta y estudioso del simbolismo y de las complejas relaciones del arte y la ciencia, expone en la segunda parte del libro, "La revolución científico tecnológica: Una visión desde el pensamiento poético", las limitaciones de la idea del progreso y los alcances de la crisis mundial. No deja de observar los peligros de la relación -ya insinuada en su aplicación concreta a la vida de los pueblos- entre cambio tecnológico y totalitarismo.

Nutrido en el antiguo gnosticismo que no ha cerrado nunca las posibilidades de diálogo entre la poesía y la ciencia, Azcuy se propone ahondar la diferencia que las separa, señalando rasgos diversos de la visión poética y la concepción científica del mundo. Llama a la primera visión cálida y participativa, y a la segunda visión fría y distante. Si la segunda ha terminado por imponerse como generadora de cambios técnicos y prácticos en el mundo euro-norteamericano, la primera es sostén de milenarias culturas, vía familiar al artista de toda época.

Hace Azcuy una nítida descripción de la visión poética, caracterizándola como una mirada reveladora que abre camino a experiencias trascendentales, lo cual lo conduce a hablar de conciencia axil, estados incondicionados de la mente, y actitudes que recrean ancestrales legados, incluido el cristianismo.

En el campo antagónico, conducido por la concepción científico técnica, asoma la imagen de un hombre "unidimensional", proclive a la satisfacción hedonista a través del consumismo, el culto de los sentidos y la desmemoria histórica.

No obstante tal antagonismo, el autor rescata un modo más profundo de ciencia que rechazando el "cientificismo" amplía sus límites hacia la filosofía y la poesía. Partiendo de descubrimientos teóricos eminentes sobre el universo, la materia y el tiempo, esa ciencia ha disuelto los conceptos del materialismo y el objetivismo puro. "De la ciencia a la gnosis" es el título de uno de los apartados más interesantes de este capítulo.

En el título "Un estado cuántico de infinitas posibilidades" Azcuy presenta el enfoque de la física:

La realidad, nos dice Jean Charon, es un sustrato ondulatorio, continuo y multidimensional, que puede ser aprehendido a través de dos vías perceptivas. La sensorio- motriz, condicionada por múltiples factores cósmicos y biológicos, que ordena el universo en un marco particular, y la captación intuitiva que se extiende al océano continuo y sólo es posible por la existencia de una segunda realidad que también puede hacerse presente a los sentidos mediante símbolos y signos que activen nuestra percepción ordinaria actuando como "puentes" a lo real- desconocido. Mientras la percepción habitual transforma lo continuo en discontinuo (lo secciona, lo "tabica" y lo recompone en una aparente unidad) la intuición capta directamente lo continuo. Se articulan así dos maneras de "ver" la realidad. El nivel material del mundo proporciona "señales" discontinuas, suministra un número finito de informes ordenados en espacio-tiempo; la segunda realidad que subsume en su ámbito multidimensional a la realidad conocida, es aprehendida fugazmente generando una abstracción metafísica que halla su causa inteligible en el lenguaje simbólico . El lenguaje objetivo y el lenguaje simbólico aparecen entonces como las formas expresivas que corresponden a ambas aprehensiones. La experiencia incondicionada o clímax, como la denomina Laslow, constituye sin duda, el mayor grado de modificación de la conciencia en su avance hacia un punto de referencia axil. La "reintegración en la unicidad" de los místicos o la "peregrinación al yo trascendental" de los poetas, es el "salto" cualitativo al que la física cuántica denomina "acceso a una conciencia original de potencial puro", es decir, la inmersión en un estado cuántico donde ya no hay materia ni psiquis, sino sólo potencial de intención. Mediante ese "estado alterado" la conciencia experimenta como uno y lo mismo tiempo y eternidad, apariencia y realidad, Samsara y Nirvana. El experimentador no vive ya su entorno como separado sino como una totalidad de múltiples vías, abiertas a la opción intencional. Luego la subestructura racional reduce y enmarca esa "participación afectiva" y desarrolla las arquitecturas simbólicas que podrán servir de punto de partida a complejas nocionalizaciones. Desde la perspectiva sensoriomotriz el mundo experimenta de determinada manera; desde la experiencia poética se vivencia naturalmente de otra. (pp. 50-51)

La obra de Borges accede a esta "zona" de lo real a través de figuras acuñadas por la Cábala, mientras, por ejemplo, la de Julio Cortázar lo hace preferentemente a partir de la vivencia personal, contemplada y analizada. Eduardo Azcuy es plenamente consciente de esta relación de las artes con experiencias límite que ha expuesto y analizado en un libro de póstuma publicación, Asedios a la otra realidad (1999).

El enmarcamiento ético dado a la contrastación de los polos místico-poético y científico-técnico no es suficiente para abarcar los problemas que la ciencia actual ha planteado al hombre. Temas tan discutibles como la experimentación nuclear, la manipulación genética, la clonación, etc. se vuelven cada día más acuciantes desde los años en que escribió el autor, ya próximo a su muerte acaecida en 1992. La última década del siglo vio crecer la sombra de antiguas premoniciones sobre el destino del hombre. Ello condujo al autor a afirmar desde América Latina su "Juicio ético a la revolución tecnológica". Los mismos temas y perspectivas se reiteran en la 3a. parte del libro donde se incluyen entrevistas al autor de Armando Almada Roche y Luis Mainelli.

La 4a. Parte del libro "Mirar desde el sur. América Latina frente al siglo XXI", adquiere un sentido didáctico y admonitorio al estar dirigida a los jóvenes, protagonistas del nuevo tiempo. Se acentúa aquí el "pensamiento situado" del escritor que asume la identidad de los pueblos hispanoamericanos, y su peculiar ubicación entre el mundo "hiperdesarrollado" y las culturas antiguas o semi-modernas del que fuera llamado Tercer Mundo.

Recuerda Azcuy:

que la visión poética, fundamento de todas las culturas, fue perdiendo consenso en Occidente en tanto se acentuaba, a partir del siglo XVI, la concepción filosófico-científica elaborada por el pensamiento moderno. La ruptura entre mythos y logos, entre lo real y lo conocido, no dejó de profundizarse: la modernidad racionalista creó pautas inapelables y paradigmas excluyentes. El mundo civilizado impuso su poder militar y económico, juntamente con sus paradigmas culturales, etnocéntricos y autoritarios, negándose a parangonar otras identidades y modos de comportamiento. El orgullo racista del hombre europeo lo condujo a civilizar a los "bárbaros" no-occidentales ejerciendo un desembozado imperialismo epistemológico. Aún hoy, el Occidente se resiste, sobre todo en sus manifestaciones neopositivistas, a admitir el principio de pluralidad de las formas culturales. En el pensamiento poético no advierte más que retraso, dogmatismo, disvalor o en el mejor de los casos un ejercicio compensatorio. Pretende ignorar que las culturas poseen núcleos originarios de sentido, que el sustrato mítico-simbólico conforma una realidad insoslayable. Que el hombre sin más posee capacidades de aprehensión que han sido en gran medida domeñadas por la hipertrofia de un modo peculiar de organizar la realidad. Quienes revelan estos hechos y describen las actitudes cognitivas de las distintas sociedades, a partir de una comprensión no prejuiciada, señalan la primacía alternativa de dos modos de conocimiento determinados por la mayor o menor gravitación de lo intuitivo o lo conceptual. El universo de las culturas es, sin ninguna duda, pluridimensional y toda interpretación reductiva o represiva que exalte una forma de pensamiento a la condición de esencia o matriz de cualquier otra, como pretende la modernidad, se convierte en una gestión autoritaria y compulsiva. (p. 49).

Indudablemente en este antagonismo étnico y filosófico existen mediadores; fueron principalmente los escritores, los pensadores, los artistas, quienes marcaron en la Europa iluminista la vigencia de un retorno a las fuentes, desde Giambattista Vico y Blaise Pascal a Martin Heidegger y Hans-Georg Gadamer, acompañados por vasta familia de poetas y novelistas. Vuelve a citar Azcuy al físico Jean Charon en su descripción de dos circuitos de conocimiento:

El circuito intuitivo que revela la actividad de una subestructura originaria de la psique que permite abrir "puertas en el muro" de la captación sensorial y el circuito sensoperceptivo ordinario, distanciador, de naturaleza sistemático-acumulativa que se despliega incesantemente en sentido horizontal. La visión poética es básicamente participante (con la naturaleza, con los otros hombres, con los núcleos de sentido) y al intentar abarcarla en términos socio- históricos podría señalarse que, en gran medida, impregna la mentalidad de los pueblos no-occidentales. La concepción causal- mecánica es aislacionista (diferenciada ante la naturaleza, individualista frente a los otros, negadora de la trascendencia) y distingue principalmente la actitud mental de los países desarrollados del Hemisferio Norte. Esto no quiere decir que la visión poética no se manifieste y exprese de mil maneras en el ámbito occidental ni tampoco que el pensamiento racionalista no gravite y se afiance especialmente a partir de la expansión imperial europea en vastas regiones del Tercer Mundo. Los matices son infinitos y los esquemas son siempre riesgosos, pero tomando la debida distancia, lo advertible es que la manera de intuir el mundo otorga sentido al entramado cultural, estructura la vida del hombre y orienta su actividad en el mundo. En realidad esta doble postura epistemólogica es la central en la historia. O el hombre es un ser trascendente que "participa" en el universo vivo, abierto a múltiples dimensiones (de ahí su libertad y su capacidad de opción) o el hombre es un mero factor social, agónico y finito que transita la horizontalidad de una historia mecánica. Esta situación es clave en el enfrentamiento que protagonizan el Norte y el Sur, el Occidente moderno y los pueblos de culturas no-occidentales o parcialmente occidentales La raíz de esta divergencia, mas profunda que lo técnico, lo económico o lo geográfico, radica, básicamente, en la oposición de ambas perspectivas del mundo. De acuerdo con cada una de ellas el entramado genera alternativas y propone distintos estilos y emergentes políticos (pp. 49-50).

En síntesis, el hombre de la modernidad posee, según Azcuy, una visión "fría", que tiende a interponer entre el sujeto y la realidad la retícula de un sistema adquirido de ideas. "Su lectura de lo real, a la que pretende cualitativamente superior y hegemónica, es causalista, fragmentaria y reductiva. Separa y distingue describe lo real- conocido, se expresa mediante un lenguaje supuestamente "objetivo". Ese circuito -siempre alterado o negado por el escritor- se mueve en función de delineaciones, definiciones y delimitaciones construidas por los acuerdos consentidos.
En suma, el pensamiento lógico-racional , aunque enmarcado en fronteras biológicas cuya raíz es irracional, permanece enmarcado en las coordenadas habituales de espacio y tiempo. Es un pensamiento que "des-anima" el mundo, como única forma de dominarlo. Su deseo no es "participar", sino distanciarse y poseer. Avanza hacia la "objetividad" ilimitada por el camino de la mecanización." En cambio, las sociedades no-occidentales ofrecen el modelo de otra visión:

más allá del nivel de conciencia ordinario, prevalece una visión "cálida" que asedia lo real-desconocido, intenta describirlo mediante un lenguaje simbólico y genera la certeza en un universo vivo, interconectado por correspondencias sutiles, por lazos vitales de orden cualitativo. Esta disposición aprehensiva facilita la apertura hacia lo "continuo", hacia los significados-raíces y apunta a una comprensión más amplia y totalizadora del mundo. Es el camino del asombro, de la poesía, del arte (p. 50).
La filosofía posmoderna fue la respuesta europea a la caída del muro de Berlín, el fracaso de las ideologías y el supuesto fin de la historia decretado por los observadores de la pax imperialista. Es sin duda un pensamiento que describe situaciones más que instalar principios; defendiéndose de los "fundamentalismos" de consecuencias bélicas, prefiere ser un "pensamiento débil", predicar metas módicas, mantener cierto elogio de las artes en un mundo que progresivamente las destruye, ser cómplice de la "globalización" tecno-económica.

La obra de Eduardo Azcuy desnuda las limitaciones de este tramo supuestamente filosófico, y con el apoyo de grandes humanistas de Europa y América enfatiza el desafío del siglo XXI. Para nosotros, comprometidos con América Latina y su proyecto histórico de integración subcontinental, la respuesta es ética y cultural. Se impone desocultar el destino del ser latinoamericano, reconstruir un tipo de hombre que asegure en el tiempo la permanencia y la continuidad de una historia, de una identidad, de un protagonismo inexcusable en el milenio que adviene (p. 107).

Ya puesto a fijar algunos puntos concretos en esta dirección, el autor los resume así: revitalizar la persona moral, promover una educación humanista, recuperar el sentido dinámico de la propia tradición, valorizar el arte como emergente y motor de la simbólica colectiva. El siglo XXI, según Azcuy, verá surgir por encima de luchas y conflictos la Nación Sudamericana imaginada por Bolívar, San Martín, Artigas y Martí en el siglo XIX.

Se suma Eduardo Azcuy al rumbo que prevalece en las más importantes creaciones latinoamericanas de las recientes décadas. Más allá de una cuota innegable de voluntarismo, hay en ellas un pensar situado que les permite reconocer la singularidad y el destino histórico de América Latina. En tiempos de nivelación y vaciamiento cultural como los que ha desencadenado la "globalización" tecno-económica, visualizan al Nuevo Mundo como reserva espiritual para la humanidad.



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07. El pensamiento simbólico
en la última obra
de Eduardo A. Azcuy1

Graciela Maturo


Eduardo Azcuy (1926-1992) es un poeta y pensador que no ha merecido aún toda la atención que merece, hecho que no es raro en un medio intelectual que tiene actualmente muy poco estímulos. Su último libro, póstumamente editado, encierra a mi juicio, un grupo de ensayos audaces en su propuesta y rigurosos en su fundamentación, una síntesis de su pensamiento, que se prodigó a partir de la década del `50 a través de un doble cauce: la poesía y la teoría poética.

Azcuy es fundamentalmente un poeta, y con ello quiero certificar que el poeta es un hombre de conocimiento y no el que entretiene con imágenes bellas a la sociedad. Pero no todo poeta alcanza a proponer un espejo reflexivo de su propio quehacer, legitimándolo como vía de conocimiento y abriendo un diálogo con otros tipos de discurso como lo hizo Azcuy.

Produjo tres libros de poesía, dos de ellos en plena juventud, Poemas para la hora grave y Poemas existenciales, y el tercero, Persecución del sol, en su madurez. Su poesía muestra al escritor tempranamente desvelado por el sentido de la vida y la muerte, la búsqueda del sentido, y la conciencia del poetizar como ejercicio simbólico inherente a la plena realización humana. En tanto escribía esos poemas y durante toda su vida, Azcuy fue un lector infatigable de la filosofía antigua y moderna, de obras de antropología, religiones, psicología profunda y ciencias en general, disciplinas a las que sumaba el aporte de su propia experiencia poética, es decir de una intuición viviente sobre toda realidad, y de una aguda introspección.

Esta atención a los procesos interiores lo condujo a evaluar permanentemente el proceso poético, y a constituirse en defensor de la relación poesía-verdad, una relación negada por la Ilustración europea y luego revalorada por la fenomenología en el siglo XX.

Su obra El ocultismo y la creación poética, publicada en 1966 y premiada al año siguiente por la Sociedad Argentina de Escritores en la Fiesta de las Letras, fue reeditada en 1982 en Venezuela por iniciativa del poeta Juan Liscano, y ha llegado a ser un libro de cabecera para muchos poetas del continente.

Autodidacta - como lo fueron muchos de nuestros grandes, desde Lugones a Arlt, Marechal o Borges- Azcuy se sentía pulsado por una honda y diversificada inquietud gnoseológica que lo llevó continuamente a sobrepasar el marco libresco en aventuras poéticas y vitales.

Se convirtió en estudioso de las tradiciones, indagador de ritos y mandalas de diferentes culturas, estudioso de mitos antropogónicos como lo muestra su libro Los dioses en la creación del hombre, en vías de ser reeditado.

Su libro Arquetipos y símbolos celestes contiene algunos de sus trabajos más importantes sobre el tiempo, el hombre y el símbolo. Últimamente fue para mí una satisfacción el comprobar que dos estudiosas latinoamericanas, la chilena María Eugenia Urrutia y la ecuatoriana Zheila Henriksen habían consultado con provecho este libro para sus respectivos trabajos, una sobre Rosamel del Valle y la otra sobre Borges y Cortázar.

Esta nueva obra viene a certificar lo que para los estudiosos de las letras es casi un tópico, un lugar común: la otra realidad. Tipificada como un motivo literario, reiterada como un "lugar" poético y añorado, la imagen de otra realidad es una constante de la poesía antigua y moderna. Sólo una mente desprejuiciada y tocada por la Poesía puede otorgar realidad de verdad a la imagen estética.

Buscaba Azcuy, y este libro lo pone de manifiesto, caminos de convergencia e integración entre modalidades distintas del conocer. Prestaba oído a las conquistas de la ciencia física y biológica, sin pretensión de compartir lo más íntimo de un santuario que había venido a sustituir para muchos el de la fe, las mancias, e incluso el arte y la poesía que surgieron como herederos de un pensamiento no racional. En Eduardo Azcuy prevaleció siempre el equilibrio, tan ajeno a la tentación irracionalista como a los excesos de esa otra forma de locura que mecaniza el pensamiento racional, elimina el sueño y la fantasía, o resta significación al sentimiento.

Había estudiado profundamente el proceso creador de grandes poetas europeos que fueron los maestros de la generación del 40, de la cual ambos nos sentimos discípulos y seguidores; esos maestros eran los metafísicos ingleses, los románticos alemanes y franceses, los simbolistas y post-simbolistas: Novalis, Hölderlin, Nerval, Rimbaud, Rilke. También leyó con admiración a Lugones, Borges, Marechal y Sábato.

A Arthur Rimbaud dedicó el escritor su último libro publicado en vida, Arthur Rimbaud: la rebelión fundamental, que editó en 1991 el poeta Víctor Redondo, como contribución al Centenario de la muerte del poeta de las Iluminaciones. Le dio honda satisfacción ver editado ese libro en cuyos capítulos, parcialmente publicados, había trabajando desde su juventud.

El giro de su pensamiento, finalmente volcado a líneas antiguas y tradicionales, fue marcado fundamentalmente por su lectura de Federico Schelling, el gran pensador romántico que en pleno auge de las Luces pretendió constituir una filosofía del mito, y por F.G. Nietzsche, genial acusador del racionalismo occidental. Muchas veces le oí decir que el pensamiento romántico era una cumbre en el devenir de la humanidad. Y su obra lleva la marca de esa filosofía reivindicadora del pensamiento arcaico, de lo oscuro y marginal a la ciencia positiva, lo simbólico y ritual que permanente asedia el poeta a partir de intuiciones prístinas.

No se limitó a alentar estéticamente tales intuiciones. Las revalidó y las defendió, sumándose a esas defensas de la poesía que circulan desde la Antigüedad, pero no en la manera retórica de Horacio y Quintiliano, sino en el modo iniciático de Virgilio y Dante. Ese pensamiento poético, nutrido en la poesía y la filosofía dentro del marco de una fe religiosa, bien podría llamarse seminal como lo denominaba Rodolfo Kusch, de quien fue Azcuy tan amigo.

Asedios a la otra realidad muestra las distancias y también los puentes que relacionan al pensamiento poético, que Azcuy denomina cálido y participativo, con el pensamiento científico, calificado de frío y distante. No ignoraba Azcuy las posibilidades de su integración, siempre ambicionada por los pensadores de todo tiempo, aunque algunos de ellos dieran anticipadamente por concluida la etapa del mito y de las artes. Su planteo profundo consiste en devolver a la órbita del conocimiento y de la vida un orden que permita rescatar lo fundante y primario, colocando en su justo lugar lo reflexivo e instrumental. En sus últimos años juntos fuimos transitando los tramos de esa renovación cultural que ambos reconocimos señalada por la fenomenología de la existencia.

Leía incansablemente a maestros fenomenólogos de la cultura como Scheler y Mircea Eliade, y a un maestro que excede los límites de la psicología como Carl Gustav Jung.

Pero este libro no se limita a plantear cuestiones de alto interés gnoseológico y epistemológico. Lo vemos recorrido, como todo el pensamiento de Eduardo Azcuy, por una preocupación ética y política. Los ensayos, del libro Juicio ético a la revolución tecnológica, publicado póstumamente en 1994 por el sacerdote español Luis Capilla, como los que integran Asedios a la otra realidad, evidencian una constante preocupación humanista.

Eduardo A.Azcuy, se hallaba lejos del perfil de un poeta exclusivamente dedicado a perfeccionar un lenguaje, o del especialista ceñido a determinados temas excluyentes. Por el contrario, fue un hombre hondamente comprometido con la situación del hombre y con la humanidad por venir en nuestro tiempo conflictivo. Lo obsesionaba el futuro de la juventud, lo desvelaba la idea de construir defensas para la cultura ante la posibilidad de un tiempo de barbarie tecnológica o de pérdida de objetivos realmente humanos.

Prestó atención a los mensajes de una ciencia de avanzada que parece hacer suyas las afirmaciones de antiguos legados, intuiciones metafísicas, o experiencias llamadas sobrenaturales, pero sobre todo puso oído en su propio corazón, inflamado de amor, voluntarismo y generosidad.

Más allá de sus aciertos puntuales, este libro tiene el mérito de constituir un ámbito de discusión, un lugar desde donde otear desprejuiciadamente los caminos de la cultura, una advertencia sobre la cerrazón, los autoritarismos de un lado u otro, la trivialización o la mecanización de la vida. Estos planteos evidencian su posición avizora en el momento de la gestación del libro, es decir la década del 80.

La obra de Eduardo Azcuy mantiene su vigencia en los inicios del nuevo milenio, siempre visto por nuestros coetáneos como una frontera o límite, o como el posible comienzo de un nuevo tiempo cultural.


1. Reseña a Asedios a otra realidad publicada originalmente en Revista Trama De La Cultura Y La Política, Nº8.





08. Eduardo Azcuy y el Proyecto Latinoamericano 
hacia el Nuevo Milenio
Graciela Maturo




I- La transmodernidad hispanoamericana. 

Lo que he dado en llamar transmodernidad hispanoamericana es a mi juicio el modo particular con que asumieron  los pueblos de la América Latina, anacrónicos en su desenvolvimiento científico-técnico, las transformaciones de la Modernidad. El rasgo característico de los pueblos hispánicos ha sido filosófico y artístico, no científico ni práctico. En tal sentido coincido  con lo asentado por Iber Verdugo (1984) cuando asignó a la cultura hispanoamericana un carácter dominantemente ético  que se expresa en sus manifestaciones literarias.

Se ha observado suficientemente en ese amplio conjunto de cartas, documentos y crónicas del siglo XVI que constituyen nuestras escrituras liminares (y asimismo la memoria escrita de tradiciones orales americanas), la presencia de un ethos moral que enjuicia a la Conquista, censura los abusos del poder,  desnuda la conciencia individual de culpa y marca el rumbo de la confluencia de culturas (Silvio Zavala, Lewis Hanke, Leopoldo Zea et al.), creando  una conciencia identitaria que ha sido el eje de las letras hispanoamericanas.

Fundamentalmente  religiosa en los tiempos de la Colonia,  esa conciencia de identidad atraviesa, juntamente con la propia España  del siglo XVIII, una atmósfera liberal y progresivamente laicista que no por ello  abandona su perfil ético, su vocación de reconocimiento ante la cultura del otro, su compromiso con la libertad y la justicia.  José Martí fue en el siglo XIX  el máximo ejemplo de eticidad, entrega a la causa de su pueblo y permanente prédica orientadora en favor de la identidad hispanoamericana.  La herencia humanista adquiere visos particulares en el siglo XX, con una creciente  tendencia a la reivindicación de lo negado u oculto en la cultura americana. El escritor se convierte en un operador cultural  (Octavio Paz) y  la obra literaria  en un espacio de  transculturación (Angel Rama). Una amplia serie de obras de creación y reflexión han desplegado esa conciencia despierta del escritor, que hace  de la ficción y la metáfora - vías ambas metafóricas- un instrumento  de conocimiento, en franca oposición a  la teoría inmanentista de lo literario.

Las obras de Darío, Lugones, Vallejo, Neruda, Rosamel del Valle, José Gorostiza, Carlos Pellicer,  Ricardo E. Molinari, Olga Orozco, Juan Liscano, por citar algunos de los grandes poetas americanos de este tiempo, entrañan un mensaje humanista que es importante considerar como  orientación en los tiempos difíciles. Igualmente plenos de sapiencia, eticidad y juicio histórico se hallan las novelas y ensayos de Vasconcelos, Gallegos, Asturias, Uslar Pietri, Carpentier, Rulfo, Elena Garro,  Arciniegas, Marechal, Cortázar, Lezama Lima, Roa Bastos, José María Arguedas, Onetti, Sábato, Tizón, Moyano,  García Márquez, María Granata, Libertad Demitrópulos, Di Benedetto, Octavio Paz, Abel Posse.

La  calidad de la novela y el ensayo en la América hispánica, sin pretender aquí extendernos a la  rica literatura lusoamericana, podría llevarnos a incurrir en amplísimo  catálogo. Cada ciclo novelístico, cada ciclo de ensayos, se halla traspasado por inquietudes  acordes con la evolución de la historia, y recorrido por una pregunta por el hombre, su raíz, su destino metafísico e histórico. De modo manifiesto o implícito la identidad hispanoamericana  se reafirma en las páginas de nuestros mayores escritores.  

Era esperable que, luego de la gran oleada  del discutido descubrimiento de América, que suscitó un importante ciclo de revisión histórica y textual e igualmente  de creación literaria, se produjera un nuevo ciclo de creación y reflexión alrededor del tema más acuciante de nuestros días: la crisis de fin del capitalismo y la incógnita del Nuevo Milenio.


-La crisis de fin del milenio y la respuesta latinoamericana. 


La crisis de los tiempos actuales no es meramente una más entre las sucesivas crisis históricas que ha sufrido la humanidad. Para algunos  se trata de un cambio sustancial que afecta a la naturaleza misma del hombre, a su modo de conocer e instalarse en el mundo, y en consecuencia una transformación que no podrá ser asumida ni continuada por todos. Para otros se trata de una crisis terminal, que ha puesto al hombre al borde de su supervivencia en el planeta.  La revolución social aparenta haber fracasado en el mundo, pese a la legítima subsistencia de sus ideales e incluso su práctica en distintos lugares del planeta. En el marco del llamado «capitalismo tardío» sólo ha triunfado la  revolución científico-técnica, con su secuela de bienes y de males sociales.

El siglo XX produjo la revolución social, luego diversificada  en la revolución de la mujer, de los jóvenes, de las minorías. Fue el tiempo de apogeo y crisis de la modernidad, con dos guerras mundiales seguidas de la guerra fría entre potencias, y la subsiguiente caída del  socialismo. Pero una revolución de orden distinto se gestaba en el seno de nuestro tiempo; la revolución cibernética. La técnica hizo posible la realización de una «utopía» científica que desplazó o envolvió a la utopía social: se impuso un nuevo orden económico  aliado de  la expansión comunicacional y ello trajo cierto grado de desarrollo para pueblos llamados periféricos, con la marginación de  continentes enteros. La revolución tecnológica, que trajo innegables beneficios en el campo de la medicina, el trabajo intelectual y otros aspectos de la vida,  cambió el estilo cultural  de los pueblos y gestó  graves consecuencias de desigualdad social, desocupación o mecanización. Nuestros mayores escritores han enjuiciado esta etapa y avizorado su continuidad en el siglo XXI, algunos de ellos con tintes verdaderamente sombríos.

Leopoldo Marechal atribuyó una ineludible  misión al escritor de su tiempo y del futuro. Su Poema de Robot (1966) dramatiza  la acción mecanizante de Robot, (figura-símbolo tomada del checo Karel Kopec), destructor de la cultura humanista y por lo tanto del arte. Despertado  por la musa de la Poesía, el poeta advierte que su misión es despertar a sus compatriotas. El mismo Marechal en toda su obra adoptó una actitud docente y constructiva, devolviendo al arte la funcionalidad  que tenía para los antiguos.

En esa misma década, cuando sobre los poco industrializados países de América Latina empezaban a volcarse los signos de la revolución post-industrial, un escritor costeño, es decir provinciano en Colombia, publica Cien años de soledad, esa fabulosa saga americana que bien puede ser tomada como un manifiesto de nuestras dolorosas carencias e identidad. Ya lo había manifestado su autor en las tres novelas anteriores, pero ésta lo dio a conocer al mundo.

Mientras tanto el escritor argentino Antonio Di Benedetto advertía, con su novela El silenciero, sobre el avance de un monstruo sin rostro que avasallaba el espacio realmente humano.

Octavio Paz no cesó hasta su muerte -aunque su discutible decisión política parecía enfrentarlo con sus propias advertencias- de señalar los aspectos negativos de la cultura posmoderna que ha acompañado a la civilización tecnológica. Predicaba, en términos heideggerianos, esa Kehre o vuelta, tan mal comprendida por muchos de sus lectores y críticos, que consiste en un entero vuelco del ser hacia su origen para asumir la tarea de generar un nuevo tiempo.

Ernesto Sábato, que inició su crítica al universo tecno-científico con su obra Hombres y engranajes, produjo en 1998 su libro Antes del fin,  donde reúne junto con recuerdos  autobiográficos, una amarga evaluación de los tiempos presentes, que crearon  grandes masas de consumidores en contraste con enormes grupos desposeídos y miserables. Pero su crítica va más allá de la inequidad social y económica: ataca el fondo mismo de una cultura vaciada, trivializada, reducida a la impostación de mensajes falaces,  el ruido, la idolatría del cuerpo, los falsos modelos. Su último libro La Resistencia  (2000) profundiza este planteo y se abre decididamente a un humanismo ético-religioso.

Dentro del ciclo de la revisión de la Conquista y más allá de él se ubica Abel Posse, el  novelista argentino que con mayor tenacidad y hondura ha fustigado la etapa de la globalización tecno-económica. Por su parte el poeta Luis María Sobrón  intenta internarse en el tiempo venidero anunciando la misión salvífica del arte y el artista. Sobre el vaciamiento de la cultura, y acaso inhibido de anunciar una renovatio religiosa, Sobrón retoma la idea de Dostoievski: sólo el arte salvará al mundo.

La  imagen del siglo XXI adquiere contornos temibles o subyugantes, cargada de los temores y esperanzas que alienta la humanidad, siempre y a pesar de todo volcada a pensar su destino y supervivencia. El nuevo tiempo viene aureolado por profecías y deseos de cambio que no sólo atañen a las estructuras  políticas y económicas  sino a niveles más profundos de lo humano.


II- El pensamiento poético en la renovación de la cultura americana, según  Eduardo A. Azcuy


La obra de  Eduardo Azcuy   Juicio ético a la revolución tecnológica (1994), me parece ejemplar y tipificadora de una visión humanista  hispanoamericana  que revalida el pensamiento poético, la particular mirada del poeta al mundo.

La primera parte de esta obra fue escrita en 1985 y corresponde a un primer examen de la situación latinoamericana en el contexto de la revolución tecnológica. Es el momento en que tal acontecimiento, previsto desde dos décadas atrás, empieza a hacerse presente en la vida cotidiana del hombre latinoamericano, cambiando ya, y abiertamente desde 1990, sus costumbres y estilo de vida.

América Latina, asienta Azcuy, es una cultura mixta, una cultura de síntesis. Esto significa que si bien no parece destinada a participar plenamente del hiperdesarrollo, tampoco se perfila al modo del Islam, como una cultura cerrada.

«La novedad del mestizaje étnico y cultural ha convertido a Latinoamérica en un Mundo Nuevo», América Latina se enfrenta, desde fines de los `80, al Nuevo Orden Mundial que la técnica hizo posible, en una tentativa de mundialización de la economía que no registra precedentes. No es este, desde luego, un ideal desechable, por el contrario es inherente al proyecto  universalista que ha prosperado en distintas formas a lo largo de la civilización occidental. Sin embargo, su aplicación ha profundizado la desigualdad de los continentes y generado, en su seno, insalvables desarmonías.

Más aún, admitiendo  cierto éxito ordenador de las economías y el desarrollo, plantea Azcuy la relegación del concepto humanista de desarrollo y su reemplazo  por la homogeneización cultural, la tecnolatría y la destrucción del habitat natural del hombre. Transcurridos algunos años de experiencia de la llamada «globalización», aún no ha podido corregirse el «desempleo estructural» ni frenarse la «voracidad insolidaria del proyecto transnacional» (Azcuy, 1994, p. 25).

Habla el escritor  del «etnocidio electrónico» que desecha la creación cultural de las 3/4 partes de la humanidad en función de privilegiar un modo único y absorbente de civilización, impuesta como modelo a través de la red comunicacional más abarcadora de los tiempos.

Azcuy,  poeta y estudioso del simbolismo y de las complejas relaciones del arte y la ciencia, expone en la segunda parte del libro, «La revolución científico tecnológica: Una visión desde el pensamiento poético», las limitaciones de la idea del progreso y los alcances de la crisis  mundial. No deja de observar los peligros de la  relación -ya insinuada en su aplicación concreta a la vida de los pueblos- entre cambio tecnológico y totalitarismo.

Nutrido en el antiguo gnosticismo que no ha cerrado nunca las posibilidades de diálogo entre la poesía y la ciencia, Azcuy se propone ahondar la diferencia que las separa, señalando los rasgos diversos de la visión poética y la concepción científica del mundo. Llama a la primera visión  cálida y participativa, y a la segunda  visión fría y  distante.

Si la segunda ha terminado por imponerse como generadora de cambios técnicos y prácticos en el mundo euro-norteamericano, la primera es sostén de milenarias culturas, vía familiar al artista de toda época.

Hace Azcuy una nítida descripción de la visión poética, caracterizándola como una mirada reveladora que abre camino a experiencias trascendentales, lo cual le conduce a hablar de «conciencia axil», estados incondicionados de la mente , y actitudes  que recrean ancestrales legados, incluido el cristianismo. En el campo antagónico, conducido por la concepción científico técnica, asoma la imagen de un hombre  «unidimensional», proclive a la satisfacción hedonista a través del consumismo, el culto de los sentidos y la desmemoria histórica.

No obstante tal antagonismo, el autor  no deja de rescatar un modo más profundo de ciencia que rechazando el «cientificismo» amplía sus límites hacia la filosofía y la poesía. Puesta en marcha con descubrimientos teóricos eminentes sobre el universo, la materia y el tiempo, esa ciencia  ha disuelto  los conceptos del materialismo y el objetivismo puro.  «De la ciencia a la gnosis» es el título de uno de los apartados más interesantes de este capítulo.  En el título «Un estado cuántico de infinitas posibilidades»  Azcuy nos presenta el pensamiento de la física: «La realidad, nos dice Jean Charon, es un sustrato ondulatorio, continuo y multidimensional, que puede ser aprehendido a través de dos vías perceptivas. La sensorio- motriz, condicionada por múltiples factores cósmicos y biológicos, que ordena el universo en un marco particular, y la captación intuitiva que se extiende al océano continuo y sólo es posible por la existencia de una segunda realidad que también puede hacerse presente a los sentidos mediante símbolos y signos que activen nuestra percepción ordinaria actuando como «puentes» a lo real- desconocido. Mientras la percepción habitual transforma lo continuo en discontinuo (lo secciona, lo «tabica»  y lo recompone en una aparente unidad) la intuición capta directamente lo continuo.

Se articulan así dos maneras  de «ver» la realidad. El nivel material del mundo proporciona «señales» discontinuas, suministra un número finito de informes ordenados en espacio-tiempo; la segunda realidad que subsume en su ámbito multidimensional a la realidad conocida, es aprehendida fugazmente generando una abstracción metafísica que halla su causa inteligible en el lenguaje simbólico.

El lenguaje objetivo y el lenguaje simbólico aparecen entonces como las formas expresivas que corresponden a ambas aprehensiones.

La experiencia incondicionada o clímax, como la denomina Laslow, constituye sin duda, el mayor grado de modificación de la conciencia en su avance hacia un punto de referencia axil. La «reintegración en la unicidad» de los místicos o la «peregrinación al yo trascendental» de los poetas, es el «salto» cualitativo al que la física cuántica denomina «acceso a una conciencia original de potencial puro», es decir, la inmersión en un estado cuántico donde ya no hay materia ni psiquis, sino sólo potencial de intención.      

Mediante ese «estado alterado» la conciencia experimenta como uno y lo mismo tiempo y eternidad, apariencia y realidad, Samsara y Nirvana. El experimentador no vive ya su entorno como separado sino como una totalidad de múltiples vías, abiertas a la opción intencional. Luego la subestructura racional reduce y enmarca esa «participación afectiva» y desarrolla las arquitecturas simbólicas que podrán servir de partida a complejas nocionalizaciones.  Desde la perspectiva sensoriomotriz el mundo experimenta de determinada manera; desde la experiencia poética se vivencia naturalmente de otra.»                  

Si la obra de Borges accede a esta «zona» de lo real a través de figuras acuñadas por la Cábala, la de Julio Cortázar lo hace preferentemente a partir de la vivencia personal, contemplada y analizada. Eduardo Azcuy es plenamente consciente de esta relación de las artes con experiencias límite que ha expuesto y analizado en un libro de póstuma publicación, Asedios a la otra realidad.

El enmarcamiento ético dado a la contrastación de los polos  místico-poético y científico-técnico no es suficiente para abarcar los problemas que la ciencia actual ha planteado al hombre. Temas tan  discutibles como la experimentación nuclear, la manipulación genética, la clonación, etc. se vuelven cada día más acuciantes desde los años en que escribió el autor, ya próximo a su muerte acaecida en 1992. La última década del siglo vio crecer la sombra de antiguas premoniciones  sobre el destino del hombre.  Ello condujo  al autor a afirmar desde América Latina su « Juicio ético a la revolución tecnológica». Los mismos temas y perspectivas se reiteran en la 3a. parte del libro donde se incluyen reportajes al autor de Armando Almada Roche y Luis Mainelli .


La 4a. parte, «Mirar desde el sur. América Latina frente al siglo XXI», adquiere  un sentido didáctico y admonitorio al estar dirigida a los jóvenes, protagonistas del siglo XXI. Se acentúa aquí el  «pensamiento situado» del escritor  que asume la identidad  de los pueblos hispanoamericanos, y su peculiar ubicación entre el mundo «hiperdesarrollado» y las culturas antiguas o semi-modernas del que fuera llamado Tercer Mundo.

Recuerda Azcuy  que  la  visión poética, fundamento de todas las culturas, fue perdiendo consenso en Occidente en tanto se acentuaba, a partir del siglo XVI, la concepción filosófico-científica elaborada por el pensamiento moderno. La ruptura entre mythos y logos, entre lo real y lo conocido, no dejó de profundizarse: la modernidad racionalista creó pautas inapelables y paradigmas excluyentes. El mundo civilizado impuso su poder militar  y económico, juntamente con  sus paradigmas culturales, etnocéntricos y autoritarios, negándose a  parangonar otras identidades y modos de comportamiento. El  orgullo racista del hombre europeo lo condujo  a civilizar a los «bárbaros» no-occidentales ejerciendo un desembozado imperialismo epistemológico. «Aún hoy, el Occidente se resiste, sobre todo en sus manifestaciones neopositivistas, a admitir el principio de pluralidad de las formas culturales. En el pensamiento poético no advierte más que retraso, dogmatismo, disvalor o en el mejor de los casos un ejercicio compensatorio. Pretende ignorar que las culturas poseen núcleos originarios de sentido, que el sustrato mítico-simbólico conforma una realidad insoslayable. Que el hombre sin más posee capacidades de aprehensión que han sido en gran medida domeñadas por la hipertrofia de un modo peculiar de organizar la realidad.

Quienes revelan estos hechos y describen las actitudes cognitivas de las distintas sociedades, a partir de una comprensión no prejuiciada, señalan la primacía alternativa de dos modos de conocimiento determinados por la mayor o menor gravitación de lo intuitivo o lo conceptual. El universo de las culturas es, sin  ninguna duda, pluridimensional y toda interpretación reductiva o represiva que exalte una forma de pensamiento a la condición de esencia o matriz de cualquier otra, como pretende la modernidad, se convierte en una gestión autoritaria y compulsiva.»

Indudablemente en este antagonismo étnico y filosófico existen mediadores, y son principalmente los escritores, los pensadores, los artistas, quienes marcaron en la Europa iluminista la vigencia de un retorno a las fuentes, desde Giambattista Vico y Blaise Pascal a  Martin Heidegger y Hans-Georg Gadamer, acompañados por vasta familia de poetas y novelistas. Vuelve a citar Azcuy al físico Jean Charon en su descripción de dos circuitos de conocimiento:

«El circuito intuitivo que revela la actividad de una subestructura originaria de la psique que permite abrir «puertas en el muro»  de la captación sensorial y el circuito sensoperceptivo ordinario, distanciador, de naturaleza sistemático-acumulativa que se despliega incesantemente en sentido horizontal. La visión poética es básicamente participante ( con la naturaleza, con los otros hombres, con los núcleos de sentido) y al intentar abarcarla en términos socio- históricos podría señalarse que, en gran medida, impregna la mentalidad de los pueblos no-occidentales.

La concepción causal- mecánica es aislacionista (diferenciada ante la naturaleza, individualista frente a los otros, negadora de la trascendencia ) y distingue principalmente la actitud mental de los países desarrollados del Hemisferio Norte. Esto no quiere decir que la visión poética no se manifieste y exprese de mil maneras en el ámbito occidental ni tampoco que el pensamiento racionalista no gravite y se afiance especialmente a partir de la expansión imperial europea en vastas regiones del Tercer Mundo. Los matices son infinitos y los esquemas son siempre riesgosos, pero tomando la debida distancia, lo advertible es que la manera de intuir el mundo otorga sentido al entramado cultural, estructura la vida del hombre y orienta su actividad en el mundo. En realidad esta doble postura epistemólogica es la central en la historia. O el hombre es un ser trascendente que «participa» en el universo vivo, abierto a múltiples dimensiones (de ahí su libertad y su capacidad de opción) o el hombre es un mero factor social, agónico y finito que transita la horizontalidad de una historia mecánica. Esta situación es clave en el enfrentamiento que protagonizan el Norte y el Sur, el Occidente moderno y los pueblos de culturas no-occidentales o parcialmente occidentales. La raíz de esta divergencia, mas profunda que lo técnico, lo económico o lo geográfico, radica, básicamente, en la oposición de ambas perspectivas del mundo. De acuerdo con cada una de ellas el entramado genera alternativas y propone distintos estilos y  emergentes políticos.»

En síntesis, el hombre de la modernidad posee, según Azcuy,  una visión «fría», que tiende a interponer entre el sujeto y la realidad la retícula de un sistema adquirido de ideas. «Su lectura de lo real, a la que pretende cualitativamente superior y hegemónica, es casualista, fragmentaria y reductiva. Separa y distingue describe lo real- conocido, se expresa mediante un lenguaje supuestamente «objetivo». Ese circuito  se mueve en función de delineaciones, definiciones y delimitaciones  construidas por los acuerdos consentidos.

Permanece instalado en las coordenadas espacio- temporales impuestas por las fronteras biológicas. Su pensamiento «des-anima» el mundo, única forma de dominarlo. Su deseo no es «participar», sino distanciarse y  poseer. Avanza hacia la «objetividad» ilimitada por el camino de la mecanización.» En cambio en las  sociedades no-occidentales encuentra el modelo de otra visión: «más allá del nivel de conciencia ordinario, prevalece una visión «cálida» que asedia lo real-desconocido, intenta describirlo mediante un lenguaje simbólico y genera la certeza en un universo vivo, interconectado por correspondencias sutiles, por lazos vitales de orden cualitativo. Esta disposición aprehensiva facilita la apertura hacia lo «continuo», hacia los significados-raíces y apunta a una comprensión más amplia y totalizadora del mundo. Es el camino del asombro, de la poesía, del arte» .          

Aparece aquí el tema de la llamada Posmodernidad, hoy parcialmente relegado aunque de soterrada vigencia en ciertos ámbitos intelectuales. La filosofía posmoderna es o ha sido la respuesta europea a la caída del muro de Berlín, al supuesto fracaso de las ideologías y al proclamado  fin de la historia decretado por los observadores de la «pax» imperialista.  Es sin duda un pensamiento que describe situaciones más que instalar principios; defendiéndose de los «fundamentalismos» de consecuencias bélicas, prefiere ser un «pensamiento débil», predicar metas módicas, mantener cierto elogio de las artes en un mundo que progresivamente las destruye, ser cómplice de la «globalización».

La obra de Eduardo Azcuy desnuda las limitaciones de este tramo supuestamente filosófico, y se apoya en grandes humanistas de Europa y América para enfatizar el desafío del siglo XXI. «Para nosotros, comprometidos con América Latina y su proyecto histórico de integración subcontinental, la respuesta es ética y cultural. Se impone desocultar el destino del ser latinoamericano, reconstruir un tipo de hombre que asegure en el tiempo la permanencia y la continuidad de una historia, de una identidad, de un protagonismo inexcusable en el milenio que adviene.»    

Ya puesto a fijar algunos puntos concretos en esta dirección, los resume así: revitalizar la persona moral, promover una educación humanista, recuperar el sentido dinámico de nuestra tradición, valorizar el arte como emergente y motor de la simbólica colectiva. El siglo XXI, según Azcuy, verá surgir por encima de luchas y conflictos la Nación Sudamericana imaginada por Bolívar, San Martín, Artigas y Martí en el siglo XIX. Las principales creaciones de las últimas décadas  afirman este rumbo. Más allá de una cuota innegable de voluntarismo, podemos reconocer en ellas  la visión de  América Latina  como un todo en busca de su plena manifestación histórica.                      


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09. Azcuy y la cultura tradicional
Francisco García Bazán


Conocí a Eduardo Azcuy hace veintisiete años. Entonces fue nuestro primer encuentro personal, porque de nombre nos conocíamos desde antes. Y entramos en contacto frecuente a comienzos de 1977, porque Eduardo, además de un reconocido ensayista y un lector inagotable del pensamiento esotérico, era también un promotor fervoroso y sincero de la cultura nacional. Un intelectual de lecturas amplias y meditadas, de sensibilidad cultivada, que en donde sospechaba que se ocultaba un valor, acudía solícito para promoverlo, olvidándose de sí mismo. En fin, el intelectual argentino llamado a ser el paradigma de un Secretario de Cultura ideal y que, por eso mismo, no lo pudo llegar a ser.
   
Desde nuestro primer encuentro fuimos amigos. Una relación amasada con simpatías profundas y discrepancias de opinión, sostenidas por la lealtad sin pliegues, que es la esencia misma de la amistad. El Eduardo que conocí era una figura que había despertado al éxito literario bastante joven; pero un varón sufrido que soportaba con temple y callada indignación los sinsabores provenientes de un medio cultural y educativo sin rumbo, mezquino y víctima del propio resentimiento y para el que su innata bondad solo tenía respuestas positivas y una confianza inalterable.
   
Recuerdo vivamente un encuentro casual de diciembre de 1988 durante el mediodía. Tiempos desdichados de exilio interior y de terrorismo intelectual para algunos argentinos. Sí, en plena recuperación democrática, por aquello de Mao, de que “la paz es la continuación de la guerra con otras armas”. Ambos andábamos atareados por la Avenida de Mayo, de una ocupación en otra, sin respiro. Nos detuvimos un momento. A Eduardo lo advertí físicamente desmejorado. Con huellas de cansancio. Más tarde se lo comenté a mi esposa. Pero en los breves instantes de conversación, Eduardo me disparó uno de sus permanentes proyectos, optimista y generoso.- «¿Viste lo que están haciendo con la cultura? ¡Hay que crear premios, premios nuevos, importantes, en Humanidades, en Filosofía, en Letras, en Historia, para que la gente de talento sirva de ejemplo a nuestro pueblo!.» ¿Qué podía hacer este varón sensible, manso y magnánimo en una sociedad que conocía con todas sus arrugas? Cuando se avizoraba el reposo, su ángel le trocó frutos efímeros por otros permanentes.
   
Eduardo Azcuy ha sido introductor en nuestra literatura de poetas esotéricos, ha cultivado las experiencias y el simbolismo de la luz, ha ahondado la naturaleza de los arquetipos, ha vislumbrado los orígenes sagrados de la creación, ha investigado la relación ininterrumpida de los estados del ser y ha denunciado la irrupción tecnocrática y sus fines inconfesados en América Latina. Y todo esto en obras tanto editadas en vida como póstumas: se trata de propuestas afines a la tradición. Susceptible como era a estos hechos y a sus fenómenos mayores, la mística, el esoterismo y la metafísica, se entusiasmaba cuando veía que en nuestro medio se podían cultivar estos dominios.    Conservo entre mis papeles varias cartas que me fue enviando, sucesivamente, a comienzos del año 1983 y que confirman lo dicho:
         
«Querido amigo: hace ya algunos días nos llegó tu libro Neoplatonismo y Vedanta. Estamos muy agradecidos del envío, y muy complacidos de ver los frutos de tu trabajo… Desde luego, no pretendo una adecuada evaluación de trabajo tan erudito, tarea que harán los especialistas. Vimos ya un comentario periodístico, muy elogioso, aunque no realizado en profundidad. Lo que sí puedo decirte es que leeremos el trabajo con paciencia -yo ya lo estoy leyendo, y con gran provecho- pues tanto su tema como su enfoque relacionante nos interesa en grado sumo.
   
De esa doctrina de la materia se nutre toda una línea estética que aflora en el Descenso y ascenso del alma por la Belleza de Leopoldo Marechal, línea que justifica plenamente el arte como lenguaje de lo sensible, al ver un reflejo ontológico en todas las formas del Universo. Esta teoría impregna la creación marechaliana, y es la base de configuraciones  mítico-simbólicas como la catálisis de su personaje Don Juan, o la aventura del caracol de Tifoneades: descenso a la materia, recuperación de su sentido sagrado, reivindicación de la Naturaleza e incluso al vérsela como símbolo de todo ello- reivindicación de la Mujer- Mater- Materia. (En algún momento te haré llegar ciertos sondeos de la obra marechaliana en esta dirección, por si tuvieras tiempo de mirarlos. 
Análogos pasos he constatado en vasta familia que abarca a Rilke, Dante y San Juan de la Cruz).»

Selecciono tres aspectos de la obra de E. Azcuy en relación con el pensamiento tradicional:

1º) La denuncia de una cultura antitradicional representada por el avance desmedido y exclusivo de la conciencia sensorial, empírica y racional de la que se alimentan la ciencia, la tecnología y la filosofía antiontológica, lo que va en detrimento y aniquilación de la conciencia simbólica y en aumento de la insensibilidad para las experiencias de lo maravilloso. Pero por encima de lo tradicional y considerándolo incluso mucho más grave, a mediados de la década de los ´80  Azcuy hacía hincapié en la consecuencia mas nefasta de esta mentalidad, el surgimiento de una verdadera organización contratradicional, el poder transnacional  que fundamentado en intereses pragmatistas, utilitaristas y hedonistas, sustentándose  en un conglomerado de medios económicos, valiéndose de la tecnología y la electrónica y alentada por la política socialdemócrata, ponía en peligro de extinción el presente y el porvenir de la identidad cultural de nuestra América abierta al Espíritu, tratando de reemplazarla por un modelo pseudocultural uniforme y de “integración global”. Oportunamente tuvimos el privilegio de ocuparnos de estos desarrollos del pensamiento de Azcuy (1) y sobre ellos se ha extendido asimismo en este homenaje al Lic. Silvio Maresca, con lo que quedo eximido de superiores comentarios. Hoy se confirma que con estos razonamientos Azcuy nos entregaba el prólogo de una historia que  en la actualidad estamos dramáticamente viviendo.

Los dos aspectos siguientes que trataremos son: 2º) la presencia de lo tradicional en la creación poética y 3º) lo “maravilloso real” y  la tradición en Karl Gustav Jung.

Es apasionante, en el primer sentido, seguir las etapas de Azcuy en sus traducciones de la poesía de Arturo Rimbaud, tarea en la que se cuenta entre los pioneros en la Argentina, y los artículos que dedicó al poeta, cómodamente reunidos más tarde en Rimbaud. La rebelión fundamental.

¿Qué es lo que Azcuy captó primordialmente en el estro del “poeta maldito”, principio conformador de su personalidad de vidente y base que subyace a los indicios ocultistas, orientalistas y esotéricos que señala? Estimo que ha sido la impronta activa en un artista de un arquetipo perdurable. El paradigma del noûs o pneûma, del espíritu exiliado, fuera de sí y oculto en las sombras, el motivo inagotable que el mito gnóstico describe trágicamente como la situación del pneûma caído en la tiniebla o de la sabiduría mancillada que corre de burdel en burdel, pero que cuando adquiere  conciencia, retorna sobre sí, abandona la propia ilusión biopsíquica, despierta en el caos —que se ofrece como el mundo de los sentidos y la razón— lo rechaza como obra de un demiurgo ignorante y nocivo y comienza a balbucear míticamente la plenitud redescubierta adentrándose por el silencio en el seno del Dios real, desconocido e inefable. Y ahora, sí, instalado en el nuevo nivel de conciencia, logrado por la quiebra del orden habitual, se ha hecho posible pasar de la ignorancia al conocimiento, de la oscuridad a la luz, de las pesadillas del sueño al despertar jubiloso. El que conoce se siente en el desorden a su pesar, pero sabe también que la anarquía aunque lo esclaviza y maltrata, no lo cambia, por eso Sofía bajo la figura femenina de Eva-Norea hace mofa de sus pretendidos violadores, que  frustrados mancillan su simulacro. El gnóstico es como el oro -imagen valentiniana preferida- al que oculta el barro, pero no lo mancha y que libre del sometimiento de la ley moralizante, goza -como liberado viviente- de la libertad del espíritu. Por eso el gnóstico puede expresar:

«Somos despreciados por los mundos, aunque ningún interés les prestamos cuando nos difaman. Los ignoramos cuando nos persiguen. Cuando nos insultan, los miramos y guardamos silencio.» (2)

Azcuy ha percibido esta cualidad pneumática invicta como propia del tejido de la creación poética de Rimbaud. Esta experiencia le permite al “poeta maldito” romper el nivel ordinario de la conciencia, descubrirse como un “yo”, otro que el yo psíquico, tocar las profundidades de lo no consciente, un estado diverso que lo conduce a “estar fuera del mundo” y lo lleva en retorno, como extranjero, hacia la patria abandonada o la “pureza salvaje”. Su rebeldía contra el mundo y los hábitos literarios, su grito de “mort à Dieu”, su búsqueda de un lenguaje inédito e imposible de decir y su aspiración, incluso, hacia otro Dios, ignoto,  se inscriben en este principio estructurante. Pero también como conformación de este áspero camino contra la naturaleza traicionada y contra Dios disminuido, su inevitable errancia por un mundo cuyas ilusiones enfrenta, pero que no le da pausa, ni refugio, ni reposo, como un extraño en él. “Su alineación”, como escribe Azcuy, «es semejante a la del hombre-Dios… es un “herético” sin fe que abomina las posturas occidentales y añora… la patria primitiva». Es natural que quien haya experimentado el conocimiento, palpado la plenitud, esté por encima de la fe, y que llevado de su pasión luciferina -“portadora de la luz”- y sobrecogido por el misterio de lo numinoso tenga solo desdén y silencio para el mundo, o sea, para lo ilusorio. Esa alma extraviada entre los hombres se desplazará sin aparente sosiego por los desiertos del amor humano. Pero esa experiencia lograda sin maestros y sin instituciones le ha permitido, “despertar en el alma universal”, acota Azcuy, y de este modo, agregaríamos, ser señor invisible de su cuerpo y de su psique, al participar del gobierno del cuerpo de engaño universal.

El poeta se ha instalado más allá también de los maestros y de las iniciaciones, como la Erminia de Hesse transforma a Harris, Beatriz a Dante y Sophia von Künh a Novalis. Pero el planteo del tema [en relación con la sabiduría (Sophia) de los gnósticos valentinianos y su lenguaje] en vínculo con el “alma del universo” nos introduce en el tercer comentario prometido.

3º Lo “maravilloso real” y la tradición en Jung. En el año 1976, en plena madurez de vida e intelecto, Eduardo Azcuy publica dos libros: El legado extrahumano y Arquetipos y símbolos celestes y póstumamente Asedios a la otra realidad. Una búsqueda de lo metafísico-real. Los tres volúmenes se fundamentan en lúcidas ideas y nutridas lecturas. En el segundo de los escritos aludidos, en el capítulo IIIº titulado: “mándalas de piedra y centro sagrados”, conjeturo que está la clave que nos permite relacionar sin estridencias ni retorcimientos el pensamiento de Azcuy con la cultura tradicional.

René Guénon es el autor que en el siglo XX ha despertado a los argentinos para que reactualicen la idea de la tradición. Guénon siguiendo Amatgioi y junto a Champrenaud y Paul Genty, además de otros, fueron (los) artífices eficaces de lo que se ha llamado, “la tradición del ocultismo por el esoterismo” (3), tarea que ha mostrado las fragilidades del ocultismo frente al esoterismo por una reconsideración del concepto de iniciación basada en la experiencia directa  y el uso sin reservas en relación con ella del aparato erudito. Desde luego que la noción de tradición como la transmisión o entrega de un depósito espiritual a través de la sucesión regular y la lógica distinción entre el nivel esotérico y exotérico que implica, está presente en las tres religiones de origen abrahámico, pero dentro de una concepción del tiempo sagrado irreversible y lineal. Pero Guénon con sus colegas de la Iglesia Gnóstica fundada por Jules Doinel ofrecen la otra parte de la realidad tradicional relegada u olvidada por Occidente por influencia del pensamiento hebreo, la tradición cósmica, aquella que se transmite con el período cósmico actual, precedida por ciclos universales carentes de principio y de fin y que es, obviamente, no personal (apaurusheya) y eterna (sanâtana) como se afirma en el hinduismo. Guénon es contundente cuando se trata de sostener la noción de “tradición” cósmica o universal -o tradición a secas- que se manifiesta en múltiples ramificaciones y estados de pureza. Es, sin embargo, cauto, y no podría suceder de otra manera, cuando se trata de descubrir el origen y desarrollo de los ciclos, períodos o etapas de desarrollo de la tradición universal. Es consciente de la diferencia que media entre el hecho espiritual y su descripción y cuánto excede al hecho y al lenguaje de la conjetura.

Este es el punto precisamente en el que el pensamiento de Azcuy intercepta justificadamente a mi entender, con el estilo y el pensamiento tradicional y lo quiere actualizar en la cultura argentina.

Pero Azcuy es novedoso, en el sentido de original, en su planteamiento y nos ayuda a ver la cuestión desde otro enfoque, desde el ángulo de visión que me permito denominar la “taumaturgia cósmica”. La modalidad cristiana de ascendencia semítica de comprender los símbolos religiosos define a una de las ramas vivientes de la tradición y que desde hace dieciocho siglos orienta un talante propio y completo en su nivel. El símbolo viviente del Hombre-Dios según lo interpreta el cristiano, la concepción teándrica, en general, terminología acuñada por Dioniso el Pseudo Aeropagita, como interpretación religiosa peculiar del aner-theiós, del chamán, del taumaturgo, del mago o “hacedor de portentos”, ha sido monopólicamente acaparada por la cultura cristiana, se ha posesionado de las mentes y ha desterrado sus otros niveles significativos. Azcuy saca del olvido el simple hecho de que la fuente y sede central de lo maravilloso en el cosmos no es el hombre, que es uno de los instrumentos, sino el anima mundi, la raíz y principio de la vida universal. Cuando Azcuy se refiere a lo “maravilloso real” en el fondo esta invitando al lector a que preste atención a esa “natura” que, como decía Heráclito, “le gusta ocultarse” al manifestarse bajo el velo de los fenómenos o apariencias naturales. Está con esta actitud rehabilitando Azcuy en el nivel del ensayo literario, la que fue la experiencia íntima a que convocaban los cultos de misterio y que Platón y Plotino tradujeron también en un plano no iniciático, sino en el de la reflexión filosófica personal.

Captada esta verdad, Azcuy, recurre coherentemente al autor que con mayor constancia y penetración ha investigado en nuestra época las manifestaciones de lo extraordinario a partir de su origen cósmico, el alma del mundo, entendida como energía o potencia virtual autónoma que subyace a los fenómenos de la vida psíquica individual y que se desenvuelve ordenadamente revelándose por sus imágenes: la psique humana en sí misma, equilibrio o estabilidad, estado que logra por autoconciencia, cuando advierte que sus focos orientadores son los arquetipos, los paradigmas estructurantes, impresos primordialmente como huellas ancestrales en la estirpe humana y que conservan el sello de su doble generación, la vitalidad potente de la unión de los contrarios que los impulsó y la configuración de la experiencia humana que los plasmó. Más que humanos e interpsíquicos constituyen el poder conformador de imágenes y símbolos naturales y culturales, sometidos a la corrosión del tiempo, un tiempo que no es cronología, sino corriente móvil de la textura física e interior del mundo y del hombre.

El ser humano, entonces, no solo tiene la posibilidad de romper un nivel de conciencia común, empírico y perceptivo y de elaborar un logos consecuente con este nivel, sino de ser asimismo receptor, cuando se abre a niveles de conciencia suprasensoriales, de mensajes e indicios que pertenecen a otros planos de la realidad y están exentos de los condicionamientos espaciotemporales psicocosomáticos. K. G. Jung con sus investigaciones empíricas y sistemáticas y sus teorías sobre la libido, lo inconsciente colectivo, los arquetipos, las imágenes y los símbolos activos en el psiquismo y la desvitalización cultural de Occidente viene, en sostén de Azcuy, y los análisis de nuestro autor sobre las diversas configuraciones mandálicas, focos de atracción de lo sagrado en los que convergen la arcaica y la tradicional concepción del mundo, mágica, mítica, iniciática y ritual religiosa, dan transparencia a las posibilidades de un desarrollo metafísico de las ideas de Jung, voluntariamente confinadas por el psiquiatra suizo en los límites de la vida natural.

Toda experiencia cósmica y humana de vida hunde sus raíces en la psique, origen inagotable de poder, de vitalidad, de forma y de luz. De esta manera el ámbito de lo “maravilloso real” con sus iniciativas y movimientos autónomos: revelaciones místicas, instalaciones de culto, manifestaciones luminosas, apariciones y conversiones, se harán más visibles o experimentables y menos opacas de acuerdo con el desgaste del tiempo y la descalificación del espacio, pero su capacidad activa de irrupción será inagotable y no dejara de visitar a la humanidad. Pero la potencia que late en la profundidad del Alma, en el seno en que conviven los contrarios, conserva su misterio, un misterio metafísico que sólo es posible de percibir por sus señales.

Azcuy, con un sano realismo y sentido de lo global común, campo del que no queda excluido el miraculum, se resiste a amputar la realidad empírica, la recibe como se le da y nos ofrece instrumentos intelectuales para poder cambiar de óptica y asumir un ángulo de visión que nos permita admitir y coordinar con las restantes experiencias, las del mundo de lo maravilloso, al que acceden la poesía, la religión, la ciencia y la metafísica tradicionales y que obliteran la filosofía racionalista, la teología intelectualista, las ciencias profanas, los hábitos sociales y los usos mentales mecanicistas y globalizadores de la civilización occidental.

Debajo de la bonhomía, de la discreción y del respeto por el saber ajeno, Eduardo Azcuy sabía ocultar modestamente sus riquezas, un depósito que no siempre afloraba para los ojos incautos, tratándose incluso de ojos amigos, pero que una testigo vigilante de su compañía y avivada por la corriente que atrae a lo semejante por lo semejante, por el amor, ha llegado a evocar así:
   
«De ti viene la luz.
Desde tu pecho
sentí que se ordenaba un reinado armonioso.
Era una mariposa que giraba
buscando su martirio.
Yo buscaba una llama,
una trágica hoguera que abrasara mis alas.
Pero ahora me quemo en otro fuego,
en la luz de trasmundo que de tu luz me viene
para hacerme ceniza de amor.»

Graciela Maturo (4)     




NOTAS:

[*] Texto leído por el autor en el Homenaje a Eduardo A. Azcuy realizado en la Biblioteca Nacional el 10 de noviembre de 2003

1.- Cf. F. García Bazán en “Ideas e Imágenes”, La Nueva Provincia, domingo 17-11-1985.
2.- Cf. F. García Bazán, “Resurrección, persecución y martirio según los gnósticos”, en Neoplatonismo-Gnosticismo-Cristianismo, Buenos Aires, 1986.
3.- Cf. J.- P. Laurant, L’ésotérisme chrétien en France au XIX e. siecle, París, 1992.
4.- Cf. Graciela Maturo, El mar se llama ahora con tu nombre, Buenos Aires, 1993.



10. Eduardo Azcuy, un pensador de la Aurora
El pensamiento de Eduardo A. Azcuy 
en su libro Asedios a la otra realidad.

Graciela Maturo 



La obra poética y de pensamiento de Eduardo Azcuy (1926-1992) no ha merecido aún toda la atención que merece, hecho que no es raro en un medio intelectual decaído, que incurre en el olvido de sus mejores protagonistas. Su último libro, póstumamente editado -Asedios a la otra realidad. Kier, 1999- encierra un grupo de ensayos audaces en su propuesta y rigurosos en su fundamentación, que son a la vez  una síntesis de su pensamiento, diversificado a partir de la década del `50 en el múltiple cauce de la poesía, la filosofía y la ciencia.

Azcuy es fundamentalmente un poeta, y con ello quiero ratificar  que el poeta es un hombre de conocimiento y no el que entretiene con bellas imágenes a la sociedad. Pero no todo poeta alcanza a proponer un espejo reflexivo de su propio quehacer, legitimándolo como vía de conocimiento y abriendo un diálogo con otros tipos de discurso como lo hizo Azcuy. Produjo tres libros de poesía, dos de ellos en plena juventud, Poemas para la hora grave (1952) y Poemas existenciales (1954), y el tercero, Persecución del sol (1972), en su madurez. Su poesía muestra al escritor tempranamente desvelado por el sentido de la vida y la muerte, la búsqueda del sentido, y la conciencia del poetizar como ejercicio simbólico inherente a la plena realización humana. Durante  toda su vida, Azcuy fue un lector infatigable de la filosofía antigua y moderna, y de obras de antropología, religiones, psicología profunda y ciencias en general, disciplinas a las que sumaba el aporte de su propia experiencia poética, es decir una intuición viviente y una aguda introspección. Esta atención a los procesos interiores lo condujo a evaluar permanentemente el proceso poético, y a constituirse en defensor de la relación poesía-verdad, negada por la Ilustración europea y  recobrada por la fenomenología en el siglo XX.

Su obra El ocultismo y la creación poética, publicada en 1966, fue  premiada al año siguiente por la Sociedad Argentina de Escritores en la Fiesta de las Letras, con un jurado que presidió el ilustre y también olvidado escritor Lysandro S. Z. de Galtier. Esta obra, que suscitó el entusiasmo del poeta venezolano Juan Liscano, fue reeditada por éste en Venezuela, en 1982, y ha llegado a ser un libro de cabecera para muchos poetas del continente.

Autodidacta - como lo fueron muchos de nuestros grandes, desde Lugones a Arlt, Marechal o Borges-  Azcuy se sentía impulsado por una honda y diversificada inquietud gnoseológica que lo llevó continuamente a sobrepasar el marco libresco en aventuras poéticas y vitales. Se convirtió en estudioso de las tradiciones, indagador de ritos y mandalas de diferentes culturas, y estudioso de mitos antropogónicos como lo muestra su obra Los dioses en la creación del hombre.

Su libro Arquetipos y símbolos celestes (García Cambeiro, 1976) contiene algunos de sus trabajos más importantes sobre el tiempo, el hombre y el símbolo. Últimamente fue para mí una satisfacción el comprobar que dos estudiosas latinoamericanas, la chilena María Eugenia Urrutia y la ecuatoriana Zheila Henriksen, habían consultado con provecho este libro para sus respectivos trabajos sobre Rosamel del Valle, y sobre Borges y Cortázar.

Su preocupación humanista y educativa lo condujo a estudiar en profundidad los efectos no deseables de la era electrónica, que apenas alcanzó a entrever, y a formular graves advertencias que aún hoy guardan actualidad, en su libro Juicio ético a la revolución tecnológica, publicado en España, después de su muerte,  por el Padre Luis Capilla.    

Asedios a la otra realidad, obra publicada a fines del 99, vino a abrir una ventana hacia aquella realidad oculta de la que hablan siempre los poetas. Tipificada como un motivo literario, reiterada como un "lugar" poético y añorado, la imagen de otra realidad es una constante de la poesía antigua y moderna. Sólo una mente tocada por la Poesía puede otorgar realidad de verdad a la imagen, al descubrimiento a-racional, a los vuelos del alma. Buscaba Azcuy, y este libro lo pone de manifiesto, caminos de convergencia e integración entre modalidades distintas del conocer.

Prestaba oído a las conquistas de la ciencia física y biológica, sin pretensión de compartir lo más íntimo de un santuario que había venido a sustituir para muchos el de la fe, las mancias, e incluso el arte y la poesía que surgieron como herederos de un pensamiento no- racional. En Azcuy prevaleció siempre el equilibrio, fue tan ajeno a la tentación irracionalista como a los excesos de esa otra forma de locura que mecaniza el pensamiento racional, elimina el sueño o resta significación al sentimiento.

Había estudiado profundamente el proceso creador de grandes poetas europeos que fueron los maestros de la generación del 40, de la cual ambos nos sentíamos discípulos y seguidores; esos maestros eran los metafísicos ingleses, los románticos alemanes y franceses, los simbolistas y post-simbolistas: Novalis, Hölderlin, Nerval, Rimbaud, Rilke. También leyó con admiración a Lugones, Borges, Marechal y Sábato, y se abrió en sus últimos años a numerosas lecturas sobre ciencia y nuevas tecnologías.

A Arthur Rimbaud dedicó el escritor su último libro publicado en vida, Arthur Rimbaud: la rebelión fundamental, que editó en 1991 el poeta Víctor Redondo, como contribución al Centenario de la muerte del poeta de las Iluminaciones. Le dio honda satisfacción ver editado ese libro en cuyos capítulos, parcialmente publicados, había trabajando desde su juventud.

El giro de su pensamiento, finalmente volcado a líneas antiguas y tradicionales, fue marcado fundamentalmente por su lectura de Federico Schelling, el gran pensador romántico que en pleno auge de las Luces pretendió constituir una filosofía del mito, y por F. G. Nietzsche, genial acusador de la Modernidad.

Muchas veces le oí decir que el pensamiento romántico era una cumbre en el devenir de la humanidad. Y su obra lleva la marca de esa filosofía reivindicadora del pensamiento arcaico, del “logos oscuro” como lo llama Jesús Moreno  Sanz, de lo simbólico y ritual que permanentemente  asedia el poeta a partir de intuiciones prístinas. No se limitó a alentar estéticamente tales intuiciones.

Las revalidó sumándose a esas defensas de la poesía que circulan desde la Antigüedad, pero no en la manera retórica de Horacio y Quintiliano, sino en el modo iniciático de Virgilio y Dante. Ese pensamiento poético, nutrido en la poesía y la filosofía  dentro del marco de una fe religiosa, bien podría  llamarse seminal como lo denominaba Rodolfo Kusch, de quien fue Azcuy tan amigo, desde 1969 hasta la  muerte de Kusch en 1979.

Asedios a la otra realidad muestra las distancias y también los puentes que relacionan al pensamiento poético, al que Azcuy denomina cálido y participativo, con el pensamiento científico, calificado de frío y distante. No ignoraba las posibilidades de una  integración de opuestos  siempre ambicionada por los pensadores de todo tiempo, aunque algunos de ellos dieran anticipadamente por concluida la etapa del mito y de las artes. Su planteo profundo consiste en devolver a la órbita del conocimiento y de la vida un orden que permita rescatar lo fundante y primario, colocando en su justo lugar lo reflexivo e instrumental. En sus últimos años juntos fuimos transitando los tramos de esa renovación cultural que ambos reconocimos señalada por la fenomenología de la existencia. Leía incansablemente a fenomenólogos de la cultura como Scheler y Mircea Eliade, y a un maestro que excedió los límites de la psicología como Carl Gustav Jung.

Pero este libro no se limita a plantear cuestiones de alto interés gnoseológico y epistemológico. Lo veo, como a todo el pensamiento de Eduardo Azcuy, por una preocupación ética y política.

Asedios a la otra realidad, gestado -como su libro anterior, Juicio ético a la revolución tecnológica-   en su última década, evidencian una constante preocupación humanista, una acuciante pregunta por el destino del hombre en nuestro tiempo, y una  búsqueda de respuestas filosóficas, epistemológicas, políticas.

Eduardo. Azcuy se hallaba lejos del perfil de un poeta exclusivamente dedicado a perfeccionar un lenguaje, o del especialista ceñido a disciplinas excluyentes. Por el contrario, fue un hombre hondamente comprometido con  la situación del hombre y con la humanidad por venir, en nuestro tiempo conflictivo. Lo obsesionaba el futuro de la juventud, lo desvelaba la idea de construir defensas para la cultura ante la posibilidad de un tiempo de barbarie tecnológica y pérdida de objetivos realmente humanos. Más allá de sus aciertos puntuales, este libro tiene el mérito de crear  un ámbito de discusión, un lugar desde donde otear desprejuiciadamente los caminos de la cultura, y una advertencia sobre los autoritarismos de un lado u otro, y sobre la creciente trivialización o  mecanización de la vida. Estos planteos evidencian su posición avanzada y lúcida  en el momento de gestación del libro, la década del 80.

Azcuy prestó atención a los mensajes de una ciencia de avanzada que parece hacer suyas las afirmaciones de antiguos legados, las intuiciones metafísicas, o las experiencias llamadas sobrenaturales, pero sobre todo puso oído en su propio corazón, inflamado de amor, voluntarismo y generosidad. Pareciera que los tiempos han profundizado los males que anunciaba, y otorgado mayor vigencia a su pensamiento. En estos momentos de crisis y disolución de viejas estructuras, resuena su esperanza en el próximo límite de una etapa y en la iniciación de un nuevo tiempo para el hombre.














TEXTOS DE EDUARDO AZCUY



01. Graciela de Sola
El mar que en mí resuena (1965)


Eduardo A. Azcuy



El mar que en mí resuena, es el cálido testimonio de una vívida peregrinación interior, de un avance progresivo hacia la belleza esencial, hacia la aprehensión de un universo total de coexistencias, pleno de símbolos y mitos que subyacen en los niveles más profundos de la psique.
Graciela de Sola, galardonada con el primer premio literario de la ciudad de Mendoza por su libro Un viento hecho de pájaros y con el premio de poesía Ciudad de Necochea por el poemario que comentamos, es sin duda una de las voces más puras y de mayor calidad espiritual de la poesía argentina actual. Su poesía nace de un espontáneo reclamo interior, es un canto de alto contenido emocional, la visión de un poeta de majestad conciente y perspectiva cósmica, que al impulso de intransferibles intuiciones transita la imprecisa frontera que separa al mundo formal de la imagen real del universo que se oculta tras el velo de la maya.

Su proceso dialéctico se ordena en un itinerario ascendente: soledad, revelación, intuición de lo absoluto a través de la imagen numinosa del mar, desesperado intento por perpetuar esos momentos de transformación en el que el yo liberado, supera la angustia de la condición separada y se integra en la unidad. Donde está el antes y el después / el gran vitral donde la rosa es pétalo / de otra infinita rosa.

Frente a sus poemas se experimenta una turbadora sensación de vacío, de honda y dolorosa soledad. La imagen del mar, donde lo profano y lo sagrado confunden sus contornos, se transforma en símbolo de lo absoluto. Es el gran mediador, el abismo húmedo de vida primordial que favorece los movimientos interiores. Para Graciela de Sola, el mar pertenece a ese orden de objetos que se hallan ligados al presentimiento de lo infinito y permiten obtener un contacto irracional con el mundo invisible. Ante el espectáculo del mar, las cosas adquieren peculiar ingravidez, se liberan de su orden cotidiano y se reagrupan con un sentido imprevisible. El espíritu experimenta el asombro y la exaltación de lo maravilloso: todo es nuevo como en el momento inaugural. Se advierte una turbación religiosa y el recuerdo de una primitiva pureza envuelve al espíritu en una difusa luz inmaterial. Adviene entonces la despersonalización, la sumisión del ser ante el vasto paisaje de fosforescencias inciertas, y el poeta puede decir: Miro las floraciones, las estrellas / que laten en el tiempo / Estoy al borde, escucho / y temo ser el mar que en mí resuena.

De ese mar numinoso, de ese abismo primordial, Graciela de Sola, reaparece con los sentidos purificados, es capaz de ver, de oír, de descubrir impensables analogías, de hacernos comprender la fugacidad de lo transitorio y proyectarnos a niveles de conciencia desde donde es posible vislumbrar lo infinito.

Con perfecto dominio de la forma, las palabras se ordenan en un intento por traducir lo sagrado de ese desborde emocional. Estallan y se recomponen símbolos de insólita belleza. Las imágenes liberadas de su contexto mítico se enlazan estableciendo sutiles correspondencias en busca de la unidad oculta de las cosas. Siento el pavor de un reino que no me pertenece / pero busco sus huellas / señales, talismanes / estamos anudados por un pacto secreto.

La poesía de Graciela de Sola está signada por el mar, pero en ella el mar adquiere un valor trascendente pocas veces alcanzado, es el de "la ventana al infinito" capaz de abrirse sobre la visión paradisíaca del mundo intemporal. La vía por la que se accede, después de haber superado la soledad y la desesperación, a la plenitud de un nuevo nacimiento, a este estado de ser que no es distinto del amor.

Después del largo itinerario.





02. La revolución científico-tecnológica.
Una visión desde el pensamiento poético
[Fragmentos]*

Eduardo Azcuy


Pienso en mi alma: “El hombre que construye a Robot
necesita primero ser un Robot él mismo,
vale decir podarse y desvestirse
de todo su misterio primordial”.

[...]

Por lo cual, en presencia de Robot,
y cuando el pedagogo ya iniciaba el discurso,
yo le arrojé a la boca
mi puñado de arena.

Leopoldo Marechal, El poema de Robot



El hombre de la modernidad -en gran medida excéntrico a los valores y a las tradiciones culturales- ha construido una civilización tecnológica que amenaza homogeneizar a las culturas, desmontar las ideologías, acallar la política y alienar y oprimir a los pueblos. No se trata, entonces, aquí, en América del Sur, de modernizar la dependencia, de copiar servilmente el desarrollo de los poderosos o de confrontarlos mediante regresiones inviables. Se trata de saber desde qué perspectiva mental vamos a ser creadores y transformadores. Si vamos a proponer el crecimiento nacional y la actualización económica siguiendo las pautas de pensamiento y los estilos de vida que imponen los poderes dominantes o si vamos a impulsar la instauración de una comunidad activa y novedosa que se compadezca con la geocultura y las necesidades de los pueblos. Frente al poder transnacional y a su proyecto autoritario de “reordenamiento cultural”, proponemos exaltar los particularismos, la persistencia de las identidades nacionales, la pluralidad étnica y cultural de las comunidades y su irreductible singularidad. El Nuevo Mundo posee una cosmovisión religante, poderosos núcleos ético-míticos que es necesario valorar y posee, asimismo, un componente occidental que permite el distanciamiento y la reflexión crítica. Contemplación y acción, comunitarismo y personalismo. En síntesis, América del Sur debe marchar hacia la confederación de sus naciones, con una visión del mundo que conjugue lo intuitivo y lo conceptual, que sea simultáneamente mítica y racional, poética e histórica.

Los alcances de la crisis

La crisis actual es básicamente inédita y revela características no imaginables en otros períodos históricos. Si bien en todas las épocas ha habido violencia, guerras, trastornos económicos, agotamiento de sistemas, ausencia de paradigmas, por primera vez el hombre posee al alcance de su mano los elementos para acabar con la existencia de la especie, para tornar infecundo e inhabitable el planeta o bien, desde otra perspectiva, para despersonalizar, alienar y convertir a sus semejantes en seres automatizados, implementado superestados totalitarios en la mejor tradición de las “utopías negras” de Orwell y Huxley.

Desde la perspectiva antropológica el hombre de la sociedad tecnificada comienza a vivir un acentuado extrañamiento de la naturaleza, experimenta la impotencia de construir comunidades solidarias, colisiona con los poderes instituidos. El extremo cientificismo empobrece y desmitologiza su vida, amenaza los valores y subordina a su concepción materialista y tecnocrática, tanto la realidad sociopolítica, como la ética, el arte y la religión. La gravitación del medio técnico, al margen de sus aspectos positivos, se vuelve sutilmente contra él: lo presiona, lo desculturiza, lo conduce a la situación de productor-consumidor y, finalmente, lo confina detrás de una compleja red de objetos prestigiosos.

En los grandes conglomerados urbanos el individuo solitario pacta sus derechos con el Estado, se refugia en el consumo y se allana al estilo de vida que le proponen los medios masivos de comunicación. Los mass media lo manipulan y lo alienan. La publicidad omnipresente, la información uniformada, la atracción obsesiva por nuevas formas de confort, lo reducen a la condición de receptor pasivo de ideologías y creencias. Esta des-estructuración cultural, esta progresiva des-espiritualización, se agrava con la pérdida de todo sentido trascendente. La vida personal, replegada sobre el “pequeño bienestar”, indiferente a los graves problemas colectivos, “vaciada” por la sumisión al artefacto, se desplaza de lo “vital” a lo puramente “racional” y se proyecta en la dirección excluyente del progreso mecánico.

Desde la perspectiva sociológica la crisis se revela en el avance sin pausa de la automatización en todos los niveles. En las últimas décadas la revolución científico-tecnológica crece de la mano del poder transnacional, alterando cualitativamente el medio ambiente y las condiciones de vida. El trabajo sufre el embate del ordenador y del robot con su secuela de desocupación y marginalidad. La acción multiforme de las técnicas crea nuevos y complejos estímulos sobre el psiquismo humano, rebaja la capacidad de reflexión, exacerba los estados narcisistas, promueve la imitación de modelos externos, genera pasividad y sometimiento. El trabajo pasa a ser un medio de consumir y satisfacer las exigencias creadas por el sistema.

La ética del trabajo se transforma en ética del consumo. Adviene la reconversión industrial, el trastrueque social, el reciclaje; se genera un tiempo liberado. Aparece el hombre-después-del-trabajo y el ocio -la aparente conquista- se convierte en angustia, en soledad “vacía”, apenas conjurada por los mensajes de los artilugios. El hombre-objeto, solo, con escasa capacidad de amor y de solidaridad, disociado y lábil, queda a merced del autoritarismo en un mundo de “suprema objetividad” regido y controlado por el poder transnacional.

La proyección de estos estilos y modelos a los países dependientes amenaza con fracturas sociales y obliga a transformaciones compulsivas en las relaciones de producción, de organización y de consumo. Para gozar de un “sistema dinámico de conversión” los pueblos débiles deberán modelizarse de acuerdo con diseños homogéneos y globales establecidos desde los centros dominantes. La modernización propuesta requiere ingente ayuda técnica y financiera y, de llevarse a cabo, comporta la eliminación de los factores que obstaculicen su despliegue, es decir, la identidad cultural, los modos de vida y de pensamiento, las formas de organización del espacio social, individual y familiar. En todos los ámbitos, desde la alimentación y el vestido hasta las actividades del tiempo libre, deberán difundirse modos de consumo idénticos. [...] Esta lógica de la uniformización realza ciertas concepciones del conocimiento en detrimento de otras, impone determinados valores, ya sean de orden estético o ético, propicia la expansión de ciertos sectores de actividades, alienta algunas formas del talento y de la sensibilidad e ignora a las demás. Así, quedan relegadas facetas enteras de la facultad creadora y mutilada la sociedad en su personalidad específica y en su conformación particular. Sin embargo, la devoción desmedida y acrítica a la ideología del progreso, el optimismo irreflexivo o cómplice de ciertas dirigencias, programa la incorporación irrestricta de lo “nuevo” inevitable. Se propone desvirtuar las líneas históricas de avance progresivo hacia la autonomía y sustituirlas por nuevos proyectos dependientes prestigiados por la modernización. La presión psicológica que el sistema ejerce sobre la mentalidad individual y colectiva conduce a la paradoja de aceptar como válida -con la vista en el siglo XXI- la solución semicolonial.

Pero, más allá de las euforias y las apologías del desarrollo, se agitan, sin duda, los fantasmas de la miseria y la injusticia. La brecha económica se profundiza entre los estratos sociales, se acelera el desclasamiento, la reducción del poder obrero, la crisis de los movimientos autonómicos, de las políticas alternativas y, consecuentemente, adviene un progresivo desamparo y se engendra la rebeldía y la violencia de los marginados. Frente a este panorama los países del Tercer Mundo deberán impulsar líneas de crecimiento integral y equilibrado, orientar los cambios tecnológicos de acuerdo con proyectos políticos que contemplen mayores grados de autonomía y privilegien la identidad cultural, la justicia social y el equilibrio ecológico. Es preciso que los pueblos emergentes sobrevivan en nuevos escenarios, varíen las estrategias, propongan “otro desarrollo”, introduzcan “tecnologías apropiadas” de acuerdo con sus necesidades y prioridades.

A la tecnología como libertadora del hombre se opone la tecnología como negación de una existencia auténticamente humana. Frente al ethos de la comunidad, al modo de comportamiento de un pueblo fundado en sus valores éticos, estéticos y religiosos, aparece un seudo ethos de autonomía y dominio que se encarna paradigmáticamente en el fenómeno del cambio tecnológico.

Angustiado por el creciente malestar que despierta la civilización cibernética, el hombre ha comenzado a marchar por un estrecho desfiladero. En un mundo cuya población crece a razón de casi mil millones de habitantes por década, la tecnología no propone como objetivo prioritario alcanzar una equitativa distribución de la riqueza. Por el contrario, contribuye a incrementar los arsenales y a fomentar intolerables diferencias. En Japón, primer país donde los servicios de prostitución han sido computarizados y se ofrecen través de las pantallas televisivas, ya se difunden sugestivas leyendas:

“¿Por qué y para qué perseguimos un mundo artificial?”
“¿Qué vida nos aguarda en medio de las máquinas?”
“¿A dónde nos conduce la expansión indefinida?”

Ante estas perspectivas sombrías, el hombre deberá reflexionar y tratar de recomponer la ruptura. Es imperativo no disolverse en el presente, en la despersonalización, en la novedad sin raíces. Reactivar los valores exige potenciar desde nuevas dimensiones la identidad, el arte, la vida espiritual. De no avanzar por esa vía hominizadora la equívoca fascinación por lo mecánico provocará la entrega irreflexiva a un medio técnico todopoderoso, abierto a la opresión económica, el totalitarismo político ya la declinación de la vida.
[...]

Cambio tecnológico y totalitarismo

Esa tensión hacia una nueva cultura tecnológica cuyo centro expansivo, contradictorio y poliforme se plasma en los Estados Unidos, aparece para gran parte de las dirigencias del Tercer Mundo como un salto cualitativo inevitable. Fascinadas por la “modernización”, por las supuestas ventajas que supone el acoplarse como segmento dependiente a la gran empresa del poder cibermático, los hombres razonables y “adultos” prosiguen su marcha hacia la eficiencia y el consumo, motejando de “románticos en busca de la gloria” a los grupos que, por vías alternativas, propugnan para sus países mayores grados de autonomía económica y política.

En los centros urbanos del mundo periférico, los medios de comunicación masiva condicionados por poderes exógenos, crean densas “atmósferas de consenso” a favor del modelo que propone integrarnos a la ciencia standard del hemisferio Norte. El llamado “reordenamiento cultural planetario”, la tarea sistemática de despersonalizar la cultura para conformar legiones de consumidores pasivos, funciona sin pausa y proyecta su poder disolvente desde las más imprevistas perspectivas. La TV educativa, la enseñanza por medio de computadoras, los textos uniformes, son formas dulces pero eficaces del lento lavado de cerebro que se ejerce sobre los pueblos. La TV comercial se revela más adecuada para inducir estados hipnóticos que para estimular procesos de aprendizaje consciente. Suprime y reemplaza la imaginería creativa del espectador; desorienta el sentido del tiempo, del lugar y la historia; unifica a las multitudes dentro de su encuadre; incorpora al espectador en una realidad artificial y acelera su alienación de la naturaleza; limita y confina la comprensión; crea las condiciones sociales que conducen a la autocracia; rediseña las mentes y subordina a los seres humanos a un severo poder de control manipulado por una élite político-tecnológica. Estos condicionamientos son básicos para la implantación de nuevas realidades y apuntan a la instauración de dictaduras blandas al servicio del poder transnacional.

Tanto en los países centrales como en las urbes del Tercer Mundo, los gestores del universo cibernético soslayan los graves problemas socio-económicos que aquejan a más de las tres cuartas partes del planeta y hablan de postcivilización y posthominización. Propugnan la superación de los problemas apelando a los ordenadores ya la inteligencia artificial. Las computadoras serán los ilotas y la automatización realizará la producción necesaria para la subsistencia y la comodidad material. El proletariado y los antagonismos sociales se reducirán casi hasta desaparecer en términos económicos. “El hombre quedará por fin liberado del trabajo mecánico y podrá dedicarse al trabajo mental, artístico, creativo; a estudiar, investigar, dialogar, pasear, contemplar, hacer el amor, inventar… La abundancia pondrá a la raza humana a las puertas de un cambio decisivo en la forma de vida. La pondrá otra vez literalmente ante las puertas del Paraíso”.

[...] Estos discursos, repetidos durante más de una década, persisten en la actualidad despojados de sus connotaciones optimistas. La revolución post-industrial ha mostrado su verdadero rostro a los países en proceso de desarrollo. Ya no es la panacea que se derrama generosa sobre el mundo. Es un poder transnacional frío e inapelable que succiona los magros recursos de los pueblos débiles y vuelca su tecnología de punta hacia el armamentismo, las técnicas de control social, la manipulación del mercado y el falseamiento de los procesos democráticos, a partir del monopolio de “todo el suelo cultural”, de la fabricación del consenso y del uso arbitrario de la información. Resulta difícil comprender cómo las clases medias e intelectuales de los países en desarrollo no advierten el trasfondo totalitario de la modernización sin matices. Los elementos opresivos están a la vista y sólo falta el momento en que todo ese parque de sofisticada tecnología se transforme en un agobiante sistema de control.

Minoritario, racista y temeroso de la respuesta anárquica y violenta de las comunidades oprimidas, el sector hegemónico elabora “alternativas militares” para hacer frente al caos. Las dirigencias imperiales y sus capatacías del hemisferio Sur, estructuran “opciones” para contener la previsible protesta. La superpoblación, la miseria, el analfabetismo y la desnutrición no se compatibilizan con el ocio y el hedonismo de los centros de alto consumo. Frente a esta realidad [...] no hay sociedad tecnológica privilegiada, [...] sino una aventura de poder planetario cuyo desenlace no está escrito en ninguna parte: es la aventura de una humanidad desorientada frente a los productos de su propio genio.
[...]

Visión poética y concepción científica

La visión poética del mundo, fundamento de todas las culturas, fue perdiendo consenso en Occidente, en tanto se acentuaba, a partir del siglo XV, la concepción filosófico-científica elaborada por el pensamiento moderno. La ruptura entre el mythos y el logos, entre lo real y lo conocido, no dejó de profundizarse y la modernidad racionalista creó pautas inapelables y paradigmas excluyentes. El mundo civilizado impuso entonces su poder militar y económico y paralelamente sus estatutos culturales. Desde esa perspectiva etnocéntrica, el hombre blanco se negó a parangonar los distintos universos culturales y las diferentes formas de comportamiento existencial. Su orgullo racista lo impulsó a civilizar a los “bárbaros” no-occidentales ejerciendo un desembozado imperialismo epistemológico.

Aún hoy, el Occidente se resiste, sobre todo en sus manifestaciones neopositivistas, a admitir el principio de pluralidad de las formas culturales. En el pensamiento poético no advierte más que retraso, dogmatismo, disvalor, o en el mejor de los casos un ejercicio compensatorio. Pretende ignorar que las culturas poseen núcleos originarios de sentido, que el sustrato mítico-simbólico conforma una realidad insoslayable. Que el hombre sin más posee capacidades de aprehensión que han sido en gran medida domeñadas por la hipertrofia de un modo peculiar de organizar la realidad. Quienes relevan estos hechos y describen las actitudes cognitivas de las distintas sociedades, a partir de una comprensión no prejuiciada, señalan la primacía alternativa de dos modos de conocimiento determinados por la mayor o menor gravitación de lo intuitivo o lo conceptual. El universo de las culturas es, sin ninguna duda, pluridimensional y toda interpretación reductiva o represiva que exalte una forma de pensamiento a la condición de esencia o matriz de cualquier otra, como pretende la modernidad, se convierte en una gestión autoritaria y compulsiva.

[...] La visión poética es básicamente participante (con la naturaleza, con los otros hombres, con los núcleos de sentido) y al intentar abarcarla en términos socio-históricos podría señalarse que, en gran medida, impregna la mentalidad de los pueblos no-occidentales. La concepción causal-mecánica es aislacionista (diferenciada ante la naturaleza, individualista frente a los otros, negadora de la trascendencia) y distingue principalmente la actitud mental de los países desarrollados del hemisferio Norte. Esto no quiere decir que la visión poética no se manifieste y exprese de mil maneras en el ámbito occidental ni tampoco que el pensamiento racionalista no gravite y se afiance especialmente a partir de la expansión imperial europea en vastas regiones del Tercer Mundo. Los matices son infinitos y los esquemas son siempre riesgosos, pero tomando la debida distancia, lo advertible es que la manera de intuir el mundo otorga sentido al entramado cultural, estructura la vida del hombre y orienta su actividad en el mundo. En realidad esta doble postura epistemológica es la central en la historia. O el hombre es un ser trascendente que “participa” en el universo vivo, abierto a múltiples dimensiones (de ahí su libertad y su capacidad de opción) o el hombre es un mero factor social, agónico y finito que transita la horizontalidad de una historia mecánica. Esta situación es clave en el enfrentamiento que protagonizan el Norte y el Sur; el Occidente moderno y los pueblos de culturas no-occidentales o parcialmente occidentales. La raíz de esta divergencia, más profunda que lo técnico, lo económico o lo geográfico, radica, básicamente, en la oposición de ambas perspectivas del mundo. De acuerdo con cada una de ellas el entramado cultural genera alternativas y propone distintos estilos y, consecuentemente, diferentes emergentes políticos.

En términos generales y sintetizando lo expresado, es posible señalar que el hombre de la modernidad posee una visión “fría”, que tiende a interponer entre el sujeto y la realidad la retícula de un sistema adquirido de ideas. Su lectura de lo real, a la que pretende cualitativamente superior y hegemónica, es causalista, fragmentaria y reductiva. Separa y distingue, Describe lo real-conocido, se expresa mediante un lenguaje supuestamente “objetivo”. En gran medida se mueve en función de delineaciones, definiciones y delimitaciones construidas por los acuerdos consentidos. Permanece instalado en las coordenadas espacio-temporales impuestas por las fronteras biológicas. Su pensamiento “des-anima” el mundo, única forma de dominarlo. Su deseo no es “participar”, sino distanciarse y poseer. Avanza hacia la “objetividad” ilimitada por el camino de la mecanización.

En las sociedades no-occidentales, más allá del nivel de conciencia ordinario, prevalece una visión “cálida” que asedia a lo real-desconocido, intenta describirlo mediante un lenguaje simbólico y genera la certeza en un universo vivo, interconectado por correspondencias sutiles, por lazos vitales de orden cualitativo. Esta disposición aprehensiva facilita la apertura hacia lo “continuo”, hacia los significados-raíces y apunta a una comprensión más amplia y totalizadora del mundo. Es el camino del asombro, de la poesía, del arte.
[...]

Ciencia abierta y reduccionismo científico

La visión política del mundo rechazada y soslayada por la soberbia iluminista permanece y se afianza no sólo en los pueblos del hemisferio Sur, sino en vastos sectores de los países centrales. Frente al monopolio ejercido por la ciencia oficial o académica se alzan voces rebeldes que aceptan nuevos significados, proponen nuevas aperturas y elaboran valiosos apuntes para una ciencia postmoderna. El poeta se enfrenta al robot en múltiples instancias y confronta, asimismo, en los máximos niveles de indagación científica. La mentalidad racionalista, rígida y excluyente, cuyo fruto final es la búsqueda de la inteligencia artificial, no parece advertir que el consenso, de que goza se asienta en pautas en gran medida autoritarias. Lo poético, lo “arcaico”, lo aparentemente superado, retorna de la mano de eminentes estudiosos y se apresta a dirimir supremacías.
[...]

Juicio ético a la modernización tecnológica

[...] Frente a este cuadro perverso, al que ciertas dirigencias pretenden ignorar o relativizar, es preciso encarar un replanteo profundo de los proyectos de modernización acríticos o cómplices: extremar los recaudos para un desarrollo adecuado y avanzar impulsando procesos que concentren el mayor potencial de creatividad en función de una actualización efectiva que sepa reinterpretar la tradición que extrae de ella sus dimensiones creadoras. Esta ambición supone un esfuerzo de renovación de las normas y prácticas sociales, mediante la movilización de las tradiciones culturales y productivas y de los valores estéticos y morales que podrán permitir a la comunidad recibir el progreso sin traicionarse. El bien común, la solidaridad, la memoria colectiva, el destino, están ligados al mantenimiento de esa armonía que subyace en los pueblos. Afirmar la identidad cultural significa oponerse al deterioro, sostener criterios autónomos, generar la necesaria dinámica interna para sustituir los artificios de la modernización mimética por los valores de una actualización creativa.

Reorientar el proceso de cambio: La actualización creativa

Confrontados con este programa, los países “en vías de desarrollo”, y más concretamente las comunidades que integran el subcontinente latinoamericano, enfrentan el grave problema de conservar la identidad cultural y al mismo tiempo ser receptivos a las transformaciones -susceptibles de ser incorporadas- que opera la modernidad. La mayor parte de la dirigencia política y cultural, sin atender a prevenciones ni reparos, presenta al desarrollo tecnológico como el inevitable referente del progreso. Pero, ¿hasta qué punto un país del hemisferio Sur, separado por brechas insalvables de los países desarrollados, debe correr tras inasibles tecnologías de punta para insertarse como segmento dependiente en la gran maquinaria del poder transnacional? Los modelos propuestos por Occidente, provengan del Oeste o del Este, comportan futuros similares. Existen, sin embargo, otras líneas de acumulación de experiencia, otros progresos posibles, por ejemplo el progreso político, la conciencia cultural, el crecimiento de la conciencia social y del poder político de los pueblos, el desarrollo interior, la búsqueda del Hombre Nuevo.

Habrá que definir nuevos objetivos, adoptar nuevas actitudes con respecto al dinero y al éxito social, reaccionar contra la regimentación y la uniformización, construir un modernismo propio en función de un hombre integrado; formular un insoslayable proyecto nacional. Si el progreso y la “modernización” que se nos pretende imponer es el producto de una sociedad mercantil competitiva, basada en el lucro, la explotación de los pueblos débiles y el saqueo de la naturaleza, América Latina debería reorientar la marcha de los cambios colocando las categorías y los métodos al servicio de un proyecto político capaz de transformar las relaciones entre los hombres y de los hombres con la naturaleza. Es preciso elaborar un modelo propio alterando el sistema axiológico de la sociedad tecnocrática. Como dice Carlos Fuentes, América Latina posee una profunda continuidad cultural, una vitalidad ininterrumpida.

Sin el conocimiento de esta tradición, corremos el riesgo de convertirnos en el basurero del dispendio industrial. Recibimos series de televisión obsoletas, tecnología obsoleta, armas obsoletas e ideas económicas obsoletas en generosa abundancia, pero a muy altos precios… La tradición es un conocimiento propio que permite escoger sin miedo lo mejor o lo más útil de otras culturas y enriquecernos con ellas. Sin la cultura de la tradición, careceríamos de la tradición de la cultura: seríamos huérfanos de la imaginación. Una nueva creación se funda en una tradición viviente. Una cultura que no puede acoger la cultura viva de los otros, es una cultura moribunda. Pero una cultura que sólo recibe el detritus de una cultura decadente sólo puede responder con su propia cultura viva [Carlos Fuentes, Las culturas, portadoras de la vida posible, en Unidos, Año III, Nº 7/8, Buenos Aires, diciembre de 1985, pp. 248-249].

América Latina, desintegrada por intereses imperiales, lacerada por deudas externas opresivas, por estructuras económicas abiertas a la pluridependencia, subordinada e inficionada por pautas culturales exógenas, parecería marchar hacia una regulada mediocridad. Sus dirigencias, sobre un piso político en crisis, ajeno a la verdadera emancipación, exaltan una democracia de clase, observan las “reglas de juego” del dominio imperial y especulan sobre la modernización y la entrada en el siglo XXI con palabras grandilocuentes. Han perdido la capacidad de formular nuevos modelos de sociedad, nuevos modelos de avance, modos alternativos que, al superar los esquemas formales, abran accesos a mayores grados de autonomía.

Entretanto los países hegemónicos y el poder transnacional transfieren sus crisis a la periferia, exportan modelos de desarrollo y elaboran nuevas y más sofisticadas formas de sometimiento. Sus aparatos de inducción colectiva, sus tecnologías comunicacionales de control y consenso, inciden sobre la opinión global e inficionan a las comunidades generando actitudes de aceptación, exaltación, animadversión o conformismo. La batalla contra el sentido y la identidad cultural se halla en pleno desarrollo. La agresión a la historia, a la memoria, al sujeto, se ejerce desde tribunas prestigiosas. El pensamiento neocolonial, disfrazado de “nueva democracia”; la ideología de la resignación, mimetizada de “clubes socialistas”, se abroquelan en las universidades y proponen la instauración conservadora en el marco de la revolución tecnológica.

Sólo el pueblo, dueño de su memoria, podrá ser el sujeto histórico de un auténtico desarrollo. “El pueblo -decía Leopoldo Marechal- recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria”. Sólo así podremos oponernos a la disolución y a la pérdida de nuestro destino. El progreso verdadero no marcha en el sentido de la cosificación del hombre, sino en el de su hominización progresiva. “El futuro [...] debe ser un futuro en que cada hombre, cada mujer, puedan ser personas capaces de verse a sí mismas y ser vistas por sus hijos como seres reales, no como engranajes en vastas máquinas o como material de relleno en procesos automatizados.

Sin identidad, sin pensamiento situado, sin proyecto político, no sólo no podremos acceder a lo universal, sino que, en el mejor de los casos, seremos un conglomerado abstracto de consumidores satisfechos. La opción que se presenta para nosotros, latinoamericanos, en este impredecible final de siglo es entre el conformismo y el riesgo, entre el modernismo mimético y la actualización creativa, entre la resignación y la utopía.


* De: Identidad cultural. Ciencia y tecnología. Aportes para un debate latinoamericano (1987)







03. El tiempo vivo 

Eduardo A. Azcuy



El pensamiento sensorio. La realidad perceptible.

Las ideas que tienen el poder de modificarnos y de permitir que a nuestra vida penetren nuevos significados son ideas que tratan acerca del aspecto invisible de las cosas.

Cuando consideramos que la imagen del mundo que nos cae al revés sobre la retina del ojo (como en una cámara fotográfica) es bidimensional, no nos es difícil comprender que Kant llegase a la misma conclusión: la de que el mundo físico es una creación de la mente.

Los sentidos únicamente nos proporcionan mensajes. Con ellos creamos el mundo visible, audible y tangible. Pero, para una aprehensión cabal del mismo, tendríamos que desprendernos de la abrumadora impresión inmediata de una realidad externa en la que estamos invariablemente sumidos.

Estamos en contacto con el mundo exterior por medio de los órganos  de los sentidos, ubicados sobre toda la superficie de la carne.

Si nuestros sentidos trabajasen de un modo diferente, si tuviéramos más sentidos o menos, lo que acostumbramos a llamar realidad, en consecuencia, sería diferente.

La imagen que tenemos del mundo exterior y que tomamos como nuestro criterio de lo real, es algo relativo a la forma de nuestros sentidos externos. En sí mismo, no existe necesariamente como nosotros lo vemos y no puede existir así. Cualquiera que fuere su naturaleza, el hecho es que nosotros lo vemos de cierto modo. Su apariencia está condicionada por nuestros órganos de recepción, impotentes para penetrar por medio de una experiencia directa en el vasto campo de lo invisible.

Nada sabemos realmente de las cosas, fuera de nuestro modo de percibirlas.

No es menester pensar que las apariencias en sí mismas son ilusiones, o que los sentidos nos muestran un mundo ilusorio. Nos muestran una parte de la realidad. ¿Y acaso la ilusión no comienza ahí donde tomamos las apariencias por la realidad final? ¿No es el comienzo de la ilusión el creer que la percepción sensoria es la única medida de lo real? El mundo visible es real pero no abarca toda la realidad. Está hecho de realidades invisibles que lo rodean y lo penetran. El mundo visible está contenido en un mundo aún más vasto, invisible para la percepción sensorial. Por otro lado, la lógica formal se halla estrechamente vinculada al pensamiento sensorio, lucha contra la comprensión totalizadora y se convierte en una barrera psicológica que impide la comprensión.

El cambio de estado

La transformación psicológica, el “cambio de estado”, es una tarea fundamental, no una quimera ni una posibilidad remota. Si el hombre no se transforma, todo lo que haga estará condicionado por su propia confusión. Reflejará la miseria, los conflictos y las limitaciones de sus creencias, de sus falsas identificaciones, de su estado de “sueño”.

Esta idea del “cambio de estado”, de la creación de un nuevo cuerpo al que puede llegarse por psicotécnicas diversas, ha preocupado a las figuras de mayor dimensión espiritual de nuestra época: Sri Aurobindo, Teilhard de Chardin, Jung, Krishnamurti, Ouspensky, Huxley, Eliade.

Un paso decisivo está  a punto de darse en nosotros y en nuestro alrededor, afirma Teilhard: la evolución ha emigrado ya del terreno biológico al de la espontaneidad psíquica.

Es sin duda en la psiquis donde habrá de producirse la transformación. Pero este cambio de estado no sobrevendrá necesariamente al final de la evolución ni en ningún futuro impreciso. Puede ser ahora y aquí. El hombre debe decidir conscientemente, hay que “estar  alerta” descondicionarse, perforar el espeso velo de la Maya, de la ilusión.

El padre Teilhard pensaba que el cambio debía operarse de adentro hacia fuera y no por medio de coercitivos poderes externos. Por interiorización, por sumo enrollamiento, por medio de una creación.

Del mismo modo lo había visto Gurdjieff, cuando afirmaba que el hombre debe crear su propia alma para existir realmente, para dejar de vivir inmerso en un estado de sueño donde todo  “le sucede”.

Lo esencial para lograr una primera toma de conciencia que pueda facilitar el acceso a un nuevo estado de la mente, consiste en profundizar el conocimiento de sí mismo. Hace tiempo que practico hasta cierto punto ese previo “estado de alerta”, lo cual me permite obtener un nivel que podría llamar de “conciencia permanente”. Desde allí es posible observar desde un punto de vista despersonalizado, “ver” cómo a nuestro alrededor se vive dentro de jaulas, atrapados en los prejuicios y en los engranajes de la máquina social. Cómo el hombre se aferra a lo intrascendente, se adhiere y se identifica  con lo transitorio, como  marcha desesperado en pos de logros materiales y engrandece su “Yo” relativo, creado por los sentidos ordinarios.

La literatura budista, el Zen y sobre todo Krishnamurti, me ayudaron mucho en este esfuerzo. Según Efremov, un pensador ruso moderno que ha superado su marxismo formal mediante un impulso trascendente, no hay salida si la ciencia no se aplica a transformar al hombre en “dios” y a la mujer en “maga”. Cabe esperar de allí una inmensa e impredecible renovación cultural de lo humano.






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